La revolución de septiembre de 1868, que destronó a Isabel II, representa un periodo agitado de la historia de España, que se cerrará con los pronunciamientos de 1874 de los generales Pavía y Martínez Campos. Aquel período, breve e intenso, no representó sin embargo un cambio substancial en cuanto a la organización territorial española. El nuevo poder revolucionario siguió siendo tan centralista políticamente como había sido el moderantismo anterior e incluso acentuó la concepción jacobina del Estado. Durante los once meses que duró la I República de 1873, un federalista catalán llamado Valentí Almirall, por aquel entonces aliado del patriarca del federalismo español Francesc Pi i Margall, trasladó a Madrid el periódico El Estado Catalán, creado en Barcelona el 15 de julio de 1869, cuyo subtítulo era ya una declaración de intenciones: “Diario republicano democrático federalista. Redactado en provincias y publicado en Madrid”. Del 8 de marzo al 11 de junio de 1873, Almirall se propuso influir en la joven primera República para que ésta asumiera una dimensión federal que respetara la identidad catalana. Este diario encarnó el punto de vista de la periferia, pero también una concepción moderna y social de la sociedad igualitaria: la república federal debía ser la expresión radical democrática para resolver las tensiones territoriales, a la vez que garantizar los derechos individuales. Era, pues, una tribuna republicana, federal, y, cómo no, balbucientemente catalanista. El resultado de las elecciones, que entonces ya era diferente en Cataluña que en el conjunto de España —al fin y al cabo la base socio-cultural y económica también era distinta—, puso de manifiesto que los republicanos federales catalanes no contaban con muchos aliados en Madrid, al tiempo que quedó demostrado que no eran lo suficientemente fuertes para imponer un modelo político que ni los republicanos españoles eran capaces de asimilar. El resultado fue la debilidad del republicanismo y la caída de la primera experiencia republicana. La República se llamó federal pero siguió siendo centralista como lo era la monarquía isabelina. Los artículos de Almirall, Antoni Altadill, Emilio Morros, Josep Feliu i Codina y Leandre Pons i Dalmau, entre otros muchos abnegados colaboradores de este singular periódico, lo denunciaban y lo combatían.
El empeño de Almirall debió ser realmente duro, pues El Estado Catalán defendió una concepción federal del Estado en tierra hostil. Reproduzcamos un fragmento del artículo fundacional para ejemplificarlo: “queremos la federación como existe en Suiza y en los Estados Unidos de América, queremos estados o cantones soberanos, unidos empero por un lazo federal, y no esa cosa híbrida que algunos han dado en llamar federación. Queremos que cada uno de los grupos en que la naturaleza secundada por la historia ha dividido a España, tenga autonomía para desarrollar libremente y conforme a sus propias necesidades, sus intereses morales y materiales; queremos la independencia administrativa, que sólo puede existir mediante la descentralización política. Queremos la federación porque las revoluciones no se hacen ya para tener el gusto de disfrutar durante seis meses de una libertad pueril al son del himno de Riego, sino que se hacen para garantir y asegurar nuestros derechos y libertades por medio de los cuales podamos resolver todos los problemas de cuya solución acertada pende nuestra dicha; y esa garantía sólo se consigue por medio de la federación de pueblos libres. Queremos la federación no sólo porque ella es la única que puede cortar de raíz todos los abusos e injusticias que, para vergüenza nuestra y para desgracia de la nación, nos han conducido al triste extremo de que debamos ocultar nuestra patria cuando nos hallamos en tierras extranjeras, sino también porque ella es la última palabra que ha pronunciado la ciencia política”. Demasiado reformismo para un Estado dominado aún por el conservadurismo y el inmovilismo.
Las tribulaciones políticas que devoraron a cuatro presidentes en un brevísimo período de tiempo, también tumbaron a Almirall y sus colegas. Al cabo de cuatro meses el prócer de los republicanos intransigentes clausuró El Estado Catalán y emprendió el viaje de regreso hacia Barcelona. El viraje en su pensamiento fue total. En 1882 Almirall fundó lo que los historiadores consideran el primer núcleo político catalanista, el Centre Català, impulsor, también, del denominado Memorial de Agravios que se presentó al Rey Alfonso XII en 1885. Nació así un catalanismo popular que, de todos modos, insistió en buscar un encaje con España no ya desde el federalismo sino desde el nacionalismo. Si la tarea que se propuso Almirall en 1873 era enorme e ingrata, lo que intentó este catalanismo republicano y de izquierdas, que a partir de la crisis colonial española de 1898 cedió la hegemonía a la versión conservadora del mismo (sobre todo desde 1901, cuando se presentó a las elecciones a Cortes una candidatura catalanista que integraban prohombres de lo que hoy denominamos sociedad civil), fue todavía más difícil y desagradecido. El éxito de la candidatura de 1901 fue relumbrante, pero todos los grupos catalanistas, de derecha y de izquierda, ya tenían bien aprendida la lección que había acabado con la experiencia madrileña del periódico El Estado Catalán. El catalanismo se convirtió en un actor autónomo e incómodo. Ni la II República ni la famosa “conllevancia” orteguiana —retomada después del franquismo por el PSOE— pudieron arreglar ese incipiente desencanto.
Transcurridos ciento cuarenta años de aquella “ilusión federal” difundida por Valentí Almirall en Madrid, el catalanismo ha mudado hacia el soberanismo puro y duro después de haber intentado todas las fórmulas de articulación con el Estado con extrema lealtad a España. Ya no se trata de ser a la vez Bismarck en España y el Bolívar de Cataluña como le reprochó Niceto Alcalá Zamora a Francesc Cambó en los debates parlamentarios provocados por la crisis de 1917. El portazo del Tribunal Constitucional a la reforma Estatutaria emprendida en 2006 ha dejado sin aliento a ese regeneracionismo catalanista que, como explicó muy bien el desaparecido profesor Vicente Cacho Viu, se propuso modernizar España sin romperla. Ya no se trata de reformar España, ni de catalanizarla, ni incluso de subvertirla. De lo que se trata es de construir un Estado Catalán de verdad y no sólo de papel como aquella tribuna de opinión que soñó un insigne catalán, españolista a fuer de republicano. Almirall desestimó la tarea al cuarto mes por la incomprensión recibida, el catalanismo político que él ayudo a definir ha esperado una centuria y media para seguir la misma senda. Lo que se resiste a ser reformado al fin acaba por romperse.
http://agusticolomines.cat/2013/10/01/los-origenes-del-desencanto-catalanista/