Los militares del bar de Vilafranca

Estos días hemos visto las imágenes de un grupo de militares españoles, concretamente legionarios, sentados en un bar de Vilafranca del Penedès, con sus armas largas en el suelo y bebiendo alcohol, lo que ha generado no sólo la reprobación del Ayuntamiento, sino también el rechazo de la gente, que ve una más de las muchas provocaciones que España está llevando a cabo para intimidar a Cataluña. “Esto es normal”, dicen PSOE-PP-Ciudadanos. Y claro que es normal para ellos. Toda exhibición del potencial represor contra Cataluña la encuentran normal. Pero el fascismo no tiene nada de normal, y es fascismo el intento de intimidar a un pueblo por la vía de la fuerza para que interiorice “quién manda aquí”.

España nos ha declarado la guerra, amigos. Evidentemente, el marco geopolítico de la Unión Europea no le permite hacer ciertas cosas y, por tanto, no se trata de ninguna guerra bélica, con cañones y tanques, se trata de una guerra política, jurídica, policial y económica destinada a ahogar Cataluña hasta su aniquilación. La idea no es nueva. Estamos hablando de una obsesión ancestral española que a lo largo de la historia ha provocado los sangrientos episodios que todos conocemos. De hecho, no es una obsesión, es la Obsesión, con mayúsculas. Y el exhibicionismo armamentístico y el envío de tropas de la Guardia Civil y de la policía española a Cataluña forma parte de esta guerra psicológica. El mensaje subliminal es: “¡Cuidadito, cuidadito! Mucho cuidadito, que os tenemos vigiladitos y estamos dispuesto a todo os ponéis tontitos”.

En el caso de Vilafranca, el móvil es flagrante. Basta con ver cuál ha sido la respuesta del Estado español con un “cierra filas” -nunca mejor dicho- en voz de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que, cambiando de tema, ha minimizado la cuestión diciendo que se trata de un “hecho puntual”. En Cataluña coleccionamos el montón de “hechos puntuales” que ha llevado a cabo el ejército español exhibiéndose en recintos infantiles o haciendo maniobras en zonas transitadas por la gente. Una ministra demócrata de un Estado democrático habría pedido excusas rápidamente y abierto diligencias para sancionar al mando que ordenó aquella conducta. La ministra española, en cambio, identificándose con la Legión, hace una defensa encendida y dice: “No estoy dispuesta a aceptar que se pueda poner en cuestión a la Legión, porque la Legión es un cuerpo de hombres y mujeres preparados y formados, y lo que no se puede sacar es la conclusión de un posible comportamiento puntual para generalizar”. Al respecto, dos cosas: la primera es que en la fotografía no se ve ninguna mujer; y la segunda, no es necesario que nos explique qué es la Legión, porque lo sabemos bien. Es de Tribunal Penal Internacional.

Las excusas del ministerio, por otra parte, no se sostienen por ninguna lado. Aduce que los conductores estaban cansados ??y que debían detenerse, como si el descanso de los conductores justificara que tanto ellos como el resto de soldados tuvieran que bajar de los vehículos armados hasta los dientes. Salvo, claro, que consideren que están en guerra y que en cualquier momento podían ser atacados desde los techos de las casas por francotiradores vilafranquinos.

Pero si tan necesario era llevar armas para entrar en un supermercado y sentarse en un bar, ¿cómo es que las dejaban en el suelo al alcance de cualquiera que pasara por delante? Sobre este punto han utilizado el pretexto que estaban descargadas y que las balas las habían dejado en el vehículo. Y, claro, ya no es necesario que continúen porque se delatan solos: si las armas no estaban cargadas, ¿qué sentido tenía exhibirlas? ¿Cómo es que dejaron las balas en el vehículo y las armas no? Si sólo habían bajado para comprar comida en un supermercado y tomar una cerveza, ¿qué pretendían llevando las armas?

Queda claro que si hay algo que no se permite a un soldado es tener iniciativa personal. Es un ser humano que sólo obedece órdenes. Es decir, que los militares en cuestión no bajaron con las armas largas por capricho, sino porque su comandante se lo ordenó. Y es que ya sabemos que para ir al supermercado o para sentarse en la terraza de un bar es muy útil llevar un vigoroso fusil con mira telescópica.

Según el artículo 70 del Código Penal Militar, el consumo de drogas y alcohol durante las operaciones de servicio puede conllevar pena de prisión. Pero es que, además, no podían hacer nada de lo que hicieron, hasta el punto de que el código militar prevé la expulsión del Ejército. El Ejército, sin embargo, ya ha dicho que no tomará ninguna medida porque el hecho de que los militares se hubieran sentado a tomar cerveza y la tuvieran delante no quiere decir que se la bebieran (!). ¿Hace falta más cinismo? Siguiendo este hilo argumental, hay que concluir lo siguiente: un destacamento de soldados llega a Vilafranca del Penedès, decide bajar del vehículo en el que viajan para tomar una cerveza en la terraza de un bar, cogen las armas, piden la cerveza, se la sirven, la pagan y no la prueban. ¡No la prueban!

Uno de los rasgos inherentes a los estados dictatoriales es el cinismo, y el Estado español es una dictadura. Es un Estado en el que no hay división de poderes. El poder es único y nadie lo puede cuestionar, porque si lo hace no se convierte sólo en un enemigo del Régimen, se convierte también en un terrorista. Pues bien, nos han declarado la guerra de nuevo, amigos. Y todo lo que hemos visto hasta ahora, no es nada comparado con lo que está por venir. Por ello, cada minuto que permanezcamos dentro del Estado español, es un minuto que quitamos a la vida en libertad. ¿Y qué es la vida sin libertad?

RACÓ CATALÀ