El apoliticismo actual se basa en un malentendido, una definición y una concepción erróneas de la política. No existe la neutralidad política ni el apoliticismo. Existe el rechazo a los partidos, el rechazo al sistema político, el miedo a ser explotados, pero no el rechazo a la política. Una breve descripción de las contradicciones políticas de esta afirmación.
“Apolítico”: desde los chalecos amarillos, esta noción ha surgido a menudo. ¿Qué traduce y qué revela sobre la supuesta relación con la política en nuestra sociedad? Un breve texto para esbozar una parte importante del debate público que a veces se pasa por alto y para abordar ciertas características fundamentales.
Antes de la crisis de los chalecos amarillos, era una palabra utilizada un tanto descuidadamente para expresar la idea de que estábamos por encima de la política, poco interesados en ella y, sobre todo, totalmente indiferentes a los partidos políticos. A pesar de todo, siguió siendo un concepto relativamente anónimo. Decir esto es afirmar algo relativamente cierto pero que olvida ciertas nociones históricas del apoliticismo.
El apoliticismo es una ideología que ya podemos percibir entre los epicúreos, que consideraban filosóficamente relevante distanciarse de los asuntos de la ‘Ciudad’ y de sus diversas aventuras. Esto permitió una mejor observación y un análisis más detallado, así como la capacidad de evitar el sufrimiento. No es precisamente una cuestión de apoliticismo entre los epicúreos sino de distanciamiento y negativa a participar en los asuntos públicos. Pero el hecho es que este enfoque filosófico siguió siendo una posición política encaminada a lograr la felicidad.
El apoliticismo moderno es concomitante con el aumento de la abstención en las democracias occidentales y tiene poco que ver con una posición filosófica. Pero al contrario de lo que escuchamos de los expertos en los medios, el apoliticismo es plural. Si la desconfianza hacia los líderes es una causa importante, no es la única y las motivaciones para definirse como apolítico son diversas.
Durante la crisis de los chalecos amarillos, la demanda de apoliticismo provino de varios factores, a su vez bastante complejos de distinguir. El primero no fue ver la Causa recuperada y explotada por los partidos políticos sino también por los organismos intermedios. De manera bastante intuitiva, los chalecos amarillos consideraron que para recuperar su poder era esencial impedir que quienes habitualmente lo ostentan pudieran volver a confiscarlo.
Por lo tanto, no era necesario que conexiones ideológicas crearan puentes no deseados. Esto nos permite abrir una aclaración sobre los partidos políticos porque esta observación indica que estos partidos ya no son considerados por los ciudadanos como medios para transmitir sus aspiraciones al debate parlamentario o ejecutivo, pero también que los partidos ya no son estructuras en las que se pueda confiar.
Tradicionalmente, los colectivos sólo aspiraban a que sus demandas fueran aceptadas para que pudieran concretarse en una acción parlamentaria o para que el gobierno las tuviera en cuenta. Los chalecos amarillos querían lo contrario y al declararse apolíticos era también una forma de tomar directamente el poder. De hecho, la democracia representativa parece estar en crisis porque los representantes no logran representar fielmente las aspiraciones de los ciudadanos. Y la paradoja es interesante: para ostentar el poder político parecía necesario declararse apolítico.
El apoliticismo se basó en otro principio: el rechazo de ideologías. Al no asociarnos a ningún sistema de ideas que pueda dividir, corromper o alterar un mensaje concreto y pragmático. El apoliticismo entre los chalecos amarillos fue también una forma de reducir las cosas a lo que son, condiciones materiales de existencia, condiciones de vida cotidiana y excluirlas del campo político para que puedan ser tomadas en serio.
La política sería entonces algo totalmente inútil o carente de seriedad. De gravedad. Esto recuerda en cierto modo a una banderilla de Coluche que durante la presentación de su candidatura a las elecciones presidenciales declaró que se postulaba para robar el trabajo de los políticos, ya que ellos mismos le estaban robando su trabajo de payaso.
