A fines de septiembre de 1512 parecía que el castillo de naipes montado por los españoles para la ocupación militar de Navarra podía colapsar en cualquier momento y de manera estrepitosa. El asedio de Sainy-Jean-Pied-de-Port se alargaba más de lo esperado, al tiempo que el frío de comienzos del otoño y las continuas lluvias endurecieron las condiciones de vida de los soldados ocupantes. Llevaban muchísimo tiempo sin recibir sus pagas, y encima las columnas de suministros provenientes de Castilla eran continuamente atacadas y asaltadas, con lo cual el hambre se añadió al resto de los problemas acumulados.
Así las cosas, la moral y la acometividad del ejército español cayeron en picado, y compañías enteras abandonaron el campamento y desertaron. Una de las unidades destacadas en Donibane Garazi (Saint-Jean-Pied-de-Port) llegó a amotinarse de forma abierta el 24 de septiembre, desafiando la autoridad de sus mandos militares. El asunto era muy delicado, especialmente porque las compañías sublevadas estaban compuestas por aguerridos veteranos de las guerras de Italia, donde al parecer habían servido a las órdenes del Gran Capitán. Luis de Correa, un soldado español de los que invadió Navarra, dejó escrita una crónica sobre la campaña de 1512, y en ella narra con todo lujo de detalles la gravedad del momento. Cuando el Duque de Alba envió al coronel Villalba y a su guardia a parlamentar con los soldados sublevados, estos les despidieron de malas maneras, les agredieron e incluso mataron a uno de los hombres del sanguinario coronel. Así las cosas, fue el mismísimo Duque de Alba, que poco antes había afirmado que ahorcaría a todos los sublevados, quien tuvo que intervenir para apaciguar los ánimos y, guardándose su orgullo, dirigirles una alocución en la que se refería a ellos como “compañeros y amigos”.
Para rematar este preocupante panorama, el día 30 de septiembre de 1512, hoy hace exactamente 500 años, el rey Juan de Albret, Juan III de Navarra, asentado en la cercana Donapaleu (Saint Palais), emitía una desafiante carta en la que trataba a Fernando de Aragón como “persona de mala condición”, tirano y usurpador, y proclamaba su intención de recuperar el reino por la fuerza de las armas. Y no se trataba de una fanfarronada, puesto que para esas fechas el contraataque navarro estaba ya preparado. Al saber esto el mariscal don Pedro, que se encontraba prisionero de Fernando en calidad de rehén, escapó para unirse a su rey y participar en dicho contraataque.