En algún lugar del mundo vasco prehistórico, hace -aproximadamente- 7.000 años, la sociedad protovasca, probablemente la más antigua de Europa, intentó responder a las tres grandes preguntas que la humanidad se formula desde los inicios de su existencia: ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos? y ¿hacia dónde vamos? Aquella sociedad primitiva creó un relato que quería explicar el origen, la existencia, e -incluso- aventurar el futuro, en una curiosa arquitectura que guarda ciertas similitudes con el Libro del Génesis, el primer libro de la Torá y del Antiguo Testamento. Con una extraordinaria particularidad: la milenaria tradición de la cosmogonía protovasca apunta a que aquellos vascos primigenios se habrían podido anticipar a los primeros autores judíos.
Testimonios arqueológicos funerarios vascos (siglos VIII e IX). Contienen dibujos inspirados en la cosmogonía tradicional vasca / Fuente: Cátedra Unesco
Antes las mujeres y los hombres que la Luna y el Sol
La tradición protovasca, a diferencia de la judeocristiana, sitúa el origen de la humanidad en la etapa de creación de la materia y de la vida. Incluso, antes de la creación de los astros principales: la Luna y el Sol. Según esta tradición, en el alba más remota de los tiempos, las mujeres y los hombres malvivían instalados en una oscuridad que lo cubría todo. Y malvivían atemorizados por los demonios que dominaban aquel paisaje de tiniebla. Entonces le imploraron a Ama Lur (la Madre Terra) que les concediera una brizna de luz. Y Ama Lur, que se compadeció de aquellas pobres criaturas humanas; se las regaló a Ilargia (la Luna). Pero, y siempre según la tradición, la luz era todavía escasa, y los demonios todavía corrían libres imponiendo a su particular régimen de terror.
Entonces, de nuevo, le imploraron a Ama Lur, una pizca más de claridad. Y Ama Lur, de nuevo, se compadeció de aquellas pobres criaturas humanas y les regaló a Eguzki (el Sol), que… ¡atención!, en la cosmogonía protovasca es un personaje femenino; como lo son Ama Lur e Ilargia. No obstante -y no nos separamos ni una brizna del relato tradicional-, Ama Lur no confiaba plenamente en aquellas criaturas humanas; y les impuso una condición: les dijo que tenían que tener una actitud de convivencia hacia las nuevas formas de vida que impulsaría aquella nueva luz: humanos, animales y vegetales. Mientras cumplieran, Ilargia y Eguzki, a modo de recordatorio, se relevarían cada día. Pero el día que incumplieran el compromiso, la terrorífica tiniebla se impondría de nuevo.
Culpa contra oportunidad
Hasta aquí, las similitudes entre el solar iniciático que dibujaron los autores judíos (el paraíso de Adán y Eva) y lo que relataron los vascos primigenios (el reino de Ama Lur) son totalmente inexistentes. Al margen de la evidencia más destacada (Elohim o Javhé es una figura masculina y Ama Lur es una figura femenina); la forma en que se precipitan los finales de aquellos escenarios iniciáticos es radicalmente diferente: la cultura de la culpa contra la de la oportunidad. Mientras que la tradición judeocristiana presenta la expulsión del paraíso como una sentencia (el crimen por la desobediencia a la autoridad); la tradición protovasca lo escenifica como un triunfo. Aquel pacto es la victoria de Egunekoak (la claridad que simboliza la vida) sobre Gavekoak (la oscuridad que simboliza la muerte).
Fernando el Católico en Gernika. La evangelización y la hispanización de Euskal Herria marcan el fin de la cosmogonía vasca / Fuente: Casa de Juntas de Gernika.
Ahora bien, algunos personajes que visten las respectivas tramas, presentan grandes coincidencias del perfil. En la cosmogonía protovasca nos encontramos con la deesa Mari y su pareja, Suugar, un curioso personaje representante en forma de serpiente. La tradición protovasca explica que Mari y Suugar –la pareja primigenia- engendraron a Miquelatz y a Atarrabi (el hijo bueno y el hijo malo). Su existencia revela cierto componente cultural de culpa. En este punto, es importante destacar que otros personajes de la tradición vasca como Aitor o Túbal -presentados, en algún momento, como los primeros individuos de la historia-, son muy posteriores a la tradición primigenia; y su aparición, durante la Edad Media, estaría relacionada con el progresivo tráfico hacia un modelo social patriarcal.
Moisés, Miquelatz y Atarrabi
Miquelatz y Atarrabi son, en la tradición protovasca, la mitificación del bien y del mal. En definitiva, de la voluntad o no de mantener el pacto con Ama Lur. En este punto encontramos, de nuevo, una coincidencia. El pacto que las criaturas humanas suscribieron con la divinidad (llamémosles Elohim, Javhé, o Ama Lur) tenía la categoría de ley y garantizaba la continuidad de la especie humana. Por lo tanto, era fácil entender que simbolizaba el bien, a diferencia de los que atentaban contra el pacto, que pasaban a ganar la categoría de lacayos del mal. Y, en este punto, resulta muy revelador que, en la tradición judeocristiana, la maldad es de género femenino (Eva, la serpiente, la manzana); y en cambio, en la tradición protovasca es de género masculino (los demonios de la tiniebla, Atarrabi, Gavekoak).
Representación moderna de Eguzki, Ama Lur e Ilargia / Fuente: Pinterest
Según la tradición judeocristiana, el Libro del Génesis fue escrito por Moisés hacia el siglo XIII aC. Pero la investigación historiográfica sitúa su origen durante la terrible deportación judía en Mesopotamia (siglos VII y VI aC). En cambio, algunos testigos arqueológicos apuntan a que el relato protovasco tiene una antigüedad que se pierde en la nebulosa del tiempo: entre el 5.000 y el 7.000 a.C. Y eso significa que sería anterior al Génesis judío. Pero más allá de eso y de una larga tradición oral, no hay nada más. Por lo tanto, hasta ahora, lo que sí que es realmente cierto es que, hace 7.000 años, aquellos vascos primigenios fueron los primeros europeos que tuvieron conciencia de que habían conocido una evolución, un viaje que los había transportado a un estadio más allá de simples criaturas del planeta.