Pocas cosas hay tan fascinantes como algunas pinturas y dibujos de Leonardo da Vinci, salvo, quizá, la simulación por ordenador del funcionamiento de las máquinas que ideó. Ante la Gioconda o La última cena, si los turistas y las medidas de seguridad lo permitieran, uno podría quedarse mucho tiempo embelesado; ante la pantalla de un ordenador o las páginas de un buen libro sobre el tema se puede llegar al éxtasis viendo las reproducciones de los mecanismos deducidos de los dibujos del maestro.
Lo curioso del asunto es que estas geniales invenciones técnicas sirvieron como las pinturas: para nada práctico. Helicópteros, aviones, submarinos, ametralladoras, tanques, coches, cañones, telares, todo salió de la mente del egregio renacentista.
¿Fue Leonardo un simple dibujante de una primigenia ciencia-ficción? No, fue un genio que escudriñó magistralmente la naturaleza, desde la anatomía humana hasta la botánica pasando por media docena de especialidades. Además, fue quien con más recio fundamento antepuso Arquímedes a Aristóteles. Aunque respecto al gigante helenístico tuvo dos deficiencias notabilísimas. Este fue un matemático excepcional y sus inventos mantuvieron a raya a la flota romana de Marcelo durante casi tres años que duró el asedio de Siracusa. Leonardo tenía unos conocimientos rudimentarios de matemáticas, apenas se sabía expresar por escrito y todas sus máquinas de guerra fueron rechazadas porque, con razón, los generales e ingenieros militares sospecharon que no valdrían para nada en la batalla si es que no producían más estragos entre amigos que entre enemigos. Aún más, mientras que Arquímedes fue un gran innovador de la ciencia y la tecnología de su tiempo, Leonardo no aportó mejora alguna a los mayores avances de su época, por ejemplo, la imprenta. Sin embargo, cosas tan sutiles como el principio de la inercia, la potencia del método empírico, el interés por la mejora de la tecnología al servicio del avance humano (y el suyo pecuniario particular), etc., precedieron la obra magna de Galileo e incluso tienen unos tintes de una modernidad notable.
La ingeniería de Leonardo también nos provoca prevención sobre dónde puede llegar una tecnología huera y visionaria: a ninguna parte. Aún hay algo peor y es que se implementen costosos artefactos por motivos que nada tengan que ver con el progreso ni el aumento del bienestar social. El verano es una buena época para reflexionar. Piense el lector en muchas maravillosas máquinas actuales tan inútiles como las de Leonardo. Puede empezar por la Estación Espacial Internacional. Hasta septiembre, amigos.