Esto también puede ser una indicación. Señalar a los políticos como no parte del mismo mundo, establecer una frontera entre los ciudadanos y ellos, establecer la idea de que ya no son tomadores de decisiones, que ya no son representantes y que la política ha fracasado.
Pero todas estas afirmaciones, por lógicas que sean, se basan en una definición errónea de política. De hecho, restringir la política a los partidos, los organismos intermedios y las instituciones estatales es falaz pero también peligroso en más de un sentido. Porque al crear artificialmente tal separación, las personas apolíticas afirman la idea de que el poder político está fuera de su alcance y pertenece a una casta fuera de la sociedad. Si de hecho podemos observar un fenómeno de castas, no es el resultado de instituciones sino de un conflicto de clases sociales donde dominan las dominantes. Si esto puede ser facilitado por las propias instituciones, no son ellas las que están en el punto de mira, sino sus encarnaciones. Pensar la política fuera del espacio público significa pensarla como inaccesible. Sin embargo, el principio es reapropiarse de la política y por tanto establecerla como lo que es: la organización de poderes y relaciones en la sociedad.
Reivindicar el propio apoliticismo significa también excluirse de esta definición, lo que ha producido una extraña paradoja entre los chalecos amarillos: reivindicar el poder de decisión excluyendo la política, o precisamente la posibilidad de participar en poderes estructurantes. Significa también excluirse de la vida pública ya que implica nada más y nada menos que renunciar a la parte política de la noción de ciudadanía. Hay pocas dudas sobre la concepción errónea de la política en la opinión pública.
Y esta confusión es similar entre las personas que dicen ser apolíticas en general. Por la falsa creencia de estar desprovistos de toda ideología, se produce un rechazo desconocido e involuntario de todos los principios que garantizan sus libertades individuales y que determinan sus derechos.
El ejemplo de los chalecos amarillos, sin embargo, no es suficiente. Hay otros. Tomemos como ejemplo la comunidad de los Zeteticistas (1) o la Mente Crítica en general, que en última instancia está bastante alejada del primer ejemplo y que podría compararse con la posición de los epicúreos. Sin embargo, la conexión es falaz y el debate entre quienes afirman una posición política y quienes la defienden, los argumentos son bastante clásicos y habituales. Y también se basan en dos principios para este último:
– El prejuicio de considerar que son impermeables a las creencias y por extensión a los sistemas de creencias.
– La irónica creencia de que alcanzarán la verdadera objetividad.
Simplemente llamarse apolítico es una posición política. Es separarse con participación en el espacio público, de manera contradictoria ya que es una demanda y por tanto una participación en la expresión pública. Y esta afirmación se basa en la creencia de que el apoliticismo es mejor que el resto.
Algunos, al ver el peligro, han argumentado que se debe demostrar neutralidad política, pero esto también ignora el hecho de que la neutralidad es en sí misma una posición política. De hecho, rechazar la política o eximirse de ella significa en última instancia reivindicar derechos, libertades, que forman parte plenamente del campo político. El pensamiento crítico es también una herramienta política ya que permitirá estructurar el sistema escolar o los métodos de educación.
Cuando John Dewey publicó ‘How We Think’, un auténtico libro fundacional del pensamiento crítico, desarrolló el pensamiento político en torno a un modelo de educación participativo en la construcción de una democracia ilustrada. Lo mismo ocurre con la Ilustración o Kant. El pensamiento crítico nunca ha sido un pensamiento experto, o la negativa a expresarse sobre política sino simplemente considerar lo que es falso, lo que es válido y atenerse a lo que parece válido para construir una observación o producir una reflexión. Y esto, como lo describió Dewey a lo largo de la investigación. Y considerar, como se puede decir, que podemos expresarnos sobre temas políticos porque no tenemos la experiencia es una contradicción total con la vida en democracia y con el principio mismo de igualdad cívica.
