El largo período de desorientación en el que vive el independentismo no es tanto por el hecho de no encontrar respuestas a los desafíos que tiene delante como por no saberse hacer las preguntas adecuadas para salir del desconcierto. Se parte de demasiados dilemas que llevan implícita la aceptación resignada del marco represivo español. Pondré dos ejemplos. En primer lugar, buena parte de la actual discusión política ha quedado centrada en si la respuesta es la vía unilateral o si hay que apostar por una vía dialogada. La trampa del dilema es plantearlo en abstracto, al margen de las condiciones previsibles y de posibilidad real en que se daría tanto una opción como la otra. Es un falso dilema que, en sí mismo, no aporta ninguna solución factible. Para acabarlo de liar, se recurre malintencionadamente a una pregunta de encuesta que reduce la preferencia por la confrontación a un escaso 9% de los catalanes. Ciertamente, la mayoría de los que aspiramos a una Cataluña independiente quisiéramos llegar a través del diálogo y el pacto. La cuestión, sin embargo, no es que se prefiere, como si se tratara de elegir playa o montaña para hacer vacaciones, sino cuál es el camino posible y quizás el inevitable si no se quiere engañar a nadie.
En segundo lugar, seguimos atrapados en la inútil cuestión del apoyo que tiene la independencia, de si es suficiente y, en caso contrario, de qué magnitud debería tener para que la petición fuera atendida por el Reino de España. Como se ve, se vuelve a especular con una respuesta de la que se ignoran las condiciones políticas de la pregunta. Quiero decir que, por un lado, hacerla sin ningún contexto oculta que a estas alturas ya hay cuatro de cada cinco electores potenciales que quieren ser preguntados por esta cuestión, sea cual sea el sentido de la decisión. ¿Cuántos más tienen que ser? Por otra parte, se ignora el hecho de que el elector entrevistado sabe, o imagina, bajo qué amenazas debe tomar la decisión. Es fácil pensar cómo cambiaría el resultado si la pregunta fuera: “En caso de que España se comprometiera a aceptar un resultado favorable a la independencia de los catalanes sin represalias, de manera democrática, pacífica y pactada, ¿estaría a favor o en contra de ella?” Pensar que el ciudadano responde a favor o en contra de la independencia como quien elige carne o pescado para cenar, al margen de las circunstancias de la elección, es decir, sin tener en cuenta la aversión al riesgo, es tratarlo de estúpido. Y, en cualquier caso, todo el mundo sabe que el empeño del nacionalismo español con la unidad de España nunca será vencido por mayoría alguna, simplemente porque no tiene un fundamento democrático sino de raíz colonial.
Precisamente, el Muy Honorable President de la Generalitat en el exilio, Carles Puigdemont, en el librito que acaba de publicar La Campana, ‘Re-unámonos’, ha sabido huir de estos falsos dilemas en que ha quedado atrapado el debate político. Después de un recorrido nada autocomplaciente consigo mismo ni condescendiente con el lector, Puigdemont propone otras dos preguntas tan directas y francas como poco habituales. Una, si se está dispuesto a soportar la nueva ola represiva que obviamente desencadenará el Estado ante cualquier nuevo intento de secesión. Y, dos, si se está preparado y se tiene suficiente fuerza para superar este obstáculo o, como dice el president, la “pared”. He aquí dos preguntas que, en primer lugar, no permiten refugiarse en los ingenuos sermoncilllos dilatorios en espera de “ampliar la base” ni en los entusiasmos voluntaristas de cuatro exaltados. Y, en segundo lugar, son preguntas que apuntan en qué dirección hay que trabajar: herramientas disponibles, estrategias pactadas y perspectiva temporal.
Sobre la resistencia a la represión del independentismo, y teniendo en cuenta que los poderes del Estado son absolutamente incapaces de reconocer el desafío catalán porque se juegan su concepción de la nación -el último ejemplo es la respuesta de Pedro Sánchez a la demanda de diálogo de Jordi Cuixart-, tengo la certeza de que hay un volumen suficientemente grande de personas dispuestas a plantar cara. Quiero decir, que el Estado ya ha demostrado que es y será incapaz de seguir la vía de la seducción que empleó el Reino Unido para vencer a Escocia, y que seguirá encendiendo el conflicto. En cambio, sobre la fuerza para superar con éxito la confrontación, es decir, para ganar definitivamente el combate, creo que todavía no hay el grueso de confianza interna suficiente. Quizás la respuesta política y popular a las sentencias nos dará una idea más precisa de dónde estamos. Y, en cualquier caso, la clave definitiva, si se quiere triunfar, será de qué manera se sabe coordinar todo el independentismo, aunque sea ocupando posiciones diversas.
Es necesario, pues, desenmascarar las preguntas que llevan a falsos dilemas, es decir, que llevan a respuestas perdedoras o que se refugian en unos limbos políticos inertes. Al contrario, hay que atreverse a hacer las preguntas que encaran los verdaderos problemas. Dicho de la manera más cruda posible: sólo valen las preguntas abiertas tanto a la victoria como a una posible derrota democrática del independentismo. Y, en ningún caso, son pertinentes las que aceptan el marco autoritario que hace imposible la resolución del conflicto y sólo confían en que se pudra paulatinamente.
LA REPUBLICA.CAT