Los primeros de Murcia

Hace años, en una reunión de directivos de la multinacional donde trabajaba, la discusión derivó hacia la importancia de los clientes dentro de cada país. Uno de los asistentes de la filial española dijo algo como: “Tengan en cuenta que La Caixa es la primera entidad de ahorros de España”. El mismo director de la filial, que era español, le replicó: “¿Y qué? Ser el primero de España equivale a ser el primero de Murcia”. He hecho mía la frase porque es cierta y posee un gran valor descriptivo -todos podemos constatar que, una vez pasado el Pertús, La Caixa ya no es nadie.

Demasiado catalanes siguen pensando que esta canción de “los primeros de España” nos eleva a algún tipo de podium relevante. Y entre estos, de paso, muchos utilizan el eufemismo “del Estado” en lugar “de España”. Ignoro si pretenden hacer ver que España no es una realidad internacionalmente reconocida. Lo que sí es cierto es que con la inclusión de Cataluña en la liga española (“los primeros del Estado”) reducen Cataluña a categoría de provincia.

El hecho de haber sido demasiado tiempo los primeros de España ha constituido un lastre evidente. El mercado español, durante los siglos XIX y XX, sin aranceles, fue un gran atractivo para los catalanes. Con consecuencias graves. El hecho de ser España un mercado suficientemente grande, que se nos ofrecía protegido, anestesió la incipiente vocación para exportar. Hemos ido tirando confortablemente sin tener que aprender idiomas y sin necesidad de adquirir nuevos hábitos, ni culturales, ni legales, ni comerciales, dejando de lado los hábitos españoles, claro. Mientras nuestro viajante de comercio triunfaba enseñando el muestrario en las atrasadas Galicia y Andalucía, su colega belga, holandés o suizo debía hacerlo en Alemania, o en Francia, o en el Reino Unido -y en el Extremo Oriente, de paso-. El caso es que nuestro ancho de banda internacional quedó estrecho cuando aceptamos convertirnos en “la fábrica de España” en lugar de “una fábrica de Europa”.

Individualmente el tema ofreció atractivos que no se pueden negar: muchos catalanes se enriquecieron. Pero, después de todo, las riquezas belgas, holandesas, suecas o noritalianas han demostrado más potentes, más sólidas, más longevas. Nuestra provinciana posición ha alimentado una especie de actitud arrogante que nos deja satisfechos cuando nos otorgan el primer lugar de España. Y es cierto, durante muchos años hemos sido los primeros de la clase. De una clase, ya me perdonarán, de atrasados.

Ya se sabe que cuando uno no tiene que sufrir por la competencia -por alguien que intenta hacernos sombra- el nivel de exigencia baja. Y ese es el perjuicio mayor que el país ha sufrido, y sufre, como consecuencia de haber sido demasiado tiempo los primeros de España. El listón de autoexigencia está en mínimos. ¿Que somos más productivos que los andaluces? Puede ser. Comparados con otros países no lo somos. El catalán se tiene a sí mismo por trabajador. Discrepo. La productividad catalana -que no significa estar muchas horas en el trabajo sino producir mucho por hora trabajada- es mediocre. Y lo peor de todo: la Transición aún ha relajado más los hábitos laborales y los horarios. Nuestra ética del trabajo es escasa. Quiero decir que, si antes era dudosa, ahora está a niveles hispanos.

Este bajo nivel de exigencia abarca todos los sectores. Quizás el industrial es el que sale mejor parado, ya que sólo puede sobrevivir exportando y, por tanto, comparándose sin tregua con los competidores europeos. El resto -los sectores sin competencia externa- son notablemente deficientes. La supervivencia de los que sacan pecho por ser los primeros de España conlleva malas consecuencias. Especialmente cuando este defecto contamina la democracia y afecta la calidad de los medios de comunicación.

Las fatigantes tertulias ‘carajilleras’ de radio y televisión -que copan la tristísima programación catalana- suelen hacer referencia a la grotesca calidad de los medios de Madrid. Lamentable actitud. La propia metástasis tertuliana ya debería poner en duda la calidad de nuestros medios. Pero no. Algo que acentúa mi preocupación. ¿Realmente el patrón de comparación de nuestro periodismo son los medios de comunicación españoles? Mon Dieu!

Queda bien criticar la competencia de mercado. Demasiados titulares infantilizados utilizan las palabras “los mercados” cuando pretenden encarnar el mal. Pero cuando de lo que se trata es de ofrecer un servicio de calidad a un colectivo -aunque sea un servicio social-, no hay ningún estimulante que reemplace la competencia entre concurrentes. Es triste que, por culpa de esta falta de aliciente, determinados sectores profesionales catalanes acepten castrar su nivel de autoexigencia. Satisfechos de ser los primeros de Murcia.

ARA