Las personas apolíticas son conocidas como tales porque dicen serlo. Y al igual que los chalecos amarillos, son los que luchan con más fervor. Pero una lucha apolítica es un oxímoron. No podemos luchar dentro del espacio público, luchar por los derechos, luchar contra los abusos, luchar contra los extremos y pretender separarnos de la actualidad de la sociedad, de lo que la constituye. Y finalmente realizar un análisis crítico sobre los fenómenos o principios que estructuran la sociedad y el sistema que la constituye induce necesariamente a una posición política. Dependiendo del radicalismo, podemos incluso pensar que se trata de posiciones revolucionarias o llenas de significado político.
Tampoco existe la neutralidad política o el apoliticismo. Está el rechazo a los partidos, el rechazo al sistema político, el rechazo a los discursos, el miedo a ser explotados, pero no el rechazo a la política. El rechazo a la política sólo puede ser silencioso y matizar una total indiferencia hacia los asuntos ajenos. De lo contrario, se trata de una posición política que puede ser antisistema, subversiva, revolucionaria, radical o incluso moderada.
Si tomamos otro ejemplo, que es el de las clases sociales precarias o pobres, la abstención y el apoliticismo tienen su origen en la violencia sufrida y repetida que una sociedad inflige por falta de protección social, económica o de seguridad. Principios que el Estado debe respetar y que no respeta, causando sufrimiento diario entre personas que acaban por no esperar nada de los cargos electos que se suceden sin cambiar nada.
Incluso la abstención es una expresión, y una negativa pública, es decir integrada en el espacio público, a elegir por desinterés o desconfianza, es una posición política. Además, si este argumento puede parecer engañoso, lo ilustra el hecho de que los abstencionistas no renuncian a su ciudadanía y, aunque sea por defecto, a pesar de la necesidad, disfrutan de derechos y libertades que los integran automáticamente en el espacio público y en la estructura política de la sociedad. Muchos también quieren que se tenga en cuenta la abstención en la votación. Y lo que puede ser frustrante cuando no quieres esta integración automática de tu decisión en el espacio público es que no puedes evitarlo. Incluso si inevitablemente eludirlo y escindirse por completo es en sí mismo una posición política individual, un pensamiento que se puede encontrar entre ciertos autores anarquistas en particular.
Además, declarar que uno es apolítico porque no se siente representado por los partidos no tiene sentido, y simplemente demuestra que el pensamiento político de la persona no está representado por los partidos, no que nadie tenga comentarios o pensamientos políticos.
Decir que uno es neutral y que no elige es en sí mismo una elección. La neutralidad es una elección y pensar que el sistema actual no es adecuado es una opinión política.
También el apoliticismo es una respuesta política a una sociedad que carece de diversidad política. Diversidad a través de una reproducción social estandarizada en los partidos, pero también falta en la expresión de ideas o en la defensa de los derechos de la mayoría de la población. Es decir, si esquematizamos la fórmula “son todos iguales, no cambiarán nada”.
Un último punto se refiere a la confusión entre ser apolítico y ser objetivo. La opinión de que no elegir entre izquierda o derecha, entre un bando u otro y defender el apoliticismo en nombre de la objetividad no funciona. Porque esta afirmación también se fundamenta en un análisis político que forma parte de un debate que es la desconfianza de los ciudadanos o de una parte de la sociedad hacia los partidos políticos y su representatividad. Un debate eminentemente político.
En conclusión, el apoliticismo es una respuesta política a una sociedad que tiene estructuras políticas que no consideran lo bastante la pluralidad y multiplicidad de necesidades, convicciones, opiniones y situaciones de los ciudadanos. Pero también un Estado que no garantiza un ejercicio real de la democracia a estos mismos ciudadanos y que plantea tantos obstáculos para tener en cuenta el discurso individual pero también colectivo que se constata un rechazo, por parte de los ciudadanos, al Estado y a los poderes que lo estructuran.
Si los asuntos públicos conciernen a un público restringido y la democracia no reúne la multiplicidad de situaciones, entonces cada vez menos personas respetarán este sistema o participarán en él. En definitiva, el único apoliticismo auténtico sería el que no se construye en acto. Entonces es imposible.
(1) https://es.thefreedictionary.com/zet%C3%A9tica
BLOG DE JIMMY BEHAGUE (Presidente de Neurodiversidad-Francia)