Literatura y sufrimiento

El monte Ararat es un símbolo de Armenia que sufrió el genocidio perpetrado por los turcos en 1915.

Hay miradas poéticas y literarias que son tanto o más poderosas que las crónicas sobre la actualidad de un conflicto que ocupa la atención local o internacional. Cada vez que se modifican las frágiles fronteras o se mueven ejércitos en Asia Central o en Mesopotamia se agitan los orígenes de nuestra civilización. No sabemos exactamente en qué lugar de Asia Menor se encuentran las ruinas de Troya y, en cambio, la mitología griega nos presenta los cantos de la Ilíada de Homero como unas crónicas bélicas de una gran frescura histórica y literaria.

Se han removido las cenizas del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán y vuelven a sangrar las heridas de pueblos pequeños que han mantenido su identidad a pesar de haber sufrido el desprecio y la persecución de vecinos más poderosos y dominantes como Rusia, Turquía o Irán. No pretendo entrar en la complejidad del actual conflicto.

Pero si el futuro me ofreciera la oportunidad de viajar a un país no conocido escogería Armenia. Y lo haría de la mano de uno de los grandes escritores del siglo pasado, Vasili Grossman, un periodista ruso de origen judío que dejó escritas unas páginas memorables sobre la historia, el carácter y los sentimientos de los armenios.

Grossman es el tipo de escritor que es una referencia por su mirada libre sobre los acontecimientos que le tocó vivir. Fue el que primero escribió sobre la monstruosidad del campo de exterminio de Treblinka y el que habló del Holocausto al contemplar en directo los cadáveres y restos de miles de judíos asesinados por órdenes directas de Hitler. Si Guerra y paz de Lev Tolstói es la gran historia de la guerra provocada y perdida por Napoleón en Rusia, Vida y destino de Vasili Grossman es el gran relato de la victoria de las tropas soviéticas de Stalin sobre el ejército nazi en el frente oriental.

La brutalidad de la batalla de Stalingrado, la de las afueras de Moscú y la entrada del ejército Rojo en Berlín en 1945 son episodios descritos por Grossman con una gran calidad literaria. La carta que le deja su madre judía, eliminada por los nazis en Ucrania antes de que su hijo llegara con las tropas soviéticas como corresponsal del diario Estrella Roja de Moscú, es uno de los documentos más desgarradores de aquella terrible tragedia humana.

Grossman es enviado a Armenia para alejarlo de Moscú y de la posible relación con círculos intelectuales occidentales. Una copia del Doctor Zhivago de Boris Pasternak había llegado clandestinamente a Italia y fue publicada en 1957 por el editor de izquierdas Giangiacomo Feltrinelli, y obtuvo el premio Nobel de Literatura al año siguiente.

En los meses de exilio silencioso en Armenia, sin entender el idioma del país, produce Que el bien os acompañe, un libro que no se publicó aquí hasta el 2019 con una espléndida traducción de Marta Rebón. Es un texto de una belleza literaria extraordinaria sobre una pequeña nación que no ha digerido todavía, ni nunca lo digerirá, el genocidio que los turcos perpetraron a cientos de miles de armenios que fueron eliminados en las matanzas de 1915.

En la narración de Grossman se detecta una complicidad y una comprensión hacia un pueblo que sufrió su propia Shoá treinta años antes que los judíos. Llega solo a Ereván, la capital de Armenia, después de tres mil kilómetros en tren desde Moscú. No le espera nadie ni sabe dónde hospedarse.

Observa y escribe sus pensamientos porque está convencido de que aquellas reflexiones no se publicarán jamás. No practica la fe judía pero no puede dejar de emocionarse al contemplar el monte Ararat, en cuya cima el arca de Noé tocó tierra después del diluvio, según se desprende del relato bíblico. El paisaje y las gentes de un pueblo antiguo, muy viejo, pasan por las páginas de esta excelente narración.

Observa la montaña sagrada de los armenios con la cúspide nevada, soleada, azul y blanca. Discurre por la historia de una cultura milenaria con la mirada de alguien que está alejado del Moscú de Jruschov y que observa que todo ha cambiado con la muerte de Stalin pero todo sigue igual.

Encuentra la libertad en una nación históricamente escondida en Asia Central, la primera que fue golpeada colectivamente por las ignominias del siglo pasado, atrasada y pobre, en uno de los confines del imperio soviético.

Grossman escribe un fresco humano e histórico de un país que ha sufrido pero no se ha rendido. No es un libro de viajes sino un ensayo con rasgos muy íntimos de la vida ordinaria de gente sencilla. La reflexión íntima sobre un pueblo que ha sufrido la expresa diciendo que el “don supremo de la humanidad es la belleza del alma, la generosidad, la nobleza y la valentía personal en nombre del bien”.

Estuve en la guerra, escribe, crucé diversas veces el Volga bajo el fuego enemigo, caí al suelo por las bombas de los aviones nazis… pero nunca experimenté un temor semejante al de aquel autobús nupcial en el que viajaba como convidado a una boda a los pies de la bíblica montaña de Ararat. Durante el banquete un armenio se dirigió a él para comparar los genocidios infligidos sobre dos pueblos en un mismo siglo.

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Literatura y sufrimiento

Publicado en La Vanguardia el 14 de octubre de 2020