La historia es escuela y hace escuela. Tuve noticias de Patxi Zabaleta en el año 1977, por la prensa. Un jovencísimo político que pronosticaba que, por razones históricas, veríamos una Euskal Herria independiente en 10 años. El ardor político de Iñaki Aldekoa se me quedó representado un lustro después, cuando recordaba históricamente a Jaime Ignacio del Burgo su condición política. Me consta que ninguno de los citados han olvidado esos momentos, en los que se sentían haciendo historia reivindicativa de un “proceso de negociación, como propuesta o idea de superación del conflicto”, que no había de quedar obsoleto ni archivado. Un artículo reciente de ambos lo considera roto “porque se han roto irreversiblemente las tres bases objetivas en que se sustentaba la proposición de diálogo, denominada proceso… y ya no tiene sentido alguno reivindicar tregua”. ¿Y por qué dar por roto el diálogo?
Frente a la afirmación de ambos políticos de que “Se ha conculcado y se pretende seguir conculcando el principio esencial de separación radical entre pacificación y normalización política en el vano intento de vanguardización política… Se ha desvirtuado la capacidad de negociación por la dilapidación de la discreción y de la responsabilidad que le son inherentes…”, yace una tergiversación absoluta, ya que lo sostenido frente a una de las partes se realiza silenciando la actuación y posicionamiento propio y del Estado, en cuanto a la formación de mesas separadas.
La afirmación y sus formas recuerdan el credo de la imparcialidad del juez eterno, con la consagración de su dictamen. La desideologización pragmática de quien la pronuncia lo coloca por encima del bien y el mal de los mortales, como a Moisés entregando las tablas de la ley.
“Una de esas reivindicaciones, utilizada como fin y causa del proceso es la tantas veces aducida territorialidad de Euskal Herria. Reivindicación que, en su virtualidad política, se ha tornado además gemela de la reivindicación del derecho de autodeterminación. Territorialidad y autodeterminación se han convertido así en el binomio de justificación y objetivo del proceso”. ¿Pero cuál es la base del conflicto?
A partir de ahí se abraza un pragmatismo que desintegra el objetivo. Si el pragmatismo es un medio para allegarse a objetivos políticos inmediatos, el mismo nunca debe realizarse perdiendo la perspectiva del ideal de la sociedad a la que se pretende representar. La “formulación diacrónica y no sincrónica” de una de las partes no puede ser llevada a efecto hasta tanto la otra no haya descubierto una mínima parte de sus intenciones: ¿y ha existido alguna base para desarrollar siquiera el reconocimiento de las ideas políticas subsistentes (bien rebajadas por cierto) de Nafarroa Bai?
¿Cuáles son pues los “diferentes los procedimientos, condicionamientos y velocidades. Están histórica, social y democráticamente consolidados ámbitos de decisión política diferenciados”?
Convertir el pragmatismo en objetivo político puede conducir a aberraciones como las mantenidas por Zabaleta y Aldekoa: “recordar que las primeras reivindicaciones nacionales sabinianas del siglo XIX y XX estaban referidas a los fueros, es decir a los derechos históricos, los cuales tenían un carácter provincialista”. ¿Y qué tienen que ver las primeras reivindicaciones provincialistas dentro del conjunto de la vindicada historia de la nación vasca como punto de partida? ¿No es ello un reduccionismo simplificador de nuestros derechos, antes de que el Estado nos admita, no ya como parte negociadora, ni siquiera como partícipe en la gobernabilidad de la Alta Navarra?
Zabaleta y Aldekoa parafrasean principios políticos inamovibles: “¡¡Como si se pudiese partir de cero en el siglo XXI en un país desarrollado de Europa!!”. La verdad es que las fauces del Estado, convirtiendo el ejercicio de la política en profesional, hace estragos. ¿Es que la lengua, el sentir social y la voluntad actual de los ciudadanos no son derechos a reivindicar en el siglo XXI?
La auto-pregunta “¿Es que no ha existido ningún grado de protagonismo e intervención del pueblo vasco en los cinco u ocho siglos de la dinámica de los fueros y de los pactos, luchas y guerras surgidas por ellos?”, adquiere visos de maquiavelismo: ¿Es que ha habido libertad sin represión en esos ocho siglos? Ya no es ignorancia. Se aproxima a la maldad falseadora.
Los párrafos que siguen de ¿”Tal…, …”? no los hubiera proyectado mejor el enemigo (si no es realizado por él mismo). Un artículo no permite que nos extendamos y abundemos, pero ¿estamos llamados a negar que la voluntad política ciudadana deba ser defendida como viable en el siglo XXI, por no haber tenido la nación vasca potestades, cuando su vindicación ha sido un hecho constante, continuado y que hoy subsiste? ¿O es que los autores mantienen como más defendibles los “derechos” de la monarquía goda porque se ejercen con potestades desde el siglo V, o porque su imposición actual es válida por el “derecho” otorgado por un caudillo genocida?
Creo que entrar en el debate de derechos entre vascos es ocultar la realidad. Es poner en cuestión la defensa de nuestros principios y derechos, obviando que su ejercicio se halla impedido por el ejercicio de los “derechos” impuestos y que, al no cuestionarlos, se dan por causa admitida, previa e incuestionable. Las posiciones de partes, han de admitir formulaciones opuestas, a ser defendidas por cada parte.
Quien reivindica el derecho a decidir de los vascos obviando las exigencias debidas a la otra parte ofrece un contrasentido total, a no ser que pretenda el engaño político. Si se admite que hay que partir de la defensa a ultranza de los derechos ejercidos por el Estado, habrá que admitir la posibilidad política de que la rebaja de objetivos por la otra parte se dé parejamente en las negociaciones. Criticar sólo un posicionamiento es ser parte del otro lado de la mesa.
En cualquier caso, concluir, como hacen Zabaleta y Aldekoa, en que “la invocación de la necesidad de un proceso que ya se ha demostrado inviable. Es hora de acatar lo que el pueblo vasco tiene decidido por mayoría…” y mezclar la lucha armada con los objetivos políticos, es mezclar cauces que todos sabemos que pueden ir separados. Además, ha habido propuestas para ello. Propuestas fracasadas por la negativa del Estado a tratar sobre derechos de la otra parte, que en cuestión de derechos políticos, somos los vascos.
Mantener el batiburrillo de letras, ofreciendo opciones sin contraparte, ni mesas, es colaborar alimentando y dando razones a las fauces del Estado ocupante.