Libia

Juan Cole

Carta abierta a la izquierda sobre Libia

SinPermiso

 

Publicamos a continuación la Carta abierta a la izquierda sobre Libia del profesor norteamericano Juan Cole en una versión castellana que apareció en su propio blog (Informed Comment). Su texto ha provocado una interesante polémica en los medios de la izquierda académica norteamericana.

Tal como yo lo esperaba, ahora que la ventaja de Gadafi en materia de blindados y armamento pesado ha sido neutralizada por la campaña aérea de los aliados de las NNUU, el movimiento de liberación está reganando territorio perdido. Los libertadores han retomado las localidades petroleras claves de Ajdabiya y Brega (Marsa al-Burayqa) entre el sábado y la mañana del domingo y parecían decididos a avanzar más hacia el oeste. Con certeza este rápido avance se ha hecho posible en parte gracias al odio a Gadafi que impera en la mayoría de la población de eses ciudades. La cuenca de Buraiqa contiene gran parte de la riqueza petrolífera de Libia y el Gobierno de Transición en Benghazi volverá a controlar en breve el 80 por ciento de este recurso, una ventaja en su lucha contra Gadafi.

Yo estoy abiertamente alentando al movimiento de liberación, contento de que la intervención autorizada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas los haya salvado de ser aplastados. Aún recuerdo lo desilusionado que estuve de adolescente cuando se les permitió a los tanques soviéticos ponerle fin a la Primavera de Praga y extirpar el socialismo con rostro humano. Nuestro mundo moderno multilateral tiene mayores espacios para el cambio exitoso y el desafío al totalitarismo que lo que tenía el antiguo mundo bipolar de la Guerra Fría, cuando los EEUU y la URSS frecuentemente se respetaban mutuamente sus esferas de influencia.

La intervención en Libia, autorizada por Naciones Unidas, ha puesto en el tapete cuestiones éticas de la mayor importancia y ha dividido a los progresistas de un modo desafortunado. Espero que podamos tener un debate sereno y civilizado de los aciertos y errores a este respecto.

En la superficie, la situación en Libia hace una semana y media planteaba una contradicción entre dos principios claves de una política de izquierda: apoyar a la gente común y oponerse a la dominación extranjera que les afecta. Los trabajadores y el pueblo de Libia se habían levantado para derribar al dictador de una ciudad a la otra – Tobruk, Dirna, al-Bayda, Benghazi, Ajdabiya, Misrata, Zawiya, Zuara, Zintan. Incluso en la capital Tripoli, los barrios obreros tales como Suq al-Jumah y Tajoura habían expulsado a la policía secreta. En las dos semanas que siguieron al 17 de febrero casi no habían signos de que los manifestantes estuvieran armados o fueran violentos.

La calumnia levantada por el dictador, de que los 570000 habitantes de Misrata y los 700000 de Benghazi eran partidarios de “al-Qaeda,” no tenía fundamento. Que unos cuantos jóvenes libios de Dirna y alrededores hayan combatido en Iraq es simplemente irrelevante. La resistencia árabe sunita en Iraq en su mayor parte fue llamada ‘al-Qaeda’ de manera imprecisa, lo que es un calificativo propagandístico en este caso. En todos los países con movimientos de liberación existieron simpatizantes de la resistencia sunita iraquí; de hecho las encuestas de opinión demuestran que tales simpatías son casi omnipresentes en el mundo árabe sunita. En todos esos países existió al menos algunos movimientos fundamentalistas. Eso no era razón suficiente para desearles mal a los tunesinos, egipcios, sirios y otros. El asunto es qué tipo de liderazgo estaba surgiendo en lugares como Benghazi. La respuesta es que simplemente fueron los notables de la ciudad. Su hubiera un levantamiento en contra de Silvio Berlusconi en Milán, probablemente congregaría a empresarios y obreros fabriles, católicos y seculares. Sería simplemente el pueblo de Milán. Es posible que aparezcan unos pocos ex miembros de las Brigadas Rojas, así como quizás alguna figura del crimen organizado. Pero difamar a todo Milán en base a ello sería pura propaganda.

Entonces los hijos de Muammar Gadafi lanzaron a sus brigadas blindadas y fuerza aérea a bombardear a las multitudes civiles y a dispararles con proyectiles de tanque. Los miembros del Consejo del Gobierno de Transición en Benghazi han estimado en 8000 las muertes ocurridas cuando las fuerzas de Gadafi’s atacaron y sometieron a Zawiya, Zuara, Ra’s Lanuf, Brega, Ajdabiya y los distritos obreros de la propia Tripoli, usando munición de guerra disparada a manifestaciones indefensas. Si 8000 era una exageración, simplemente “miles” no lo era, como lo atestiguan medios de izquierda tales como Democracy Now! de Amy Goodman. Cuando las brigadas de tanques de Gadafi arribaron en los distritos sureños de Benghazi, se alzó la perspectiva de una masacre de gran escala entre los rebeldes comprometidos.

La autorización dada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que estados miembros de NNUU intervinieran para evitar esta masacre planteó entonces la interrogante. Si la izquierda se oponía a la intervención, de hecho aceptaba la destrucción, por parte de Gadafi, de un movimiento que representaba las aspiraciones de la mayor parte de los trabajadores y los pobres de Libia, junto a gran número de empleados y capas medias. Gadafi habría restablecido su dominio, habiendo aplastado al movimiento de liberación como a un insecto y el país puesto de nuevo bajo el imperio de la policía secreta. Las consecuencias del resurgimiento de un perro rabioso, enojado y herido, sus arcas repletas de miles de millones petroleros, podrían haber sido perniciosas para los movimientos democráticos a ambos lados de Libia, en Egipto y en Túnez.

Los argumentos en contra de la intervención internacional no son triviales, pero todos implicaban que la comunidad internacional aprobaba el que Gadafi desplegara tanques en contra de multitudes civiles inocentes que no hacían más que ejercer su derecho de reunión pacífica y de petición para con su gobierno. (Simplemente no es verdad que gran número de manifestantes haya tomado las armas desde un principio, aunque algunos fueron después forzados a hacerlo por la campaña militar agresiva de Gadafi en su contra. Aún no existen tropas entrenadas dignas de mención del lado rebelde).

