Voy a demostrar por qué creo que no tengo madera de político profesional. Si en estos momentos tuviera la máxima responsabilidad en la dirección de un partido político, me lanzaría al vacío haciendo absolutamente transparentes las cuentas, contando con todo lujo de detalles las fuentes de financiación y los mecanismos -formales, informales, incluso los poco confesables- a los que se recurre, la naturaleza de los gastos, los sueldos del personal profesionalizado así como la dedicación al partido de los cargos públicos pagados por la propia administración. También, por supuesto, detallaría las relaciones con empresas públicas en las que se tiene influencia y con las entidades financieras con las que se tienen contraídos compromisos crediticios o de otro tipo. Lógicamente, daría cuenta de cuántos militantes estarían al día del pago de las cuotas, de los gastos suntuarios y de representación y de los costes de imagen y comunicación. Finalmente, intentaría dar cuenta de los vínculos directos e indirectos con otras organizaciones, particularmente con los medios de comunicación -periodistas con carnet del partido- y con organismos públicos de todo tipo -incluidos, claro está, los cargos universitarios bajo control-, detallando los representantes del partido puestos en los consejos de todo tipo de organizaciones públicas y privadas, tales como sindicatos, consejos técnicos y asesores o medios públicos de comunicación. Posiblemente olvido algún otro aspecto que debería hacer constar en tal declaración pública, pero con lo dicho, creo que el lector ya puede hacerse una idea de la intención de fondo.
Lo más curioso del caso es que lo que querría hacer transparente es un tipo de información que la mayor parte de las organizaciones ya deben declarar. Particularmente, los organismos públicos están sujetos a la máxima transparencia y publicidad de sus cuentas -pienso, por ejemplo, en mi universidad-, pero también las empresas privadas dan cuenta de sus movimientos contables con todo lujo de detalles a la administración pública. Soy consciente de que entre la información que he indicado al principio hay datos que no suelen constar en una auditoría normal. Pero por la naturaleza de un partido político, creo que sí debería hacerse constar también aquellos vínculos que le permiten controlar o influir en el entramado social.
Las consecuencias de poner a la vista de todo el mundo lo que es la realidad de un partido político serían múltiples. Por una parte, el maremoto que se produciría, obligaría a los demás partidos a proceder a una operación similar para no quedar como sospechosos de ocultar información poco honorable. La catarsis política sería monumental. En segundo lugar, una actuación responsable obligaría a revisar las formas de organización y a proponer alternativas. Habría que buscar soluciones válidas para, a partir de aquel momento, seguir adelante con otras reglas. Finalmente, debería revisarse de arriba abajo las formas de relación de la administración pública con la sociedad política, particularmente en los casos que viene mediada por los partidos políticos. Actualmente existe una presencia exagerada de la administración pública en la sociedad civil que tiene poco que ver con el Estado de bienestar y mucho con el control político y puramente burocrático de la misma. He escrito en alguna otra ocasión que los partidos han desarrollado maquinarias tan desproporcionadas en relación con la que debería ser su función principal que, después de revisar su eficiencia y capacidad para atraer a la excelencia -tal como los gobiernos suelen exigir a las empresas o a las universidades- deberían aplicarse un ERE y reducir sus estructuras hasta lo necesario. Pero lo mismo debería hacerse en la propia administración pública. El tiempo que se pierde en solucionar los problemas que ella misma crea por la desmesura de su tamaño da cuenta de sobras de la baja productividad de nuestro sistema productivo. Como aquel aleteo de la mariposa que llega a provocar un temporal en el hemisferio opuesto de
Entiendo que el riesgo de tal “operación transparencia” sería enorme. Por una parte, por si tratando de evitar el cataclismo, me quedara solo en el intento. Por otra parte, por las múltiples ramificaciones que se producirían, dejando al descubierto no solo a los intereses del propio partido, sino a los de quien, en sentido contrario, se hubiera acercado al partido buscando su capacidad de influencia en los gobiernos y en las negociaciones legislativas o en los presupuestos para provecho propio. En cualquier caso, una “operación transparencia” no debería confundirse ni con un “tirar de la manta” como si lo oculto fuera necesariamente ilegítimo, ni con el recurso al “ventilador” para enmarañarlo todo. Justo al contrario, y aunque aparecieran aspectos discutibles, de lo que se trataría es de hacer posible la recuperación de la confianza en la política para facilitar el control de la acción política por parte de los ciudadanos. Así de simple, así de claro, así de peligroso. ¿No es cierto que ahora comprenden por qué no tengo madera para la política?