Las dificultades de ser

No empezaré el año hablando de metafísica y de ontologia, ciencias remotas, ni del “to be or not to be” de la tragedia, sino de alguna de esas cosas que, mal resueltas, pueden llegar a molestar muchísimo y a hacernos la vida más difícil de lo que debiera. Como las adscripciones políticas, ideológicas, religiosas, territoriales, lingüísticas, culturales, nacionales o locales, que raramente son armónicas y sin conflicto posible, y raramente se combinan para producir la paz de los espíritus y el descanso de los cuerpos. Hasta en tribus muy pequeñas, la gente mata o se suicida por adscripciones como éstas. Y ni siquiera dentro de los monasterios, sean budistas o benedictinos, está del todo asegurada la quietud de una identidad perfectamente pacífica. Pasa, sin embargo, que sobre conflictos y dificultades en este campo y materia, unos tienen, o tenemos, bastantes más que algunos otros. “Todos somos de algún sitio”, parece que dijo el gran escultor, cuando decidió crear el Chillida-Leku, seguramente pensando que, en fin de cuentas, el País Vasco era su país. Lo que, por lo que he visto, no tiene nada clara uno de los valencianos de Madrid, el señor JJ Millás, que afirma que cuando ve en la tele un programa sobre Australia piensa que es australiano, y cuando es sobre la Antártida piensa que es pingüino. A mí también me pasa, pero sobre todo cuando se trata de gente que parece que no tiene las dificultades que yo tengo: a menudo me gustaría ser japonés, o sueco, o portugués, o algo así de claro y simple. O incluso un buen francés de Francia o un español de España, o alguna de tantas denominaciones que, de entrada, no te obligan a pensar ni a elegir: es todo claro desde el principio, está todo dicho y hecho, qué descanso no tener que pensar en ello cada día. Parece que una mayoría muy grande de los valencianos no tienen tampoco este problema o dificultad: se afirman españoles en santa paz y quietud, según todas las encuestas, y aquí se acaba la historia. Parece también que una pequeña minoría, muy pequeña, se afirman simplemente catalanes, piensan que es muy sencillo (“Es muy sencillo, llamadle Cataluña”, dice el título de un libro pleno de fe), y así van tirando. Y finalmente otra minoría, no sé si aún más pequeña, pasamos el tiempo llenos de perplejidad: nos afirmamos catalanes de lengua y de cultura, valencianos en política, y nos cuesta sufrir reticencias de unos y otros, algún pequeño problema de conciencia, hostilidad constante (o la ignorancia y la marginación) por parte del grueso de la población y de los partidos que esta población vota mayoritariamente y a los que encomienda el gobierno y las instituciones públicas.

El gran crítico literario Marcel Reich-Ranicki cuenta, al principio de “Mi vida”, que en una reunión se le acercó un escritor y le preguntó: “Pero, veamos, ¿qué es usted en realidad, polaco, alemán, o qué?” Las palabras “o que” aludían, evidentemente, a una tercera realidad. La respuesta, dice, fue muy rápida: “Soy medio polaco y medio alemán, y un judío completo.” El interrogador, que era Günter Grass, parece que quedó muy satisfecho con la contestación del crítico. Pero el crítico, pasados los años, recordaba que, de aquella hermosa frase de múltiples identidades, ni una sola palabra era cierta: “Nunca fui medio polaco, nunca fui medio alemán… Y tampoco fui en toda la vida un judío completo.” Ser cosas diferentes, complementarias y añadidas, es un poco complicado. Hace muchos años, a primeros de los 70, yo me encontraba en Noruega, en una reunión internacional de antropólogos, y me preguntaron si era español. “No lo tengo muy claro”, dije. “Digamos que en mi país manda Franco.” “Ah”, interpretó un colega, “quiere decir que es catalán”. “Poco más o menos”, tuve que añadir: “Soy de Valencia.” Marcel Reich (el Ranicki se lo añadieron en Polonia) era, en efecto, un judío polaco, educado en Berlín, expulsado en Varsovia en 1938, salvado milagrosamente del exterminio, y devuelto a Alemania por propia voluntad. Volvió porque, según afirma él mismo de manera admirable, su patria verdadera es la literatura alemana. Ahora, si yo, que ya me he quitado la ilusión de ser judío -mis apellidos no me lo permiten-, dijera que mi patria es la lengua catalana, y mi país la Comunidad Valenciana, y mi nación del una cosa y otra, no sé si la combinación sería demasiado complicada. “Ser” a la vez ésto y aquéllo, y quizás lo otro, puede resultar difícil, pero también, a menudo, es más entretenido.

 

Publicado por El Temps-k argitaratua