Hay la república de los ciudadanos, la república de los cuñados y la república de los primos”, escribió con irónico conocimiento de causa la antropóloga francesa Germaine Tillion refiriéndose a esta parte del mundo.
Después de tres meses de las elecciones legislativas libanesas del 8 de junio, el designado por el presidente de la República como primer ministro Saad Hariri, hijo del asesinado Rafiq al Hariri, para formar gobierno todavía anda de la ceca a la meca. Quiero decir, sobre todo, a Arabia Saudí – de cuya nacionalidad, además, disfruta-,en su arriesgada misión de crear un nuevo equipo del poder ejecutivo.
Hace unos días arrojó la toalla, exhausto de tantas visitas, reuniones, negociaciones y regateos para nombrar ministros. Debían ser aceptados por la mayoría prooccidental – una mayoría muy debilitada y dividida-y por la oposición chií y cristiana del general Michel Aoun, apoyada por Irán y Siria, empeñada en conseguir una gruesa porción del pastel. El multimillonario Saad Hariri, desprovisto de carisma político, si no es el de haber sido engendrado por su padre, potentado suní y ex primer ministro de la república, ha vuelto a ser encargado de tan ingrata tarea, ante el general escepticismo, y sin ningún respaldo de los chiíes. Las perspectivas de formar gobierno son más inciertas que antes.
Este bloqueo es local e internacional. Las divergencias entre Arabia Saudí y Siria, el estancamiento de las relaciones entre Damasco y Washington, la mala e incierta situación entre el presidente iraní Ahmadineyad y Obama, obstaculizan la formación del gobierno. ¡Las injerencias extranjeras son constantes en Líbano!
Las elecciones presidenciales en Irán, celebradas poco después de las legislativas libanesas, con el polémico resultado de su escrutinio, tenazmente impugnado por la oposición, han permitido constituir un Ejecutivo con dos políticos muy duros, los encargados de las carteras de Interior y Defensa, este último acusado de estar implicado en un atentado en Buenos Aires contra una institución de la comunidad judía.
Las denuncias sobre el fraudulento escrutinio que permitió la reelección del presidente Ahmadineyad son más intensas y constantes, sin embargo, que las que se hacen a las elecciones afganas del 20 de agosto en las que el presidente Karzai, hombre de Estados Unidos, apoyado por las naciones de Occidente, pretende haber sido reelegido, pese a las pruebas fehacientes de un fraude generalizado de alrededor de un millón y medio de papeletas, una cuarta parte de los votos emitidos. La Comisión Electoral Independiente podría disponer la repetición de estas elecciones, una vez conseguido el resultado completo del escrutinio, a mediados de octubre. El candidato Abdulah Abdulah, ex ministro de Asuntos Exteriores, insiste en celebrar otra consulta electoral.
Este escándalo que debilita al presidente Karzai, al que de hecho protegen las tropas internacionales destacadas en su país de sus enemigos y adversarios, refuerza, cada vez más, a los talibanes. Que cada uno saque su moraleja de estas tres elecciones del verano. No basta gritar “¡A las urnas, ciudadanos”! para ganar la democracia.