Las claves de la nueva guerra por el enclave de Nagorno-Karabaj

Un observador exterior del conflicto de Nagorno-Karabaj ha dicho que no se hablará de alto el fuego o de paz hasta que se llegue a una fase de guerra de trincheras. Esto quiere decir que, agotado el arsenal de misiles, lanzaderas múltiples de cohetes, drones y carros de combate, el grado de destrucción habrá sido enorme. Ayer al mediodía entraba en vigor una tregua “humanitaria” pactada el viernes en Moscú, con la presencia de los ministros de Exteriores de Armenia y Azerbaiyán en torno a su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, en una reunión que duró diez horas. El objetivo de la tregua es recoger cadáveres e intercambiar prisioneros. Enseguida, unos y otros se acusaron mutuamente de violarla.

Durante 26 años, Armenia y Azerbaiyán han vivido en tensión, prisioneros de la posibilidad de una guerra abierta de esta intensidad. Ante el temor a que pudiera arrastrar a toda la región del Cáucaso –y, ahora más que nunca, de que ponga en peligro el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan y el gasoducto del Sur del Cáucaso, que abastecen a Europa desde Azerbaiyán y discurren al norte de Nagorno-Karabaj–, nadie ha querido que se produjera, pero nadie ha sabido evitarla.

El curso de la guerra

El 27 de septiembre, el presidente azerbaiyano, Ilham Alíyev, lanzó la ofensiva. Sobre el porqué en este momento se ha señalado la oportunidad de la campaña electoral estadounidense durante una Administración en Washington sorda y muda al resto del mundo y la expansión, en todos los órdenes, de Turquía, la gran valedora de Azerbaiyán. Alíyev no dio otro pretexto que el de estar cansado de esperar recuperar un día Nagorno-Karabaj, pero también es cierto que las autoridades del enclave anunciaron su intención de trasladar la capital a Shushi –Shusha para los azeríes, su ciudad emblemática– y de asentar a armenios que perdieron sus casas en Beirut en la explosión de agosto.

Ambos bandos utilizan armas rusas. Armenia las obtiene a buen precio gracias a su vínculo con Moscú, pero la capacidad de gasto del petrolero Azerbaiyán –que también las obtiene de Turquía e Isr ael– es incomparable. Sobre el terreno, la ofensiva azerí discurre cuesta arriba a casi todo lo largo de la llamada línea de contacto, porque las fortificaciones armenio-karabajíes dominan las alturas. En dos distritos del sur, Jebrail y Fizuli, Azerbaiyán dice estar logrando avances. La controvertida presencia de combatientes sirios no parece significativa ni determinante hasta ahora. Los bombardeos cotidianos de Stepanakert han sido contestados con ataques sobre varias ciudades azeríes hasta a cien kilómetros de la línea de contacto. Armenia cerró la carretera que conduce al enclave por el norte, ya que discurre muy cerca de la frontera de Azerbaiyán, y ahora el mayor riesgo es que la del sur, el llamado corredor de Lachin, sea seriamente amenazada.

Los orígenes del conflicto

Las guerras que acompañaron la descomposición de la URSS –Nagorno-Karabaj, Tayikistán, Transnistria, Chechenia a continuación– quedaron prácticamente ocultadas por el desastre de Yugoslavia. Pero la que enfrentó a Armenia y Azerbaiyán por este enclave montañoso cedido por Stalin a Azerbaiyán como región autónoma de mayoría armenia fue una guerra en toda regla: al menos 25.000 muertos, 724.000 desplazados azeríes y 413.000 armenios, según cálculos del disidente azerí Arif Yunus y recogidos por el Crisis Group. Las fuerzas armenias ganaron la guerra, conquistando siete distritos azeríes. Tres de ellos garantizan desde entonces la continuidad del territorio de Armenia con el enclave. Con el alto el fuego gestado en 1994 por Moscú,

Nagorno-Karabaj se convirtió en una República de Artsaj que nadie, ni siquiera Armenia, reconoce porque el Consejo de Seguridad de la ONU respeta su pertenencia a Azerbaiyán.

Las negociaciones

No vale la pena enumerar las muchas reuniones del Grupo de Minsk, llamado así por la reunión de junio de 1992 en la capital bielorrusa y copresidido por Rusia, Francia y EE.UU. Se le ha criticado su aparente inacción para solucionar el conflicto, pero no es menos cierto que dos no negocian si uno no quiere, o si dos no quieren… Pero los “principios básicos” están fijados. Consisten, resumidamente, en la devolución a Azerbaiyán de los distritos en torno al enclave, unas garantías de seguridad para este y un estatus “interino” que culminaría con un referéndum para los karabajíes. Armenia mantendría el contacto a través del corredor de Lachin. Pero cada punto encierra aspectos controvertidos. Ilham Alíyev exige el retorno de los refugiados azeríes, y un referéndum no sería lo mismo con ellos que sin ellos. Armenia no se fía, y además ha hecho del Karabaj una cuestión existencial.

Los actores externos

No es del todo cierto que Rusia y Turquía estén en trincheras opuestas. Armenia es socia de Rusia en el Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), con Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, pero Moscú no lo activará si el territorio de Armenia no es atacado, y además vende armas a Azerbaiyán. Una de las ambiciones del primer ministro armenio, Nikol Pashinián, era mejorar ese acuerdo con Rusia. Armenia no tiene el respaldo de la ley internacional y solo cuenta con su potente diáspora –en Norteamérica, Francia…–, que trata de influir en la opinión pública. En Europa, pesan los vínculos del petróleo y el gas con Azerbaiyán y la compleja posición de Alemania respecto a Turquía. La UE en conjunto nunca ha mostrado interés en el conflicto y se remite al Grupo de Minsk. Irán, que comparte fronteras con los dos países, siempre ha mantenido una posición equilibrada.

La sociedad civil

La deformación de la historia, constante durante años, ha impuesto el relato victimista a cuenta incluso de viejísimas masacres de unos y otros. En la parte armenia el genocidio de 1915 a manos de los turcos pesa como una losa. En el lado azerí, los armenios son expansionistas y se señala que son cristianos para introducir el factor religioso en el rencor. Las posiciones tienden a ser maximalistas, y cuando Pashinián dice que Nagorno-Karabaj “es Armenia”, Alíyev sabe a qué se refiere. Todos, unos y otros, son rehenes del conflicto. La joven generación no ha visto nunca a nadie del otro lado.

LA VANGUARDIA