Este fin de semana, y sobre todo hoy, en toda Escocia se realizan conmemoraciones de los diez años del referéndum de independencia que se hizo –y perdió– en el 2014.
Como recordarán, aquel referéndum, del que hoy se cumplen diez años exactos, se dio de acuerdo con el gobierno británico y significó un paso adelante extraordinario para el independentismo escocés. Pese a la derrota en esa votación y a pesar de lo evidente de que Londres no volverá a autorizar ningún otro referéndum, la independencia de Escocia –tanto más después del Brexit– se ha convertido en una idea referente que no desaparece ni en medio de la crisis monumental en la que se ha volcado el SNP, el gran partido independentista escocés, ahora en horas muy bajas.
La conmemoración de estos diez años tiene una repercusión importante y muchos políticos e intelectuales escoceses reflexionan estos días sobre qué habría pasado si Escocia se hubiera convertido en independiente hace diez años y sobre qué debe pasar para que lo sea. Y yo he encontrado especialmente interesantes las reflexiones del periodista y sociólogo Robin McAlpine, en varias intervenciones, como en este debate con Alex Salmond (1).
Inevitablemente, hay autores que, hablando de la conmemoración de los diez años del referéndum, introducen la medida del tiempo, el debate sobre el paso del tiempo y la acción política –como ocurre con el historiador, y referente independentista, Thomas M. Devine, que opina que el proceso está muerto por una generación. Es un debate que vale la pena y que entiendo que se extiende en tres direcciones: el tiempo como confirmación del cambio, en el orden de los sentimientos; el tiempo como valor de análisis, en el orden de la conciencia; y el tiempo como comprobación de la dirección en la que avanzan las cosas.
El tiempo como confirmación del cambio es fácil de contar. McAlpine pone el ejemplo de las grandes celebraciones del imperio británico. Tradicionalmente, Escocia era la segunda, después de Inglaterra, en el imperio. El segundo cargo destacado en cualquier parte del mundo, generalmente el militar, solía ser escocés y en Escocia las ceremonias patrióticas vinculadas al imperio, la monarquía y la bandera eran seguidas de manera entusiasta. Pero ahora ya no.
Ahora ya no porque, desde que apareció el moderno nacionalismo escocés, pero sobre todo desde el referéndum, Escocia ha levantado un muro sentimental frente a Inglaterra y Reino Unido. Y ni siquiera la muerte de la reina Isabel –que había hecho esfuerzos enormes por acercarse a la población escocesa– tuvo el impacto popular que habría tenido veinte años, cuarenta o sesenta antes. Simplemente en el orden de los sentimientos, que va primero, las cosas han cambiado de arriba a abajo y parece que para siempre. El paso del tiempo confirma este cambio.
En el orden de la conciencia, en el análisis de la actualidad, la cosa es más complicada pero también muy interesante.
McAlpine sostiene que, si Escocia se hubiera convertido en independiente en 2014, hoy, diez años más tarde, todavía se notaría poco en cuanto a la conciencia nacional. Porque los cambios profundos en la mentalidad de la gente operan por generaciones, no por personas. Cree que todavía habría un vínculo social muy fuerte con Inglaterra, aunque algunas cosas sustanciales –como la dominación de los medios de comunicación estatales o la temática de los debates políticos– claramente ya iría cambiando.
Pero, sea lo sea, él afirma que, en el orden material, diez años sería un tiempo suficiente para explicar a la gente cómo había cambiado el país gracias a la independencia. Y, por tanto, propone dar la vuelta a la tortilla: ¿todavía no somos independientes? Bien, ¿y qué nos hemos dejado perder por no serlo? La seguridad social, los transportes, la educación… ¿Cómo estaría Escocia diez años después, liberada del peso muerto del Reino Unido?
Tan sólo queda el tiempo como comprobación de la dirección en la que avanzan las cosas. Y la advertencia que hace todo el mundo, salvo Devine, es de quedarse sólo con las apariencias.
En Escocia el independentismo político e institucional pasa por un mal momento. El SNP se ha desangrado en luchas internas y ha cometido demasiados errores cuando ha gobernado. Se encuentra en una mala situación electoral y los sondeos dicen que perderá el parlamento y el gobierno escocés cuando vuelva a haber elecciones. Por otra parte, no existe ningún plan visible para encauzar el proceso de independencia, como fue durante un tiempo la idea de hacer un segundo referéndum, aprovechando el Brexit. ¿Es necesario, pues, cantar el responso al independentismo, cómo parece hacer el historiador?
Buena parte de los debates de estos días han girado en torno a esto, y la respuesta ha sido que no, en modo alguno. Sobre todo razonando algo simple y lógico: el país se va haciendo maduro, en la medida en que va aprendiendo su camino. Y asumiendo que los errores, por dolorosos que sean, forman parte del aprendizaje de una nación. Saber que los tuyos pueden equivocarse es también una buena manera de prepararse.
Ni que decir tiene que todas estas discusiones me han parecido especialmente apasionantes por la proximidad con la situación catalana. Lo de Escocia es casi un espejo…
(1) https://www.youtube.com/watch?v=4fS-hDN4_FI
VILAWEB