Algunos han levantado el cargo de que la acción de Libia tendría un olor neoconservador. Pero los neoconservadores odian a las Naciones Unidas y la quisieran destruir. Fueron a la guerra en Iraq pese a la falta de una autorización por parte del CSNU, de una manera que claramente contravenía la Carta de Naciones Unidas. Su portavoz, con breve pasada por el cargo de embajador ante Naciones Unidas, John Bolton, efectivamente en un momento negó que las Naciones Unidas siquiera existían. A los neoconservadores les encantó desplegar el músculo norteamericano unilateralmente y refregárselo a todos. Los que no estuvieron de acuerdo fueron objeto de acosos no menores. Francia, según prometió el entonces viceministro de defensa Paul Wolfowitz, sería “castigada” por negarse a caer sobre el Iraq al antojo de Washington. La acción de Libia, por contraste, cumple con todas las normas de derecho internacional y consultas multilaterales que los neoconservadores desprecian. No ha habido mezquindad. A Alemania no se le ‘castiga’ por no participar. Por otra parte, los neoconservadores querían ejercer todo el poder militar anglo-estadounidense para dañar al sector público e imponer una privatización con características de ‘terapia de choque’ con el fin de abrir el país conquistado a la penetración de las empresas occidentales. Toda esta ingeniería social requería botas en terreno, una invasión y ocupación terrestres. Un mero bombardeo aéreo limitado no podía tener por efecto aquella revolución capitalista extrema que buscaban. Libia en 2011 no es como Iraq en 2003 de ningún modo.

Permitir que los neoconservadores se apropien de la intervención humanitaria como su marca registrada, afirmando que siempre sería un proyecto de ellos, le hace un grave daño al derecho internacional y a sus instituciones, dándoles un crédito que no merecen, por asuntos en los que de hecho no creen.

La intervención en Libia se realizó de manera legal. Fue provocada por un voto de la Liga Árabe, que incluía a los gobiernos egipcio y tunesino, países recién liberados. Fue una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el estandar de oro para intervenciones militares, la que instó a su realización. (Contrariamente a lo que algunos alegaron, las abstenciones de Rusia y China no le restan legitimidad ni fuerza jurídica a la resolución; solamente un veto podría haber tenido ese efecto. Cualquiera puede ser arrestado hoy en base a una ley aprobada por el Congreso, en cuya aprobación algunos diputados se hayan abstenido.)

Entre las razones dadas por los críticos para rechazar la intervención se cuentan:

1. Un pacifismo absoluto (el uso de la fuerza siempre es equivocado)

2. Un anti-imperialismo absoluto (cualquier intervención externa en asuntos de los países es equivocada).

3. Pragmatismo anti-militar: una creencia de que ningún problema social puede resolverse de manera útil por medio del uso de la fuerza militar.

No abundan los pacifistas absolutos y yo voy a asumirlos simplemente y seguir adelante. Yo personalmente prefiero una opción por la paz en política mundial, en la que ésta debería ser la posición inicial por defecto. Pero la opción de paz se falsea en mi mente ante la oportunidad de parar un crimen de guerra de mayor envergadura.

Los izquierdistas no siempre son aislacionistas. En EEUU, gente progresista de hecho fue a pelear en la Guerra Civil Española, formándose en la Brigada Lincoln. Esa fue una intervención extranjera. Los izquierdistas no tienen problemas con la intervención de Churchill y después de Roosevelt en contra del Eje. Hacer que el ‘anti-imperialismo’ anule a todos los demás valores de manera poco reflexiva lleva a posiciones francamente absurdas. Me faltan palabras para expresar lo molesto que estoy por la adulación de la franja de izquierda del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, sobre la base de que este sería ‘anti-imperialista’ y bajo el supuesto de que sería, de algún modo, de izquierda. Como pilar de un régimen represivo teocrático que reprime a los trabajadores, él es un hombre de extrema derecha y el hecho de que no le gusten los EEUU ni Europa Occidental no lo ennoblece.

La tesis de que los problemas sociales no se resuelven exclusivamente por la fuerza militar puede ser cierta. Pero hay algunos problemas que no se pueden resolver sin que haya antes una intervención militar, dado que no llevarla a cabo permitiría la destrucción de las fuerzas progresistas. Los que argumentan que “los libios” deberían arreglar el asunto entre ellos están deliberadamente ignorando la inmensa superioridad represiva que le es dada a Gadafi por sus jets, helicópteros armados y tanques; los ‘libios’ estaban siendo aplastados inexorablemente. Tal aplastamiento puede mantenerse en efecto durante décadas.

Suponiendo que la misión de la OTAN en Libia autorizada por la ONU es realmente limitada (esperan que a 90 días) y que se evite una ocupación militar extranjera, la intervención probablemente sea cosa buena en su conjunto, por muy desagradable que sea la grandilocuencia de Nicolas Satkozy. Por supuesto que no merece la confianza de los progresistas, pero, muy a su pesar, sus posibilidades están crecientemente acotadas por las instituciones internacionales, lo que limita el daño que podría causar mientras la campaña de bombardeo llega a su fin (Gadafi solamente tenía 2000 tanques, muchos de los cuales en mal estado, y no tardará en llegar el momento en que le queden tan pocos y los rebeldes hayan capturado una cantidad suficiente para nivelar el campo de juego, que poco más se pueda lograr desde el aire).

Muchos lloran hipócritamente, citando otros lugares donde podría ponerse en práctica una intervención o expresando temores de que con Libia se establezca un precedente. A mi no me convencen esos argumentos. La intervención militar es siempre selectiva, en función de una constelación de voluntad política, capacidad militar, legitimidad internacional y limitaciones prácticas. La situación humanitaria en Libia era bastante singular. Se tenía a un conjunto de brigadas de tanques dispuestas a atacar a los disidentes, ya responsables por miles de víctimas y con la perspectiva de otros miles de muertos por delante, siendo que una intervención aérea por parte de la comunidad mundial podía marcar una diferencia rápida y eficaz.

