Lecciones de campaña

Como no me quisiera precipitar en un análisis de los resultados hecho en caliente, interesado o cogido al vuelo, me permitiré hacer una serie de consideraciones breves a partir de la experiencia de la pasada campaña electoral y poniendo la atención en las perspectivas de futuro.

Primera. Me parece recordar que no es la primera vez que escribo que “la política tiene razones que la razón no entiende”, parafraseando a Pascal. Y es que la política también tiene corazón y, quizás aún más, tripas. De modo que abordarla sólo desde la razón, desde el argumento, suele llevar no sólo a errores analíticos de una gran magnitud, sino a no tener en cuenta la importancia de la manipulación descarada de los sentimientos. Pensar que las decisiones políticas sólo se toman racionalmente y por interés, o con buena información, significa sobrevalorar el papel de la razón y obviar los vínculos emocionales que dan sentido, precisamente, al sacrificio de intereses y razones. Además, no es extraño que lo que para unos son emociones, como el miedo, otros lo pueden presentar como argumentos. Y a la inversa, hay quien puede considerar que una promesa razonable de esperanza en un país más justo, en el fondo es una apelación a sentimientos identitarios peligrosos. A veces el futuro dirime alguna de estas diatribas, pero siempre llega tarde a la hora de orientar las decisiones presentes. El independentismo tendría que reflexionar sobre ello.

Segunda. Desde la derrota, resulta feo, muy feo, hacer reproches de cómo se ha desarrollado una campaña. Ni aunque se esté cargado de razones, es como echarle la culpa al árbitro cuando pierde tu equipo. En cambio, desde la victoria, parece que se está en una posición más sólida para quejarse de determinadas prácticas. En particular, la campaña de Juntos por el Sí optó por no enfrentarse abiertamente a las mentiras y manipulaciones que se han puesto de manifiesto en este caso, evitando la confrontación directa. Hay quien discute si no habría hecho falta algo más de contundencia. Ahora, desde la victoria inapelable, creo que sería oportuno señalar los casos y exigir que se aclaren.

¿Quién añadió el párrafo ilegítimo a la respuesta del presidente de la Comisión Europea? ¿Por qué un vicepresidente de la Comisión tuvo que desmentir a un portavoz pareja de un cargo del PP? ¿Cómo explica el patinazo del director del Banco de España sobre un posible corralito que él mismo desmintió posteriormente? ¿Quién forzó la inapropiada declaración -y como se negoció- de la Asociación de la Banca Española y la CECA? ¿Por qué se ha insistido impunemente en unas pretendidos cuentas en Suiza del presidente Artur Mas que ya quedó aclarado que no tenía?

Tercera. También creo que desde la victoria electoral debería ser más fácil hacer autocrítica de la propia campaña. No sé si todos los que han “ganado” la han hecho o la harán. Si yo tuviera que hacerla de la campaña en la que he participado, destacaría lo que para mí han sido los excesos agonísticos. El 27-S era realmente una convocatoria decisiva, cuyo fracaso podría haber parado por mucho tiempo un proceso popular muy amplio, y era lógico que se señalase su trascendencia. Pero creo que el exceso de dramatismo concentrado en el 27-S ha despistado sobre dos cosas relevantes. Una, que lo que ocurriría a partir del 28-S seguiría siendo tanto o más trascendental. Quiero decir que el éxito del 27-S no asegura la superación de los obstáculos posteriores y, por tanto, que los riesgos hayan terminado. Y dos, lamentablemente ha quedado en segundo plano la forma en que habría que superar estos obstáculos, justo cuando todo está muy bien estudiado y explicarlo podría haber sido un magnífico contrapeso al recurso del miedo, casi el único argumento del unionismo. Ha habido mucho “qué” y muchas “razones para el qué”, pero muy poco “como”.

Cuarta. Ya he dicho que no pienso perder tiempo en hacer valoraciones sobre hechos que son inapelables. No me gustan los análisis a pelota pasada cuando todos nos convertimos en expertos de lo que ya ha pasado. En cambio, vistos los antecedentes de todo el proceso de cambio político que hemos vivido, con un electorado que ha pasado en tres años de elegir 24 diputados favorables a la independencia a votar 72 -de manera acreditada por los programas-, exactamente tres veces más, sí que deberíamos ser capaces de pensar en el futuro. Y, al respecto, unas ideas. Es cierto que Juntos por el Sí fue resultado de una compleja arquitectura política. Pero la campaña ha demostrado que podía funcionar en el día a día y se ha comprobado su eficacia y oportunidad en los resultados. Ahora habría que asegurar su continuidad sin repetir errores y ampliarla, aún con más motivo, a las elecciones generales. También es cierto que la suma de votos independentistas se hace contando con la CUP, que se ha comprometido a no hacer descarrilar la vía independentista, sino a acelerarla. Esta formación también deberá afinar su estrategia política, particularmente a la hora de forzar los tiempos del proceso.

Finalmente, y en vista de la experiencia acumulada, creo que el soberanismo no debería renunciar a continuar trabajando para romper hipotéticos techos de apoyo popular. Como se ha repetido hasta el agotamiento, este no es un proyecto para la mitad de la sociedad catalana, sino para su totalidad. Y para hacer efectiva esta invitación, y sobre todo para que sea aceptada, hay que corregir algunos aspectos que habrá que desarrollar.

Hay que saber aprender de los errores y las derrotas, pero aún más de los aciertos y las victorias.

LA VANGUARDIA