COLONIA Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, o más brevemente Barcino, es el nombre que los romanos dieron, allá por el año 10 antes de Cristo, a la actual ciudad de Barcelona. Unos cuantos decenios antes, en el invierno del año 75 aC, un famoso militar romano, Cneo Pompeyo Magno, había asentado su campamento en las cercanías de un poblado vascón, de nombre desconocido, con intención de pasar el invierno y guardar los pasos del Pirineo en el transcurso de la guerra civil que sostenía contra el general Sertorio. El campamento se convertiría luego en ciudad romana, llamada Pompaelo,la ciudad de Pompeyo , la actual Pamplona.
Pasados 2.000 años, las dos ciudades siguen vivas, y tienen en común el ser referentes esenciales para sus respectivos territorios. No obstante, en lo que a la investigación arqueológica y al recuerdo de su historia se refiere, la diferencia entre ambas no puede ser mayor. Barcino permanece en el subsuelo de la actual ciudad, recuperada, restaurada, musealizada, dignificada y adaptada a fines culturales y pedagógicos. Pompaelo, en claro contraste, ha sido minimizada y aniquilada, destruida y sus restos eliminados o arrinconados, y no cuenta con un solo espacio musealizado.
Recientemente tuve la oportunidad de viajar a Barcelona y admirar, una vez más, una ciudad cuidada, culta, cosmopolita y orgullosa de su historia, su cultura y sus tradiciones. Visité el Museu de la Ciutat, situado en el mismísimo centro del Barrio Gótico, en el subsuelo de la plaza del Rey, y pude comprobar cómo el Ayuntamiento de Barcelona ha musealizado los restos de su pasado. Varias salas en superficie ilustran, mediante paneles explicativos y atractivas ilustraciones, la evolución de la ciudad en las diferentes épocas. Después, un ascensor lleva al visitante hasta lo más profundo de los registros arqueológicos de Barcino, donde una pasarela acondicionada facilita un paseo por la ciudad romana.
Todo favorece allí la evocación del pasado: los restos perfectamente conservados y señalizados, la ambientación, la iluminación y hasta la música antigua que acompaña la visita. Una serie de paneles dan las explicaciones pertinentes, complementadas con vitrinas donde se exponen otros restos, procedentes de la ciudad y que hábilmente han sido allí traslados para su disfrute. Se puede ver in situ un tramo de muralla romana, penetrar en una de sus torres, pasear por las calles de Barcino, donde se señalan casas humildes y ricas villas, aprovechando para dar explicaciones de cómo era la vida cotidiana en la época. Hay también una fullonica o tintorería del siglo II, con restos de las pilas para el lavado y hasta los tintes que utilizaban, una fábrica de salazones de pescado del siglo III y una cella vinaria o bodega, con sus enormes cubas de cerámica intactas, donde se explica el proceso de la elaboración del vino. Tal vez lo más impresionante sea una instalación virtual donde, mientras el visitante tiene a la vista las ruinas de Barcino, en la pantalla se muestra cómo era su aspecto original y, mediante una animación, ve su evolución progresiva a lo largo de los siglos, su abandono y destrucción, las posteriores construcciones visigodas, medievales y modernas, hasta llegar a su aspecto actual. En estas animaciones se incluyen otros edificios cercanos y emblemáticos como el Palau Real, el Salón del Tinell… Realmente impresionante.
Hace tan sólo cuatro años, también Pompaelo nos hizo un regalo irrepetible: el mayor yacimiento arqueológico de la historia de Pamplona, y uno de los más importantes de Navarra. Incluía un lienzo de muralla tardorromana de varias decenas de metros con su torre de flanqueo, conducciones romanas, pavimentos, un menhir de origen no aclarado, unas termas romanas completas y de gran tamaño, restos de edificios romanos, el barrio medieval de Zurriburu, dos necrópolis medievales superpuestas, una musulmana y otra cristiana, con docenas de cuerpos, alguno incluso con su atuendo de peregrino, además de otros restos medievales y modernos, como el castillo del siglo XIV que dio nombre a la plaza por vez primera, y que fue vergonzosamente ignorado.
Después de visitar Barcino, uno puede fácilmente imaginar la completísima instalación museística que se podría haber realizado en la Plaza del Castillo de Pamplona. Habría sin duda rivalizado con la de Barcino y, sin embargo, todo fue arrasado por la señora alcaldesa, por su equipo de gobierno y por otros concejales y políticos que, por obra u omisión, consintieron que semejante patrimonio nunca pueda ser disfrutado por nuestros hijos. En vez de ello, los restos de Pompaelo son hoy un aparcadero de coches, cutre, ruidoso, sucio de hollín y humo. Cuatro años después de las excavaciones, aún no se han publicado los resultados de las prospecciones arqueológicas, para conocimiento de la comunidad científica y de los ciudadanos, y mientras tanto han cometido el fiasco de San Fermín de Aldapa, donde han desechado, una vez más, musealizar siquiera algunos restos de la Pamplona romana. Cuando vieron que el asunto del parking se torcía de nuevo, abandonaron despavoridos la excavación arqueológica, dejando los restos a la intemperie, donde aún permanecen, para sonrojo y bochorno de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.
A la señora alcaldesa de Pamplona no le interesa en absoluto la historia ni el pasado de la ciudad, sólo parece motivarle su propio ego. Por eso en su parking se destaca en una placa y con grandes letras el propio nombre de la alcaldesa, mientras que ni un solo letrero informa al visitante del origen y filiación de la muralla que, mutilada y descontextualizada, allí yace. Bajo el Gobierno de Yolanda Barcina, la arqueología de Pamplona ha estado siempre supeditada a la obra pública, a plazo fijo, con prisas y sin esperanza de conservación. Se ha desechado en todo momento la vertiente patrimonial que la arqueología como disciplina debe tener, y que cada vez se valora más en los países cultos. En Pamplona los restos arqueológicos no se conservan, sólo se documentan y luego se destruyen. Es el paraíso delvaciado arqueológico .
Por todo ello, recomiendo encarecidamente la visita al subsuelo romano de Barcelona, porque constituye una auténtica delicia para quien disfrute con la arqueología, la historia y la cultura. Pero también debo avisar a los pamploneses que allí se desplacen que, a la vista de los restos de la Barcino romana, han de sentir envidia, una profunda pena y mucha, muchísima vergüenza.