Esta situación no estaba dada así en la región de Darfur, en Sudan, donde el terreno y el conflicto eran tales que la sola intervención aérea habría sido inútil y solamente con tropas terrestres habría podido tener una esperanza de se eficaz. Pero oda una ocupación norteamericana del Iraq no pudo evitar los enfrentamientos urbanos entre sunitas y chiítas en los que murieron decenas de miles, por lo que incluso con botas en el terreno extenso de Darfur la operación podría haber fallado.

Las otras manifestaciones de la Primavera Árabe no son comparables con Libia, porque en ninguno de esos países se ha visto una escala tal de pérdida de vidas humanas, ni ha sido tan central el papel de las brigadas blindadas, ni han pedido los disidentes una intervención, ni tampoco la Liga Árabe. Para la ONU, así de la nada, ordenar el bombardeo de Deraa en Siria en este momento no lograría nada, aparte de suscitar probablemente la indignación de todos los involucrados. El bombardeo de las brigadas de tanques que iban rumbo a Benghazi fue diferente.

Es decir, en Libia la intervención fue pedida por el pueblo que estaba siendo masacrado, así como por las potencias regionales, fue autorizada por el CSNU y pudo en la práctica lograr su objetivo humanitario de prevenir una masacre por bombardeo aéreo y de brigadas blindadas asesinas. Y la intervención podía ser limitada y aún así lograr su objetivo.

Tampoco entiendo la preocupación referente a sentar un precedente. El Consejo de Seguridad no es un tribunal y no funciona por precedentes. Es un organismo político y trabaja por voluntad política. Sus miembros no están obligados a hacer en otras partes lo que están haciendo en Libia, a no ser que así les plazca, y el veto de los cinco miembros permanentes asegura que una resolución como la 1973 raramente se dé. Pero sí hay un precedente que realmente se está sentando y es que si gobiernas un país y envías brigadas de tanques a asesinar un gran número de disidentes civiles, podrás ver tus blindados bombardeados en pedazos. No logro ver, qué hay de malo en eso.

Otro argumento es que la zoma de no vuelo (y la zona de no transitar) se establece con el objetivo de derrocar a Gadafi, no para proteger a su pueblo de él, sino para abrir el camino para una dominación de las riquezas petroleras de Libia por EEUU, Gran Bretaña y Francia. Este argumento es extraño. Los EEUU se negaron a hacer negocios en petróleo con Libia a fines de los 1980 y durante los 1990, cuando podrían haberlos hecho, porque le había impuesto al país un boicot. No quería tener acceso a ese mercado petrolero, que entonces le fue ofrecido a Washington repetidamente por Gadafi. Después de que Gadafi “volvió del frío” a fines de los 1990 (para la Unión Europea) y después del 2003 (para EEUU), las sanciones fueron levantadas y las compañías petroleras occidentales acudieron al país. Las compañías estadounidenses estuvieron bien representadas, junto a la BP y a la empresa italiana ENI. BP firmó con Gadafi un extenso contrato de exploración y no es probable que haya querido que su validez se pudiera en duda por una revolución. Para el sector de la industria petrolera no hay ventajas que se deriven de la remoción de Gadafi. De hecho, es posible que sea más difícil tratar con un nuevo gobierno o este puede no cumplir los compromisos adoptados por Gadafi.

No existe la perspectiva de que a las compañías occidentales se les permita poseer campos petrolíferos en Libia, que fueron nacionalizados hace mucho tiempo. Por último, no siempre es de interés de la gran industria petrolera tener más petróleo en el mercado, ya que esto reduce el precio y – potencialmente – las ganancias. Una guerra en contra de Libia para obtener más y mejores contratos como para hacer bajar el precio mundial del petróleo no tiene sentido en un mundo en el que las ofertas se transan libremente y los altos precios han estado produciendo ganancias récord. No he visto que el argumento de la “guerra por el petróleo” aplicado a Libia tenga sentido alguno.

Me gustaría instar a la izquierda a aprender a masticar chicle y caminar al mismo tiempo. Es posible razonar hasta el final, caso por caso, a una posición ética progresista que apoya la gente común en sus tribulaciones en lugares como Libia. Si simplemente no nos importa que la gente de Benghazi sea víctima de asesinato y represión a vasta escala, no somos gente de izquierda. Deberíamos evitar hacer de la “intervención extranjera” un tabú absoluto a la manera en que la derecha hace un tabú absoluto del aborto, si el hacerlo nos hace ser gente sin corazón (adoptar posiciones inflexibles a priori frecuentemente tiene ese efecto). Ahora es fácil olvidar que Winston Churchill ocupó posiciones absolutamente odiosas desde el punto de vista de la izquierda, que era un colonialista insufrible que se oponían a dejar ir a la India en 1947. Sus escritos están llenos de estereotipos raciales que son profundamente ofensivos cuando se los lee hoy en día. Algunas de sus intervenciones fueron, sin embargo, nobles y contaron casi universalmente con el apoyo de la izquierda de su época. Los aliados de las Naciones Unidas que ahora hacen retroceder a Gadafi están haciendo una buena cosa, cualquier cosa que se piense de algunos de sus líderes individuales.

 

Juan Cole es profesor de Historia y director del Centro de Estudios de Asia del Sur en la Universidad de Michigan. Mantiene un blog muy visitado por la izquierda académica progresista norteamericana (Informed Comment), de donde está sacada esta carta, traducida al castellano por un lector habitual de la página de Cole.

Informed Comment, 27 marzo 2011

 

Andrew Levine

La intervención y sus efectos contraproducentes: ¿A quién piensa Obama que engaña respecto de Libia?

