Ley, realidad y oportunidad

Desde un marco de tal categoría moral, asistimos a una manipulación constante de elementos de autoridad, a continuos tránsitos ilegítimos de categorías.

Empezaré con el evangelio, no como autoridad divina -esto Va según cada uno- sino como elemento fundacional de una tradición reconocida. “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Por eso el Hijo del hombre es señor incluso del sábado” (Marcos 2: 27-28); a propósito del mismo: “Yo os digo que aquí hay alguna cosa mayor que el templo” (Mateo 12: 6).

Lo he escrito muchas veces, pero como tantas veces se deja de lado no está de más volver a ello: es inmoral esgrimir la ley contra la realidad colectiva y, si la ley va así, no sólo es legítimo ir en contra, sino necesario. Permítanme que me autocite: los grandes cambios de la historia se han hecho contra la legalidad vigente: contra la ley demolieron el muro de Berlín, instauraron la Iglesia de Roma, la República Francesa, los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y el régimen que la ha sustituido, al margen de si nos gustan o no las realidades históricas que han llegado. Añadiríamos la mayoría de grandes instituciones que han cambiado la faz del mundo, y algunas no tanto, como la ‘soi-disante’ actual democracia española. Lo que nos lleva a la cuestión en mi opinión central en términos estratégicos, y que se revela bajo la música de los que argumentan desde el unionismo: una música autoritaria, de funcionario que aplica la norma desde la taquilla, falta de empatía y de necesidad de agradar y seducir, incluso de convencer, porque siguiendo a Unamuno, no necesita el que se cree en posesión de todos los atributos morales y prácticos necesarios para vencer, por lo que no puede ni debe pasar otra cosa.

Desde un marco de tal categoría moral, asistimos a una manipulación constante de elementos de autoridad, a continuos tránsitos ilegítimos de categorías.

Por ahí se puede ir más lejos. ¿El régimen español es respetable como sujeto de ley? ¿Es una democracia real? Aunque también ha sido dicho una y otra vez, también hay que repetirlo hasta que haga efecto: recordemos cómo se construyó, pactada con franquistas que operaban desde la fuerza pero obligados por presiones internacionales, con los cañones de los tanques apuntando a todos, imponiendo realidades políticas -la monarquía a la cabeza- sin alternativas reales, de forma coercitiva, con la amenaza de presentar esto o el descalabro. Un mecanismo intacto -con socialistas incorporados sin que parezca quitarle ni un minuto de sueño que permite la pervivencia de un monumento franquista como el Valle de los Caídos, que permite mantener a cargo del erario público una Fundación Franco, que sustenta un régimen que no se ha desmarcado de forma explícita -tampoco implícitamente- de la herencia del anterior, cuyos agravios militares y civiles siguen irresueltos, mientras sus próceres mantienen las prerrogativas, un caso único en el mundo entre los estados de derecho. ¿Qué tiene todo eso de respetable?

Desde un marco de tal categoría moral, asistimos a una manipulación constante de elementos de autoridad, a continuos tránsitos ilegítimos de categorías, como el de pretender que, puesto que son españoles, el destino de los catalanes lo decidirá el conjunto de los españoles, una falacia bárbara sólo sostenible desde el desprecio más absoluto de la idea misma de democracia.

Para terminar: se dice que quien vaya al frente del proceso es irrelevante. Podrá serlo en términos de principio moral, y aún esto es discutible, pero en medio de una operación política de la envergadura de la presente, sostener tal cosa es propio de autistas. Ninguna acción relevante debe ser considerada al margen del efecto producido en el entorno. Debo de ser el peor defensor que tendrá nunca Artur Mas, pero aparte de lo que se pueda decir a favor o en contra, tumbarlo del frente del proceso será visto desde Madrid como una derrota del independentismo, y por tanto como una victoria española, y jugará como elemento claramente negativo para las aspiraciones soberanistas. Y, más, en el ámbito internacional se perderá un activo identificado y reconocido -factor también importante entre los catalanes mismos-, y hará un efecto anticlimático, de inconsistencia, de vacilación, de dispersión.

Si ya es bastante complicado hacer entender principios y cuestiones de fondo, embarcarse en tener que explicar un gesto como éste es atarse uno mismo la cuerda al cuello.

CATALÀ SEMPRE

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