Las nuevas bases de la nación

En la presentación que tuve el honor de hacer en Sabadell del último libro de Rafel Nadal, ‘Cuando se borran las palabras’, me pareció interesante destacar el hecho de que la Cataluña de la infancia del autor que describía en la misma– somos de la misma edad– era mucho más culturalmente homogénea que la actual. Quiero decir que la Girona que describe Nadal, el ambiente familiar y de la calle, a pesar de las grandes diferencias con mi Terrassa obrera y gris donde todo giraba en torno a la industria textil, tenían enormes puntos de contacto. Hablo de los estilos de vida austeros nacidos en la dura posguerra, del sacrificio por los hijos, de la fidelidad a la palabra dada, del valor de la responsabilidad individual, del trabajo bien hecho, de evitar los gestos ostentosos…

Sin embargo, la Cataluña actual –como en cualquier parte de nuestro entorno geopolítico– es infinitamente más diversa y heterogénea. Y no sólo por los diferentes orígenes globales de su población, que se han sumado a aquella “Cataluña, un solo pueblo”, un eslogan que tenía en mente la incorporación de las migraciones españolas a la nación catalana. Ahora, en Cataluña, se hablan unas trescientas leguas distintas. Y ahora la diversidad y la heterogeneidad también van por edades, por género o por acceso a la cultura digital, entre otras, heterogeneidades que irrumpen dentro de cada grupo étnico –si es que todavía tiene sentido hablar en estos términos–, y dentro de cada familia, por comunes que sean sus orígenes.

La gran cuestión es si sobre toda esta diversidad y heterogeneidad todavía puede hablarse de un solo pueblo, o aspirar a ser una sola nación. Y, si es que sí, saber cuáles serían sus fundamentos, más allá de las afirmaciones retóricas y voluntaristas que quieran hacerse. La pregunta es si, más que apelando a un pasado más homogéneo, la nación podría construirse sobre un proyecto futuro. En un intento de respuesta, hace 20 años ya sugerí que la nación ya no podía ser definida por unos elementos constitutivos esenciales, por un contenido material, sino que debería entenderse como una guía, como una “nación brújula” (entre otras, en ‘La nación brújula’, Avui, 2 de noviembre de 2001). Y a la vista de estos primeros veinte años del siglo XXI, me reafirmo en aquella idea.

Es a raíz de estas reflexiones que creo muy interesante recuperar uno de los diálogos entre Bruce Springsteen y Barack Obama recogidos en ‘Renegats. Born in the USA’ (2021). En un momento determinado, Springsteen pregunta a Obama qué le hizo aspirar a la presidencia de Estados Unidos. Y Obama recuerda cómo descubrió que, pese a todas las diferencias, que eran muchas, entre su origen afroamericano, los padres de su esposa, Michelle, del South Side de Chicago y una pareja de campesinos de Iowa –un territorio que conocía bien–, había rasgos similares y, sobre todo, sueños comunes. Que unos y otros creían que “hay algunas cosas que deberíamos hacer unos por otros”. Y añade: “Ves estos valores comunes y dices: «Si puedo convencer a la gente de la ciudad y la gente del campo, y a la gente blanca y la gente negra y a la gente hispana, si puedo conseguir que se escuchen unos a los otros, se verán y se reconocerán unos a otros, y entonces tendremos las bases para hacer avanzar realmente al país».

Efectivamente, la posibilidad de hacer avanzar al país, ahora el nuestro, también vendría de esa capacidad de autorreconocimiento en un proyecto, en la construcción de un sueño compartido. No sería tanto en las similitudes de origen, en la igualdad de condiciones sociales –en Estados Unidos, aún más heterogéneas que aquí–, sino en esa identidad de proyecto, por decirlo como Manuel Castells, o en la nación brújula, que establece un norte a partir del cual todos, desde la diversidad de caminos que seguimos, podemos compartir una misma orientación, un mismo sueño. Y no deberíamos tener demasiadas dudas sobre el hecho de que la brújula, en Cataluña, tiene como estrella polar la lengua. Y también considero una evidencia de que, vistas las largas circunstancias históricas, no podemos levantar la nación dentro de un Estado que no sólo no permite proyectos nacionales paralelos o alternativos, sino que pretende aniquilarlos. Ahora, sólo necesitamos liderazgos, personales y colectivos, que tengan esta ambición. Porque la mayoría del pueblo ya ha hecho saber que la tiene.

LA REPÚBLICA (LRP.CAT)