SinPermiso

 

La respuesta es: a los liberales de izquierda. Lo cual no es ninguna sorpresa; los liberales de izquierda andan tan confusos ahora en lo atinente a las “intervenciones humanitarias” como lo estaban en tiempos de Clinton (Bill). Simplemente, no lo pillan, y los que menos lo pillan son los más dispuestos a disculpar a Obama, sean cuales fueren los resultados.

Juan Cole normalmente lo pilla. No esta vez. La semana pasada publicó en su blog Informed Comment algo así como una guía para defensores de Obama perplejos.

A pesar del enfoque de Cole, hay que decir que la mayor parte de lo que pasa por izquierda liberal tanto en Estados Unidos como en Europa se alinea con el Partido de la Guerra. Es una de esas raras ocasiones en que los Demócratas son incluso peores que los Republicanos, aunque sin lugar a dudas el escepticismo voceado por algunos líderes republicanos tiene más que ver con el deseo de debilitar a Obama que con consideraciones de principios o aun pragmáticas.

El artículo de Cole resulta instructivo por su perspicaz forma de explicar la postura proguerra. Después de demonizar convenientemente a Gadafi y ensalzar a los “rebeldes” -una tarea difícil, puesto que de momento son una fuerza incipiente de la que ni él ni nadie conoce gran cosa– para luego distinguir entre esta última guerra y recientes aventuras neo-conservadoras desafortunadas,  Cole continúa enumerando (y refutando) las razones que según él algunos izquierdistas estadounidenses aducen para oponerse a la intervención.

Según él, las razones de la izquierda para oponerse a la guerra en Libia se reducen a un absoluto pacifismo (que prohíbe categóricamente el uso de la fuerza), o a un absoluto anti-imperialismo (que prohíbe categóricamente cualquier intervención en asuntos exteriores), o, por último, a lo que él llama un “pragmatismo anti-militar” (que sostiene que la fuerza militar es en principio incapaz de resolver los problemas sociales).

En la discusión de Cole solo hay alguna leve referencia a la hipocresía de Obama (recordemos su silencio durante el asalto israelí a Gaza y su débil condena de la sangrienta represión en Arabia Saudita), y no se menciona el hecho de que Obama  se implicó en esta última guerra libia por decisión propia, sin la aprobación del Congreso: un precedente peligroso y una falta incriminable  (al menos si nos retrotraemos a los tiempos del Watergate, cuando Richard Nixon fue incriminado por invadir Camboya sin autorización del Congreso). Cole también pasa por alto la contradicción de que haya dinero para una nueva guerra, pero no para subvenir a necesidades urgentes en casa; necesidades todavía más urgentes teniendo en cuenta el apoyo “bipartidista” a la innecesaria, e incluso contraproducente, polígtica de austeridad y reducción del déficit.

Cole se limita a resumir, como es natural, esas razones. Sólo que no son las razones aducidas por quienes se oponen a la intervención humanitaria. El argumento no es que el uso de la fuerza o las violaciones de la soberanía de un Estado sean siempre malos o contraproducentes, sino que en el mundo actual las razones humanitarias encubren maquinaciones imperiales. En principio no debería ser así, pero en la práctica lo es, y este caso no es una excepción.

Los intervencionistas prefieren objetivos fácilmente demonizables; Gadafi es un buen ejemplo. Sin embargo casi nunca, por no decir nunca, ocurre que el lado demonizado sea tan horrible como se pinta o, en el caso que nos ocupa, peor que “los buenos”.  Normalmente esto se ve transcurrido algún tiempo, pero la claridad puede tardar en emerger cuando la máquina propagandística trabaja bien. Así, todavía hay mucha gente “de izquierdas” que demoniza a los serbios y ensalza a musulmanes bosnios y kosovares. En el caso de Libia, la sabiduría convencional puede ser como mínimo igual de difícil de desterrar, a pesar del hecho de que los EEUU y la OTAN están interviniendo en algo que se está convirtiendo sencillamente en una guerra civil.

El carácter y la legitimidad del régimen de Gadafi y los aspectos buenos y malos del combate que tiene lugar en Libia son importantes para nuestra visión y evaluación, y la manera en que se presentan influye mucho en la movilización de la opinión pública a favor de la guerra. Pero estas cuestiones son irrelevantes respecto a la cuestión de si apoyar o no esta intervención humanitaria. Lo que es decisivo aquí es el hecho de que en el mundo real las intervenciones humanitarias lideradas por los Estados Unidos hacen más mal que bien. Esa es la razón por la que habría de condenarse, incluso si ocurriera, cosa harto improbable, que en el caso de Libia la opinión establecida resultase correcta.

Que los EEUU intervengan unilateralmente o a través de la OTAN, o que tengan o no la aprobación de NNUU, también es irrelevante, excepto en la medida en que los factores cosméticos afectan a las percepciones públicas. Los EEUU cortan el bacalao en la OTAN y, por desgracia, incluso Rusia y China parecen ahora sentirse cómodas con el hecho de que la OTAN sea la agencia ejecutiva del Consejo de Seguridad. Sin duda alguna, la mayoría de los miembros de Naciones Unidas piensan de otra forma, pero ¿a quien le preocupa eso en Washington, Londres o Paris?

Pero ser el mandamás no es exactamente lo mismo que controlar totalmente la situación; a veces se empieza la casa por el tejado. En este caso, fue la prematura beligerancia de Sarkozy, su necesidad de ajustar cuentas con el pasado hostil a la guerra de Irak de la derecha francesa, lo que forzó a EEUU y Gran Bretaña a vencer su reluctancia y lanzarse a la tarea de derrocar a Muammar Gadafi. Alemania y Turquía, los otros principales poderes militares de la OTAN, tienen puntos de vista más sanos, pero por el momento parece que han sido arrastrados. Seguro que el desacuerdo crecerá dentro de la OTAN, a medida que la intervención humanitaria comience a chirriar, cansados los aliados de Norteamérica de ser utilizados como subalternos. Por lo tanto, los EEUU se encontrarán con toda probabilidad embarrancados en otro cenagal. Si ocurre esto, el premio Nobel podrá agradecérselo únicamente a sí mismo –y a su belicosa Secretaria de Estado—.

