En las consultas populares que se están celebrando sobre la independencia de Catalunya se plantean fundamentalmente dos grandes interrogantes, para los que sólo existen muchas hipótesis interesadas y pocas respuestas de fiar. Por una parte, no sabemos qué importancia política y social tienen, en realidad, tales referéndums. En segundo lugar, están los desafíos que plantean no ya a los partidos políticos existentes, sino principalmente al propio independentismo. Mi punto de vista favorable al proceso iniciado en Arenys de Munt -aunque, como escribí, yo hubiera sido mucho más prudente en su extensión- y mi compromiso personal con el horizonte de la independencia del país, no aseguran que pueda dar una respuesta menos interesada y más crítica, pero voy a intentarlo y el lector ya juzgará.
Por una parte, está la cuestión de la importancia política de las consultas. A tenor de la atención recibida por los principales medios de comunicación catalanes e incluso por nuestra televisión pública, cabría decir que las consultas apenas tienen trascendencia alguna. Los dos periódicos de mayor difusión en Catalunya, el domingo pasado no mostraron el menor interés por las consultas que se iban a realizar y no les dedicaron ninguna atención informativa. El domingo por la noche la televisión nacional catalana consideró, ya con los datos de participación sobre la mesa, que la consulta merecía el cuarto puesto informativo justo después de la detención de etarras y de los diversos percances climáticos en distintas partes del mundo. La movilización popular en 79 municipios, los miles de voluntarios activados, los varios centenares de actos con gran éxito de público organizados con antelación en estas poblaciones y la propia consulta que llevaría a la participación de 62.360 ciudadanos, un 21,55% de los posibles votantes, no fueron considerados nada o casi nada relevantes. Quizás si se hubiese tratado de votar a favor de las corridas de toros habría sido diferente, pero tratándose solo de la independencia del país…
Este susurro informativo supone una interpretación absolutamente legítima sobre el significado social y político de las consultas que, después de Arenys de Munt, se han celebrado el 13 de diciembre pasado y este domingo 28 de febrero y que tendrán su continuación el 25 de abril y en siguientes fechas por determinar. Más allá de posibles análisis maliciosos sobre su intencionalidad política, es razonable que algunos consideren sinceramente que las consultas no van a tener ninguna trascendencia política, que no sugieren ningún cambio de fondo en las actitudes de los ciudadanos y que todo se reduce a puro esteticismo gratuito y evanescente, tan catalán según el tópico. Incluso puede pensarse que hay que actuar con responsabilidad para evitar que la espuma crezca y acabe creando un peligroso sentimiento de frustración. Quizás sea esta la buena interpretación. Pero existen otras. Por ejemplo, que en los tres años que llevamos de nuevo Estatut, cada día más catalanes estarían llegando a la conclusión que este no ofrece el horizonte político, social, económico y cultural que ambicionan. Que el encaje en España ha dejado de tener interés, por no decir que es un lastre ahora menos llevadero que nunca. Y que ya es hora de probar la vía de la independencia. En definitiva que, siguiendo a Aristóteles, una imposibilidad probable (la independencia) es preferible a una posibilidad improbable (el federalismo). Un veinte por ciento de los votos, conseguidos en un marco de apatía informativa, ya es mucho más de lo que obtienen los partidos con grandes y costosas campañas y en un clima de presión institucional. El tiempo dirá quién acertaba en su valoración y cuáles son las consecuencias que los ciudadanos más políticamente activos, y por lo tanto mejor informados, se vean mejor o peor interpretados en sus medios de comunicación.
El segundo gran interrogante debe dirigirse a cómo el independentismo va a encarar sus enormes desafíos. En primer lugar, está la cuestión de cómo se va a canalizar el empuje despertado a través de las consultas. La pregunta sobre el día después es la primera en todos los actos en los que he participado. La capacidad por mantener un doble plano, el de un movimiento social autónomo y plural, distante y en tensión con las nuevas ofertas electorales que puedan surgir, a estas alturas inevitablemente precipitadas, no es nada fácil. El movimiento social debería sobrevivir a cualquier éxito o derrota electoral de estas, incluso a cualquier fiasco futuro una vez en el Parlament. En segundo lugar, está la amenaza lógica de la fragmentación propia de todo arranque de un movimiento social mientras no se asientan los liderazgos. La historia de todos los partidos que ahora alardean de estabilidad -siempre relativa-empezó también de esta manera, y no puede exigirse a los nuevos madurez antes de hora. Pero lo cierto es que la amenaza de la división está a flor de piel, que los actuales liderazgos no parece ser los que acabarán cuajando y que la tentación populista es tan comprensible como peligrosa.
Finalmente, el independentismo debe llenarse de contenido si quiere ser algo más que una simple fuerza para desplazar el centro de los equilibrios políticos actuales. Su éxito estaría en convertirse en una nueva corriente política central, un main stream que, por debajo de las divisiones ideológicas habituales, cambiara el curso de nuestra historia para permitirnos ser sujetos de nuestro propio futuro como nación libre. Pero ninguno de los desafíos tiene aún respuesta clara.
Publicado por La Vanguardia-k argitaratua