Los tiempos de inflexión que se producen a lo largo de la vida de las sociedades humanas pueden resultar en lo cotidiano imperceptibles, para los individuos de las mismas. Hace algunos días Aingeru Epaltza daba a entender, en una entrevista publicada en “Berria”, refiriéndose a Euskal Herria, que creía en la comunidad cultural pero no en la sociedad política. Dice que, “la única Euskal Herria posible es la cultural” y que siente “la Euskal Herria política más lejos, y cada vez más extraña”, pero, ¿es posible que una comunidad cultural viva democráticamente sin ser reconocida como sociedad política soberana?, ¿la dominación y la consiguiente subordinación, social y cultural, no son una completa conculcación de los derechos humanos?.
Aingeru Epaltza es libre de sentirse personalmente lo que quiera, pero su visión de Euskal Herria choca frontalmente con la realidad. Nos encontramos en el interior de este País fundamentalmente con dos polos de influencias ideológicas, que podríamos dar en llamarlos: pseudonavarristas y neovascongados. Los primeros ocultan la verdadera Historia de Navarra, coartan los derechos políticos y lingüísticos de los ciudadanos, y reniegan del Euskara como lengua propia. Los segundos pretenden disociar los derechos políticos de los lingüísticos, y niegan, también, la existencia de la común sociedad política-estatal-navarra, hallándose de espaldas a la realidad de esta sociedad plural y diferenciada.
La ley de minorización de esta sociedad es la siguiente: a menos Navarra menos Euskal Herria, y a menos euskera menos Navarra. Sinceramente, y con todo mi respeto, creo que lo que propone Epaltza no es Euskal Herria, ni menos aún Navarra. Contemplar la situación que ahora padecemos como inevitable es ignorar que en los últimos mil quinientos años, desde la época de Roma, se tendieron redes vivas y cambiantes de alianzas en el tablero de ajedrez europeo, que tuvieron altibajos. Y todavía estamos dentro de esas redes. Es decir, somos sujetos activos, aunque no seamos del todo conscientes de ello, y no sólo objetos pasivos.
Durante setecientos años, del siglo VI al XII, nuestro ámbito territorial, la Europa transpirenaica, mantuvo su poder político directamente continuado del de la época anterior a la caída de Roma en el año 475. Durante esos siete siglos Vasconia, formada por la Aquitania novempopulana y la Tarraconense, es un núcleo de decisión geopolítica de primer orden que mira de tú a tú a los nuevos poderes germánicos implantados en la Europa occidental.
Entre el siglo XIII y el XIX se desarrolla otra larga etapa que comienza con la conquista por Castilla de la Navarra marítima en 1200, y la invasión de Occitania por Francia en 1212, sigue con la dominación de la Alta Navarra en 1512 y de la Baja Navarra en 1620, y concluye con el desmantelamiento de las instituciones del sistema jurídico navarro: en Gascuña y Navarra el año 1789, en la Alta Navarra en 1841 y en la Navarra marítima en 1876.
Los dos últimos siglos, XIX y XX, son los de dominación y subordinación más grave. Pero al contrario de lo que Epaltza indica, no han logrado hacer desaparecer a esta sociedad.
Lo que Epaltza proyecta es, más bien, una sombra chinesca. Euskal Herria, como en el resto del mundo, es una comunidad cultural y a la vez una sociedad política, con la misma gente de carne y hueso. Son dos aspectos indisociables de una realidad plural, política y cultural, al igual que Irlanda, Portugal, Sudáfrica, Cataluña u Holanda.
El personaje de su libro, Mailuaren odola, parece más un hidalgo castellano, conquistador, para el que no existen los libros, y sí la espada. En cambio, el pueblo sí que fue el principal actor de la resistencia, y demostró que existía. Como lo prueba la concentración voluntaria de miles de jóvenes navarros en Bearne en el verano de 1512, bajo el mando del mariscal Pedro de Navarra; que testimonia la voluntad popular de luchar contra el conquistador. El primer contragolpe se produjo en Mongelos donde, según el cronista castellano Correa, los castellanos tuvieron doscientas cincuenta bajas, que obligó al Duque de Alba a retroceder y refugiarse dentro de las murallas de Pamplona, y evitar así que fuese liberada por los navarros. En la batalla por Pamplona, en noviembre de 1512, el citado cronista presente en la misma, dice que al entrar en combate desde un bando se gritaba “Navarra” y desde el otro “Castilla” y “España”.