En las semanas y los meses venideros le resultará más cada vez más difícil a Obama argüir que la matanza que habrá contribuido a desatar se ha hecho para salvar vidas de civiles. Que esta guerra se libraba para proceder a un cambio de régimen quedó claro desde el momento mismo en que los franceses reconocieron oficialmente  al bando anti-Gadafi. Este punto es tan obvio, que hasta John McCain lo pilla. Los liberales de izquierda son los únicos que no lo pillan, aunque finalmente quizás también ellos vean la luz cuando los “días, no semanas” se conviertan en “meses, no años”.

El lado “luminoso” de esta última guerra es que está tan mal concebida, que lo que podría terminar provocando es precisamente la desmembración de la OTAN. Incluso podría hacer más difícil el lanzamiento de futuras intervenciones humanitarias (imperialistas). Mas los rayos de esperanza, si los hay, se avizoran muy lejanos. Por ahora lo que único que se ve son asesinatos y violencia, una nos despreciable probabilidad de que el tiro salga por la culata, cosa, ésta, que hasta los defensores de Obama lamentarán.

Andrew Levine es Senior Scholar en el Institute for Policy Studies. Es autor de The Americna Ideolgy (Routledge) y Political Key Words (Blackwell), así como de muchos otros libros de filosofía política. Fue profesor en la University of Wisconsin-Madison.

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga Tarré

 

 

Arno J. Mayer

¡Averguéncese quien malicie motivaciones impuras! Una meditación irreverente sobre Libia, el Imperio, la República y la Coalición Aliada

SinPermiso

 

¿Por qué esa renuencia a usar la “palabra que empieza con I”? Para decirlo todo, un Imperio en un estadio relativamente incipiente de decadencia: precisamente porque está sobredimensionado. Y si el Imperio y la República nunca gozaron de una feliz convivencia, la cosa empeora en el ocaso imperial. En Washington, la política y el gobierno se hacen menos y menos democráticos, y más y más disfuncionales y corruptos. Por añadidura, en el Capitolio, en los medios de comunicación y en los think tanks sólo se habla del interés nacional y de la seguridad nacional, si siquiera mencionar de pasada el interés imperial de Norteamérica.

Los EEUU han dejado de tener los medios que precisan sus ambiciones imperiales y su adicción a las intervenciones ultramarinas. Ni que decir tiene, Washington todavía guarda la apariencia de disponer de una plétora de recursos. Pero sólo logra retener este as en la manga a costa del bienestar del común (excepción hecha de Northrop Grumman, Lockheed Martin, Boeing…). La industria armamentística es, en efecto, uno de los poquísimos sectores industriales en crecimiento en una economía norteamericana en vías de desindustrialización. Por complicadas razones, una Norteamérica hostil al reclutamiento anda escasa de “botas sobre el terreno”.

Sin embargo, aún se las arregla para cubrir parcialmente ese déficit con “contratistas”, hasta ahora comúnmente conocidos como mercenarios: ha habido cerca de 200.000 contratistas en Irak y se acercan a 100.000 en Afganistán, es decir, substancialmente más que el personal militar regular. Huelga decir que las Compañías Militares Privadas –otro sector económico en auge— suministran ese “servicio” a cambio de beneficios, unos beneficios disparados, porque las botas sobre el terreno las reclutan en buena parte en países latinoamericanos de bajo nivel salarial. Dicho sea de paso: una de las razones para empicotar al coronel Gadafi es que recluta mercenarios en el corazón de las tinieblas, pero lo más probable es que no recurra a los servicios de Blackwater o a un equivalente libio.

En efecto: el imperativo moral que guía la intervención los EEUU es prevenir la masacre y la carnicería “en una escala horrible” de civiles inocentes –los rebeldes armados de mañana— por parte de Gadafi, singularmente a manos de los “primitivos” mercenarios africanos de éste. De hecho, Norteamérica y su “aliados y socios” están interviniendo en una guerra civil. Las guerras civiles son, claro está, feroces por naturaleza, lo que no obliga sin más a rechazar o a despreciar el aserto de Montesquieu, conforme al cual “una guerra civil es un mal menor que una guerra exterior”. En realidad, los norteamericanos saben o deberían saber una o dos cosas sobre su Guerra Civil sin mercenarios. Se llevó por delante las vidas de al menos 600.000 combatientes, el 2% de una población de 30 millones, con un promedio de 500 muertes al día. Sólo en la batalla de Gettysburg, los ejércitos enfrentados sufrieron entre 45.000 y 50.000 bajas. Y también habría que recordar las muchedumbres de heridos, con pocas esperanzas de sobrevivir, singularmente en el bando Confederado. Sea ello como fuere, la guerra entre los estados norteamericanos se cobró un tributo mayor que cualquiera de los conflictos exteriores que haya tenido Norteamérica desde la Independencia hasta prácticamente el día de hoy.

Washington, claro está, sostiene empero que no está solo y que no carga con el peso mayor de la intervención. En particular, se espera de los más importantes aliados europeos –se les invita incluso a ello, por no decir que se les mendiga— que echen una mano a los EEUU en su empeño imperial. Esa posibilidad de asistencia multinacional bajo mandato de Naciones Unidas, junto con un estandarte distinto del de la Vieja Gloria, marca un cambio radical.

A fines de 1942, cuando Winston Churchill vio mejorar la fortuna de los aliados militares y echó cuentas del sobredimensionado alcance ultramarino de la Gran Bretaña, hizo su célebre declaración de que no había llegado a ser “primer ministro de Su Majestad para presidir la liquidación del Imperio Británico”. A diferencia de Churchill y los tories, su sucesor laborista Clement Attlee hizo precisamente eso, dejando grandes esferas del Imperio en manos de los EEUU, al tiempo que miraba con el rabillo del ojo a Washington esperando transfusiones financieras. Los laboristas pusieron el Plan Beveridge [base del estado del Bienestar británico] por delante de la lucha por el mantenimiento de las posesiones de ultramar.

