Sumar cuantos más mejor, al proceso soberanista, es lógico para obtener una mayoría social clara y conlleva hacer algunas tomas de posición sobre el país del futuro para ensanchar los apoyos. Alguno de estos ha hecho sobre temas sensibles como ahora el régimen de lenguas en la Cataluña independiente y, quizás, también de manera demasiado precipitada, al prefigurar algunas voces cuáles serán las reglas del juego de la oficialidad lingüística futura. Afirmar ahora que Cataluña tendrá dos lenguas oficiales (catalán y español) es una afirmación que no tiene vuelta de hoja y que deja poco margen de maniobra para cualquier otra solución que no sea exactamente la misma y, más allá de la sorpresa o la desorientación creadas, hay quien no osa hacer en voz alta ciertas consideraciones. De entrada, esta afirmación ignora que, ahora mismo, en Cataluña no hay sólo dos lenguas oficiales, sino tres. El occitano, por el aranés, también es oficial no sólo en Aran, sino en todo el territorio del Principado. Dos lenguas, pues, sería un paso atrás en relación con lo que tenemos ahora.
No es el único olvido. Hay todavía uno bastante destacado. En los 36 años de democracia, se ha producido un cambio fundamental: se ha pasado de sólo dos lenguas en el paisaje cotidiano, a muchísimas más, por lo menos a unas 280 que se hablan en los hogares del país. El país ya no es bilingüe, sino multilingüe, como la fisonomía física y humana de los nuevos catalanes. Tradicionalmente, el bilingüismo ha sido para la lengua lo mismo que el federalismo para la política: una anestesia, un tapón, un freno. Los que predican son los que no lo practican. Si el bilingüismo fuera tan bueno como nos dicen, ¿cómo es que en Madrid, por ejemplo, no son bilingües y España es, con Grecia, el Estado de la UE con más población monolingüe, a pesar de contarnos en ella a nosotros? El bilingüismo no es nunca definitivo y menos aún en toda una sociedad donde, por otra parte, sólo son competentes en dos lenguas todos los catalanoparlantes sin excepción. Más bien es la antesala de su sustitución por la lengua fuerte.
No debería haber dudas sobre el carácter del catalán como lengua oficial propia del país, idioma común de sus habitantes, hegemónico en el espacio público y señal cultural distintiva de nuestra sociedad, única aportación insustituible que podemos hacer al patrimonio cultural de la humanidad. El conocimiento del español es muy positivo y no se puede perder, como también debería serlo el del inglés y el francés, hoy tan abandonado. Junto a estos idiomas, hay otros con miles de hablantes procedentes de la inmigración y que también deberíamos ser capaces de incorporar al paisaje lingüístico del futuro, con algún tipo de reconocimiento. Hablo del amazigh, el árabe, el rumano, el chino y el urdu. Este paisaje se empobrece enormemente si se limita tan sólo al establecimiento de un bilingüismo que siempre será falso y cojo, porque se apoyará sobre bases distintas y protagonistas diferentes. Pero la hegemonía ambiental del catalán, en todos los ámbitos públicos de uso y en todas las funciones también públicas, simultáneamente con la opción por la diversidad lingüística, no harán otra cosa que enriquecer la Cataluña plurilingüe del mañana. No hablo ni quiero una Cataluña etnocéntrica, sino un país autocentrado, que se toma a sí mismo como referencia fundamental y que, desde la propia identidad lingüística, incuestionable y sin ambigüedades, es inteligente, generoso e inclusivo y por ello no tiene miedo de un panorama plurilingüe. Hablo de una Cataluña donde conviven muchas lenguas, pero en la que la nuestra no sólo debe estar también, sino que debe ser la primera, como corresponde a la lengua nacional de un país soberano, en cualquier otro lugar del mundo. Al fin y al cabo, a ninguna otra lengua no le va la vida con la independencia de Cataluña, porque ninguna depende de ella. Ni el español, ni el inglés, ni el árabe, ni el chino. Pero sí el catalán.
EL PUNT – AVUI