“Los territorios no tienen lengua. Los que la tienen son los individuos”. Esta frase, una formulación interesante, aparece de forma cíclica en nuestro debate político y cultural.
Tiende a salir cuando se habla de considerar el catalán lengua propia o cuando se discute sobre la necesidad de que tener todos un buen conocimiento de catalán sea una obligación jurídica o un objetivo central del sistema educativo. Contra estas dos ideas, la lengua propia y la de conocimiento obligado, se alza entonces la frase, que pretende ligar la lengua con el individuo y a través de él con los derechos individuales. La lengua sería una cosa de los individuos y por lo tanto cada individuo tendría derecho a expresarse y a ser atendido en su lengua propia -y no en ninguna otra- y a recibir la enseñanza en esta misma lengua suya. Como los territorios no tienen lengua, no existiría la posibilidad de hacer políticas lingüísticas ni de pedir o forzar que todos los habitantes de un territorio supieran una lengua.
Ciertamente, en muchas ocasiones el uso de este argumento es poco sincero y poco convencido. La prueba de la insinceridad es que no es un argumento utilizado de manera igual para todas las lenguas, sino que se utiliza selectivamente. Se utiliza respecto al catalán en Cataluña o en todo su ámbito lingüístico. No se utiliza respecto al castellano. La obligatoriedad referida al catalán es pecaminosa. Referida al castellano es imperceptible. Y el principal argumento de quienes defienden el espacio del castellano es que “estamos en España” -articulado de una manera más o menos sofisticada-, es decir, un criterio territorial. Y político. Por tanto, el uso de este argumento es a menudo instrumental y se hace sin convicción, selectivamente. Pero si en algún caso se hiciera de manera convencida, como un argumento teórico de carácter general, también debería ser discutido.
La vinculación de la lengua en un ámbito estrictamente individual es difícil de defender. Precisamente la lengua si algo no es individual. Lo sería si hiciéramos monólogos que no entendería nadie. No lo puede ser cuando la lengua es la herramienta del diálogo, y por tanto necesita una comunidad, aunque sea de dos. La lengua es necesariamente comunitaria. No individual. Sin embargo, ¿y el territorio? ¿Es también territorial? Esta discusión hace unas décadas habría sido absolutamente bizantina: comunidad y territorio casi coincidían. Había una continuidad entre la comunidad y el territorio, entre la cultura y el espacio. El debate es mucho más interesante ahora, porque esta continuidad se ha roto. Comunidad y territorio han dejado de coincidir.
La circulación de la información y de las personas, el hecho migratorio y las nuevas tecnologías, hacen que hoy en un mismo territorio haya comunidades culturales diversas. Y también comunidades lingüísticas diversas. La comunidad lingüística se ha desterritorializado: pertenecen a gente que vive en la otra punta del mundo, pero que a través de las nuevas tecnologías y como acto de voluntad se siente parte de una comunidad. Pero también el territorio ha descomunitarizado, es el espacio de más de una comunidad. Hay personas y familias en Melbourne que hablan, escriben, miran las noticias, cantan y rezan -si son de rezar- en catalán. Pero al mismo tiempo hay personas en Terrassa que hacen estas mismas cosas en castellano, en amazigh, en urdu o en mandarín.
¿Confirma esto la teoría de que los territorios no tienen lengua y que nos encontramos ante una cuestión individual? ¡Al contrario! Precisamente porque en un territorio hay comunidades que funcionan internamente con lenguas diversas, es necesario que haya una lengua compartida, una lengua de conocimiento general obligatorio, que permita funcionar a todas estas comunidades juntas, que les permita compartir territorio en convivencia, que vertebre los territorios y evite que se conviertan en confederaciones de burbujas impermeables o confrontadas. Ahora más que nunca, los territorios deben tener lengua, en nombre de la cohesión social. Los catalanes de Melbourne vivirán comunitariamente en catalán, si quieren, pero en el espacio público deberán saber inglés. Pues exactamente igual aquí. Una lengua no podrá sobrevivir si no tiene este fundamento territorial. Pero un territorio no podrá convivir y progresar si no tiene este común denominador lingüístico.
Por lo tanto, debe haber lenguas del territorio, que actúen de lengua franca de todos, aunque en el ámbito comunitario se mantengan más. Y eso en Terrassa, en Alcoi, en Toledo o en Melbourne. Los territorios tienen lengua. Más que nunca. Pero de hecho, aunque esta sea la frase, no es lo que discutimos. Discutimos, en nuestro caso, cuál debe ser la lengua de este territorio. La compartida. Y este es un debate que se juega en la política. Es decir, un debate de poder.