Mientras Washington coincide en establecer y sostener la zona de exclusión aérea con misiles de crucero Tomahawk y Vehículos No Tripulados tan libres de riesgos como caros, se espera que los aliados europeos, bajo el mando de una OTAN todavía dominada por EEUU, apoyen –in extremis, bota en tierra— a unas fuerzas rebeldes terrestres que combaten prácticamente desarmadas. Es lo menos que pueden hacer, pues ahora mismo están en mejores condiciones que Norteamérica para financiar ese tipo de operaciones. En haciéndolo, poniendo a Turquía –el único miembro no cristiano de la OTAN— en un mal paso, arrostrarán sus propias variantes de un pesado pasado colonial: señaladamente Italia, que, resuelta a unirse al club imperial, bombardeó a las tribus libias en 1911 –el primer ataque aéreo a poblaciones civiles que registra la historia—, antes de ocupar y anexarse un territorio en gran medida desértico.

Esta mano militar echada a Washington por los grandes aliados europeos tiene, empero, otro lado. En Norteamérica sólo se habla de Francia, de Gran Bretaña y de Italia y de su contribución alícuota a las cargas soportadas por el hombre democrático y cristiano, singularmente en Libia y la parte mediterránea de su esfera de co-prosperidad”. Ni una palabra de los gobiernos conservadores de Nicolas Sarkozy, David Cameron y Silvio Berlusconi, empeñados en políticas arbitrariamente discriminatorias con sus poblaciones musulmanas inmigrantes.

Ello es que ni el único portaviones nuclear francés –el Charles de Gaulle—, ni las flotillas y fragatas británicas e italianas andan patrullando por mar abierto, canales y enclaves energéticos del Gran Oriente Próximo. Quienes lo hacen son las hasta ahora inigualadas fuerzas navales y aéreas norteamericanas, que operan a partir de un vasto archipiélago de bases navales y aéreas, dirigidas por el Mando Africano del departamento de Estado de los EEUU (AFRICOM, por sus siglas en inglés). Sostenidos en esa fuerza bruta, no sólo el presidente Obama, sino la secretaria de Estado Clinton, el secretario de defensa Gates y el presidente de la junta de jefes de estado mayo, el almirante Mullen, como si de peripatéticos procónsules se tratara, no dudan en apuntar selectivamente con el dedo a caudillos autoritarios, si es necesario, conminándoles a echarse a un lado para permitir un cambio de régimen, o arriesgarse a ser derrocados, asesinados o juzgados por crímenes de guerra contra la humanidad ante un tribunal internacional.

Washington se planta erguido y robusto, pues el AFRICOM, combinado con la 17ª Fuerza Aérea, es sólo uno de los nueve Comandos Unificados de Combate del Departamento de Defensa, y la Quinta Flota, con cuartel general en Bahrein, es sólo una de las seis flotas de combate activas. En cuanto a las Fuerzas Aéreas, disponen de cerca de 80 bases ultramarinas. Es literalmente un juego de niños para la Armada estadounidense colocar una pequeña flotilla de naves de asalto, submarinos y destructores ante la costa libia, y para la Fuerza Aérea estadounidense, imponer una zona de exclusión aérea en los cielos libios. Hay, además, varios portaviones nucleares estadounidenses muy cerca para suministrar ulteriores prestaciones. Así como no hay soldados americanos en las cercanías que puedan correr peligro en tierra firme, hay marinos y pilotos que incurren pocos riesgos enrolados en las fuerzas navales y aéreas norteamericanas.

Mientras que el objetivo final de la Operación Odisea del Alba sigue necesariamente indeterminado, su ciclópeo, aun si tácito, designio militar a corto plazo es ayudar a los rebeldes a sacar del poder a Gadafi y preparar el terreno para algún obscuro cambio de régimen à la Irak (¿y Egipto?). En el ínterin, el objetivo político-diplomático es advertir a otros autócratas hostiles y alertar a los amigos sobre los probables costes y las consecuencias de su recalcitrante renuencia. Obviamente, Washington, y conforme a sus intereses estratégicos militares, diplomáticos y económicos planetarios, empleará un doble rasero a la hora de resolverse a apuntar con el dedo. Será, desde luego, menos severo con los soberanos y las elites dominantes en Jordania, Bahrein, Arabia Saudí, los Emiratos y Siria que con los de Yemen, Irán, Sudán y Costa de Marfil.

Uno no se atreve siquiera a mencionar el petróleo u otras consideraciones mercantilistas en momentos en que hueras y ritualísticas declamaciones sobre la democracia, la libertad, los derechos humanos y la libre economía de mercado inhiben cualquier discusión crítica y seria en los medios de comunicación dominantes, en las trituradoras de los think tanks y en los pasillos del poder. Ese travestismo del debate democrático abierto y consecuente va de la mano con la poco menos que unánime celebración autosatisfecha del apoyo de la Liga Árabe y de países como Qatar y la Unión de Emiratos Árabes a la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad y a la Operación Odisea del Alba. Sí, se dice que los pilotos de un puñado de naciones aliadas del Golfo Pérsico se han unido a los aviones aliados para patrullar la zona de exclusión aérea con modernísimas aeronaves fabricadas en EEUU y en Francia. Y por supuesto, la Unión Africana, sin poner F-20 o Mirages en el aire, aprueba también ostensiblemente lo que es aclamado como una amplio esfuerzo internacional –no sólo norteamericano u occidental— para “salvar para la democracia” y para el capitalismo megaempresarial a otra región del planeta. Huelga decir que Israel, el hemidemocrático aliado regional de EEUU, y el más mimado y armado, no está –oficialmente— invitado a entrar en esta “coalición de voluntades” último modelo.

La narrativa naciente nada dice de Brasil, China, India y Rusia, a la espera de desarrollar sus propias mega-armadas y sus propias fuerzas aéreas –¿y sus ejércitos de tierra?— que un futuro no demasiado distante forzarán y simbolizarán la radical reconfiguración del equilibrio internacional de fuerzas militares, económicas y propagandísticas que, con toda seguridad, seguirá erosionando la Pax Americana. Honi soit qui mal y pense [¡averguéncese quien malicie motivaciones impuras!].

