Como vimos hace dos semanas, el día 27 de noviembre de 1512 había fracasado el segundo y definitivo intento por asaltar las murallas de Pamplona, que estaba en manos de los ocupantes españoles. En esas circunstancias, el ejército del rey Johan III de Navarra y sus aliados franceses tuvo que emprender una penosa retirada a Baja Navarra. El tiempo empeoraba rápidamente, y en el trayecto tendrían que cruzar los puertos de montaña, acarreando la impedimenta y la artillería, por lo que su preocupación era más que evidente. Por si fuera poco, el Duque de Alba había enviado diferentes contingentes a hostigar a los que se retiraban. De una parte acudieron banderizos guipuzcoanos como los señores de Lizaur y Berastegi, así como los capitanes navarros Charles de Góngora, Miguel de Donamaría, Ramón de Esparza, Charles de Artieda y Gracián de Ripalda, todos ellos traidores beaumonteses al servicio del Falsario. También desde Gipuzkoa acudió Diego López de Ayala, alcaide del castillo de Hondarribia, así como el Gobernador de la provincia, Juan Silva, a quien escoltaban un grupo de guías guipuzcoanos, conocedores del terreno.
Los encuentros y escaramuzas de estas tropas con la columna en retirada debieron ser abundantes, toda vez que el ejército franconavarro se había ido estirando y disgregando en grupos más o menos numerosos. Pero todo parece indicar que aquel 7 de diciembre de 1512 no se produjo, en modo alguno, la legendaria batalla que determinadas fuentes se ocuparon de contar, exagerada y engrandecida hasta niveles absolutamente ridículos. Lo único verdaderamente cierto parece ser que el grupo de exploradores guipuzcoanos se adelantó a la tropa de Juan Silva, y se topó de bruces con un reducido número de lansquenetes alemanes, rezagados del grupo principal, que transportaban trabajosamente una docena de piezas de artillería, embozados por el barro y la nieve. Sorprendidos y asustados, los alemanes intentaron despeñar los cañones por la pendiente y huyeron sin apenas entablar combate. Muy pronto, buena parte de los grupos de hostigadores se concentraron en torno al jugoso botín, que decidieron transportar a Pamplona, por miedo a perderlo de nuevo a manos de los legitimistas o de los alemanes. Seis días después las tropas de Diego López de Ayala, junto con los guías guipuzcoanos, entraban en la capital navarra transportando consigo los célebres cañones de Belate. A partir de ahí, el mito tomaría pronto el relevo a la historia, para construir un relato interesado y absolutamente desproporcionado.
http://www.noticiasdenavarra.com/2012/12/09/ocio-y-cultura/los-canones-de-belate