La realidad es que “leyendo la Historia” como Epaltza dice, está claro que Navarra tiene necesariamente futuro, aunque se lo cortaran con la violencia militar. El pueblo navarro/euskaldun creyó en su futuro y muchos son los ejemplos de que luchó desesperadamente por defenderlo. Basta la lectura de la documentación aportada por Pedro Esarte en su libro sobre la conquista y sometimiento posterior, para darse cuenta de la enorme y prolongada tragedia padecida.
Afirma Epalza, “creo que todos los siglos son el siglo de nuestros fracasos”, pero no se ha parado a pensar que lo que llama fracasos son, fundamentalmente, invasiones, conquistas y ocupaciones militares, que conllevan situaciones de dominación y de subordinación, que afectan en algún grado al resto de los europeos, no sólo a los navarros/vascos.
La firme voluntad de que la lengua extranjera no fuesen lengua oficial está elevado al rango de Ley, promulgada por el rey de Navarra Enrique II en los Estados Generales de Salvatierra de Bearne en 1537, donde se ordena que todos los documentos se redacten en gascón, y los que vayan en francés no sean admitidos. El mismo significado tiene la publicación del Testamentu Berria en euskara. La Universidad de Orthez tenía algunos buenos profesores protestantes de origen francés, eso no quiere decir que fuese francesa.
En opinión de Epaltza “la Reforma que abrazan los reyes de Navarra era muy francesa”. No pensaba lo mismo el Papa Sixto V, el 9 de noviembre de 1585, que al excomulgar al rey de Navarra Enrique III, afirmaba: “contra Enrique Rey de Navarra. Para memoria del futuro”. “Ese rey ha seguido los errores de Calvino y sus herejías, ya desde su adolescencia, y ha protegido pertinazmente a los herejes en contra de Carlos IX de Francia” “llevó ejércitos y armas de herejes contra Francia…”.
Son muy clarificadoras, sobre la relación entre sociedad política y comunidad cultural, las instrucciones secretas que, el Fiscal del Consejo de Castilla, José Rodrigo Villalpando, expidió en 1716 a los “corregidores”, para la implantación de la lengua castellana en Catalunya, “ordenando que se habían de utilizar instrucciones y providencias muy templadas y disimuladas, de manera que se consiga el efecto sin que se note el cuidado”. Ponía como ejemplo, precisamente, la política que Castilla llevaba a cabo en toda Navarra: “porque en Navarra se habla vascuence en la mayor parte. Y van a gobernar Ministros Castellanos”.
Comenta sobre la fidelidad que “el personaje principal del libro es un militante, y el único además, el más fiel entre los fieles”, pero no contemplas lo positivo de la fidelidad a la soberanía colectiva. En realidad se trata de camuflar al traidor de virtuoso, “como una cualidad positiva”, ” a veces, ser desleal también es importante, por supuesto (riendo)”. Sin embargo, la resistencia, aún pasiva es otra cosa. Martín de Azpilicueta, ideólogo agramontés, aconseja a los contrarios a la ocupación castellana que mantengan el prestigio social, la buena presencia y la educación, tanto en el aspecto de sus casas como en su vestimenta personal. Otra figura de resistencia es la firmeza de las instituciones jurídicas y las leyes propias, como lo hicieron al aprobar el Fuero Reducido en 1528, auténtica Constitución de Navarra, y pretender que lo promulgara el Rey de España, que nunca lo hizo, a pesar de ser requerido por las Cortes de Navarra para ello durante centurias.
Los vascos no podemos ver a Navarra “desde la muga” o “desde el burladero”, porque Navarra somos todos nosotros. Es preciso el mutuo reconocimiento de las dos caras de nuestra realidad la sociedad política y la comunidad cultural. En nuestro caso Navarra y Euskal Herria. Los derechos lingüísticos, si no son parte de los derechos humanos y políticos de esta sociedad concreta, pierden sentido.