Arno J. Mayer es profesor emérito de historia en la Universidad de Princeton. Autodefinido como “marxista disidente de izquierda”, es autor, entre otras obras, de The Furies: Violence and Terror in the French and Russian Revolutions, 2001.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

 

 

Revuelta popular, antimilitarismo y derechos humanos: los dilemas en Libia

Gerardo Pisarello y Jaime Pastor

SinPermiso

 

La guerra en Libia constituye una tragedia en muchos aspectos. La respuesta represiva de Gadafi a la revuelta popular ha generado una complicada guerra civil ahora intervenida por las potencias occidentales. La información disponible es deficiente y viene a menudo marcada por los usos propagandísticos de los diferentes bandos en disputa. El nuevo escenario, en todo caso, no parece augurar ni un descenso inminente en el número de víctimas civiles e inocentes ni una genuina democratización del país, sin injerencias externas. Y ha generado, en cambio, una indisimulable cesura entre los sectores críticos, que oscilan entre el anti-imperialismo tosco y una excesiva complacencia ante el oportunismo de la OTAN y sus aliados.

Ya desde sus inicios, la rebelión libia presentó su propia singularidad en relación con los levantamientos democráticos experimentados en Egipto, Túnez y otros países árabes. Al igual que otras dictaduras de la zona, el régimen de Gadafi aparecía como poco más que una petro-dictadura nepotista, cómodamente insertada en la globalización neoliberal, que había violado libertades elementales de la población. La presencia en la oposición de jóvenes pertenecientes a los estratos más pobres era otro rasgo común con el resto de revueltas. Poco a poco, sin embargo, se hizo evidente que la oposición no sólo estaba integrada por sectores juveniles y populares, sino también por disidentes del ejército y del gobierno oficial, que pronto engrosaron el más viscoso Consejo Nacional de Transición. Por otra parte, los críticos de Gadafi comenzaron a nutrirse de ex–aliados que lo habían armado durante años a cambio del acceso a los recursos energéticos o de que asumiera tareas “sucias” como la represión de migrantes que intentaran huir al continente.

Si los rebeldes, pese a su heterogeneidad, hubieran conseguido hacerse con Trípoli, seguramente las cosas hubieran sido más sencillas. Al no poder imponerse de manera rápida, con costes humanos mínimos, las cosas se complicaron. Acorralado por la fiereza con que sus antiguos amigos y clientes occidentales se volvían contra él, Gadafi decidió contraatacar. En ese momento, se produjeron algunas propuestas de mediación. Algunas de ellas, como la de Unión Africana, no estaban demasiado articuladas pero fueron rechazadas sin más. Gadafi, aupado por un ejército plagado de mercenarios, recuperó posiciones. Cuando anunció que arrasaría Bengasi como Franco había hecho con Madrid, una parte de la oposición libia exigió una “zona de exclusión aérea”. Este llamado generó dudas y posiciones encontradas en el seno de las izquierdas.

La carencia de una fuerza internacional de interposición bajo control de la ONU –deducible del capítulo VII de su Carta y boicoteada de manera sistemática por las grandes potencias- complicó la respuesta. Con la significativa abstención de los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) y de Alemania, el Consejo de Seguridad aprobó la creación de una zona de exclusión. Algunas izquierdas, movidas por reflejos anti-imperialistas no pocas veces maniqueos, menospreciaron la amenaza real que existía en este caso y objetaron sin más la medida. Para hacerlo, tendieron a presentar al decrépito régimen de Gadafi como el de un viejo luchador nacionalista al que se le estaban intentando saquear los recursos. Con buenas razones, muchos rechazaron este relato, y consideraron que lo prioritario era apoyar la zona de exclusión área y detener una inminente masacre en Bengasi. Esta perspectiva tuvo la virtud de poner en cuestión la suficiencia moral de algunas posiciones no intervencionistas. Pero no estaba exenta de riesgos, sobre todo tratándose de una resolución que, a diferencia de lo ocurrido en Timor Oriental en 1999, renunciaba a la auto-restricción y autorizaba “todas las medidas necesarias para imponer el cumplimiento de la prohibición de vuelos”. Y lo que es peor, dejaba en manos de la OTAN y de una “coalición de voluntarios” la asunción de esta misión.

Los hechos posteriores han confirmado que, a pesar de la opinión favorable de buena parte de la población, los móviles humanitarios han ocupado un papel residual y demagógico, si no inexistente, en la estrategia de las potencias interventoras. Los mezquinos cálculos geoestratégicos y el doble rasero exhibido con casos sangrantes como Bahrein, Arabia Saudí o Gaza son suficientemente evidentes y no pueden pasarse por alto. Lo mismo que la laxitud con la que se asume la producción de “daños colaterales” a la población civil. Todo ello en un escenario en el que las tropelías perpetradas por las tropas mercenarias de Gadafi parecen haber alentado reacciones vengativas también en el campo de los rebeldes.

Llegados a este punto, la situación no da margen alguno a la pontificación. Si de lo que se trata, en todo caso, es de minimizar el número de víctimas inocentes y de apoyar la lucha del pueblo libio por sus libertades, sin injerencias como las que se pretenden imponer en la Conferencia de Londres, lo suyo sería propugnar medidas de la siguiente índole: a) exigir el cese inmediato de los bombardeos y la retirada de la OTAN; b) ejercer todo tipo de presiones políticas, económicas y diplomáticas para desarmar y aislar al régimen de Gadafi, hasta forzar su caída; c) facilitar la auto-organización y la auto-defensa de los rebeldes, incluida la armada; d) impulsar una mediación internacional independiente, con autoridad para exigir, mientras tanto, el respeto por todas las partes de las reglas del ius in bello, es decir, que los civiles no sean blanco directo de las fuerzas armadas y que se renuncie al uso de armas o métodos de guerra inaceptables para la conciencia moral de la humanidad.

