Hoy la ‘Flama del Canigó’ (Llama del Canigó) llega del Pirineo hasta las cuatro esquinas del país, en un ritual que es lo que, en definitiva, hace visible cada año de una manera más clara la existencia de esta realidad nacional que llamamos Países Catalanes. Desde el corazón de Cataluña Norte el fuego llegará al sur, por ejemplo, hasta Alicante y Guardamar y dejará por el camino un reguero de hogueras encendidas -este año de manera muy particular por Covid-19, pero encendidas al fin y al cabo. La ocasión es un buen recordatorio, pues, para hablar de una de las grandes cuestiones pendientes, y extrañas, del nacionalismo y el independentismo catalanes: la definición de los límites de la nación.
Porque en el caso catalán se vive una paradoja muy peculiar: los límites de la nación, los que son asumidos de manera mayoritaria por los catalanes, son exactamente los que dictan las naciones de las que nos queremos separar. No han sido los catalanes sino España y Francia que han fabricado los límites de esta Cataluña que va de Portbou a Alcanar, de esta Cataluña pequeña que es la que reivindica como nación propia la mayoría de la gente, el territorio sobre el que se proclamó la república independiente en 2017. Y eso, el hecho de que los límites de la propia nación los marcan los poderes que la administran, es muy extraño, en comparación con cualquier otro caso.
De Irlanda a Armenia, por toda Europa -y evidentemente en el resto del mundo-, cuando una nación reclama la autodeterminación una de las primeras cosas que hace es dibujarse, dibujar su mapa desde sí misma, imaginarse y pensar en libertad. Y eso no se hace nunca a partir de la conformidad con el dibujo que le han hecho los demás. Cataluña, la ‘Cataluña cataluñesa’, es una clamorosa excepción: reivindica como marco nacional lo que en realidad es la ‘Cataluña española’, el territorio que las sucesivas órdenes administrativas han dictado, caprichosamente, desde Madrid durante los decenios y los siglos.
De este modo, por ejemplo, se acepta que la ‘Franja de Ponent’ quede fuera de Cataluña, aunque esto es una decisión consolidada, como mucho, desde el 1833. O la partición de la Cerdanya, pactada entre España y Francia en el tratado de los Pirineos (1659). ¿Pero qué explica hoy las posibles diferencias entre Portbou y Cervera de la Marenda si no es la pertenencia administrativa a dos estados diferentes? Tan catalanes son unos como otros. Y entonces, ¿por qué cuando la nación se convierte en proyecto deja fuera una parte? ¿A qué se debe este comportamiento extraño, insólito?
Mi teoría, y si alguna vez tengo tiempo para dedicarme a ello me gustaría mucho explicarlo extensamente en un libro, es que el regionalismo geográfico no es más que la constatación del regionalismo político que políticamente el movimiento catalanista hasta ahora ha sido más un regionalismo que un nacionalismo, tal como lo entienden los estudiosos en todo el mundo. Esto que llamamos ‘catalanismo’ ha aceptado tradicionalmente, sin vacilar -más allá de alguna expansión retórica-, la geografía administrativa española. Directamente. Y esto ha pasado porque este catalanismo se ha aceptado, tradicionalmente, como español. Español raro e incómodo, pero español. No hay ninguna explicación posible sino ésta. La Cataluña de Portbou a Alcanar es asimilable e incorporable a un proyecto español, cualquiera que sea. En cambio, el proyecto nacional de los Países Catalanes, de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó, es inasimilable de medio a medio por España y por Francia. Indigerible. La diferencia no es poca y pienso que explica unas cuantas cosas.
Pero el hecho es que justo ahora parece, me parece a mí, que por primera vez una parte del país se reconoce a sí mismo, no como regionalista sino como rotundamente nacionalista con todos los pelos y señales, independentistas mentalmente liberados del marco español. El Primero de Octubre es el corte, un corte, si me lo permiten, epistemológico. Y por lo tanto creo que sería un momento idóneo para suscitar el debate sobre cuál es y cuál debe ser el marco nacional en el que queremos reconocernos. Sin trampas. Que aquí nadie dice, en modo alguno, que o todo el territorio es independiente o no lo puede ser ningún trozo. Ni hablamos de cuánta gente lo quiere o lo deja de querer en cada territorio, en cada zona, en cada comarca, en cada municipio o barrio. Los ejemplos, en toda Europa, lo dejan bien claro. La Irlanda que ya es república no se piensa nunca al margen de la Irlanda completa, de toda la isla de Irlanda, a pesar de que tenga que aguantar y capear como pueda la ocupación británica de una parte del Ulster. O Armenia, para continuar con los ejemplos de antes, no se piensa nunca sin Artsakh (Nagorno-Karabakh), aunque provisionalmente tenga que aceptar la existencia de un segundo Estado no reconocido y en lucha permanente con los azerbayanos o azeríes.
No se trata, pues, de adoptar dogmáticamente un mapa sino de saber cuál es tu nación y no olvidarlo nunca. Ni tomar ninguna decisión sin tenerlo en cuenta. Ahora mismo, como país, tenemos un trozo que ya es independiente y se llama Andorra. Y eso es muy importante. Y un segundo Estado que se llame Principado o Cataluña o República Catalana será un gran salto adelante, pero no el final de la historia. Pero, como valenciano, dejaré la piel para conseguir la independencia del Principado, que es la que es factible ahora mismo. Pero lo haré pensando también y siempre en la libertad de Bétera, mi pueblo, el país más mío, y como paso imprescindible para llegar a ello. No lo haré para detenerme en Alcanar como si el raquítico río Sénia fuera el Amazonas o Vinaròs fuera otro planeta y la gente que vive fuesen unos totales desconocidos.
Por eso reclamo hoy, mientras corre la ‘Flama’, el poder hablar de ello. Y pensarlo. Que se hable. En Perpinyà, en el acto del Consejo por la República, se dio un paso adelante monumental. Porque instrumentalmente Cataluña Norte, con el apoyo al referéndum, ha pulverizado una parte del imaginario regionalista. Para hacernos fuertes, para pensarnos fuertes, hay que ir más allá y que el consejo se expanda por toda la nación y haga propuestas de alcance nacional. Que el plan que dice que prepara no finalice dentro de las rayas administrativas impuestas por Francia y España, aunque el objetivo inmediato sea liberar las cuatro provincias. Pensarnos autónomamente es el primer paso para ser autónomos, es decir, para ser independientes. Y ese es el valor enorme que para la nación catalana tiene el hecho de saberse Países Catalanes.
VILAWEB