Ninguna de estas vías, desde luego, está libre de problemas. De hecho, parte de los dilemas trágicos a los que hoy nos enfrentamos deben atribuirse a la pasividad mantenida por las izquierdas europeas ante la entente entre Gadafi, Ben Ali o Mubarak, y los Sarkozy, los Zapatero, los Obama o los Berlusconi de turno. De lo que se trata, en todo caso, es de trazar un horizonte capaz de dar alguna respuesta a la empantanada situación actual y de prefigurar, de cara al futuro, un régimen cosmopolita, transcultural, de los derechos humanos, al que todos los Estados, sin privilegio alguno y sin dobles raseros, deberían quedar sometidos.

Gerardo Pisarello, profesor de derecho constitucional en la Universidad de Barcelona, es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso. Jaime Pastor, profesor de teoría política en la UNED, es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

www.sinpermiso.info, 3 abril 2011

 

Tariq Alí

Libia es otro caso de vigilancia selectiva

SinPermiso

 

La intervención de EEUU y la OTAN en Libia, con la cobertura del Consejo de Seguridad Naciones Unidas, es parte de una respuesta orquestada para mostrar apoyo al movimiento contra un dictador particular, y en haciéndolo, para poner fin a las rebeliones árabes afirmando el control occidental de la situación, confiscando su ímpetu y espontaneidad y buscando restaurar el statu quo ante.

Es absurdo pensar que las razones para bombardear Trípoli o para tirar al pichón en las afueras de Bengasi están concebidas para proteger a la población civil. La utilización de argumento está concebida para atraerse el apoyo de los ciudadanos euro-norteamericanos y de parte del mundo árabe. “Miradnos”, dicen los sátrapas Obama/Clinton y los de la UE, “estamos haciendo el bien. Estamos del lado del pueblo”. El cinismo es tan patente, que quita el aliento. Se supone que debemos creer que unos dirigentes que se han manchado las manos de sangre en Afganistán y Pakistán están defendiendo ahora al pueblo libio. Los degenerados medios de comunicación británicos y franceses son capaces de tragarse cualquier cosa, pero el hecho de que gentes decentes de izquierda caigan todavía en el estercolero resulta deprimente. La sociedad civil se conmueve fácilmente con algunas imágenes, y la brutalidad de Gadafi bombardeando a su propia población fue el pretexto utilizado por Washington para bombardear otra capital árabe. Entretanto, los aliados de Obama en el mundo árabe se aplicaban con empeño a la tarea de promover la democracia:

Los saudíes entraban en Bahrein, en donde la población es tiranizada y se dan detenciones masivas. No se dice mucho de eso en al-Jazeera. Me pregunto por qué. Se diría que esta emisora ha sufrido últimamente las oportunas presiones para que se allanara a la política de quienes la financian.

Todo eso con apoyo activo de los EEUU. El déspota de Yemen, impugnado por la mayoría de su pueblo, sigue masacrándolo día sí y otro también. Ni siquiera un embargo de armas, por no hablar de una “zona de exclusión área” se le ha impuesto. Libia es otro caso más, pues, de vigilancia selectiva por parte de EEUU y sus perros de presa occidentales.

Pueden contar con Francia. Sarkozy estaba desesperado por hacer algo. Incapaz de salvar a su amigo Ben Ali en Túnez, decidió ayudar a desembarazarse de Gadafi. Los británicos, siempre dispuestos; y en este caso, habiendo sostenido al régimen libio en las dos últimas décadas, tratan de ponerse del lado correcto para no perder el reparto de los despojos. ¿Y qué iban a hacer?

Las divisiones que en toda esta operación se han registrado dentro de la elite político-militar norteamericana dejan ver que no hay un objetivo claro. Obama y sus sátrapas europeos hablan de cambio de régimen. Los generales se resisten, y dicen que eso no forma parte de la operación. El Departamento de estado norteamericano se afana en la preparación de un nuevo gobierno compuesto de colaboradores libios angloparlantes. Nunca sabremos ya cuánto tiempo habría aguantado unido el ejército descompuesto y debilitado de Gadafi ante una oposición fuerte. La razón de que Gadafi perdiera apoyos en sus fuerzas armadas fue precisamente que ordenó disparar contra su propio pueblo. Ahora habla de la voluntad imperialista de derrocarle y hacerse con el petróleo, y muchos que lo desprecian pueden ver que eso es verdad. Otro Karzai está en camino.

Las fronteras de este escuálido protectorado que occidente se apresta a crear se decidirán en Washington. Incluso los libios que, por desesperación, apoyan ahora los bombardeos aéreos de la OTAN  terminarán, como sus equivalentes iraquíes, lamentándolo.

Todo eso podría terminar culminando en una tercera fase: en una creciente cólera nacionalista que se extienda por la Arabia Saudí; y aquí, no les quepa duda, Washington hará todo lo necesario para mantener en el poder a la familia saudí reinante. Si pierden la Arabia Saudí, pierden los Estados del Golfo. El asalto a Libia, al que ha contribuido por mucho la imbecilidad de Gadafi en todos los frentes, ha sido concebido para arrebatar la iniciativa a las calles y aparecer como en primera línea de la defensa de los derechos civiles. No convencerán a bahreinís, egipcios, tunecinos, saudíes y yemeníes, y aun en Euro-Norteamérica son más los que se oponen a esta aventura que los que la apoyan. La lucha anda lejos de estar decidida.

Obama habla de un Gadafi inclemente, pero la clemencia occidental nunca llueve de barato desde el cielo. Sólo resulta una bendición para el poder que la dispensa, el más poderoso de los más poderosos.

Tariq Ali es miembro del consejo editorial de SIN PERMISO. Su último libro publicado es The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power [hay traducción castellana en Alianza Editorial, Madrid,2008: Pakistán en el punto de mira de Estados Unidos: el duelo].

Traducción para www.sinpermiso.info: Ramona Sedeño

The Guardian, 31 marzo 2011