Hace tiempo que hablo y escribo sobre la bifurcación del independentismo. Durante el período 2014-2017 los tres partidos principales fueron más o menos de la mano, unidos en un objetivo que desembocó el Primero de Octubre en el referéndum y la declaración de independencia. Pero inmediatamente después, las divergencias entre ellos se hicieron manifiestas y el camino se bifurcó. Un sector, capitaneado por ERC, decidió que no existían las condiciones para hacer la independencia y que, por tanto, había que mantener el poder autonómico y esperar tiempos mejores. Y otro, que parecía articularse en torno a Junts y la CUP, empezó a oscilar entre mantenerse en la propuesta unilateral que había conducido a octubre de 2017 o añadirse al regreso del autonomismo.
Durante un tiempo pareció que eso era cosa, efectivamente, de los partidos, que la bifurcación se traducía en partidos. Pero la complejidad de la situación, con presos y exiliados tanto de uno como de otro grupo, era patente y eso complicó mucho el análisis. El presidente Quim Torra fue muy contundente cuando dijo “uno de los obstáculos para alcanzar la independencia es la autonomía”, pero no ha sido hasta la formación del nuevo govern, el actual, cuando se ha puesto claramente de relieve, muy claramente, que esa visión que la bifurcación se traducía en partidos era una visión equivocada, que no es una cuestión de partidos.
Junts se presentó a las elecciones con Carles Puigdemont y Laura Borràs como activos evidentemente rupturistas al frente del cartel, pero ambos desaparecieron por completo cuando las urnas se cerraron. Y emergió, básicamente, un Junts continuador de la vieja Convergencia –incluso después de la ruptura formal con aquel pasado. La práctica autonomista se ha impuesto en la cotidianidad y la lista de miembros del ‘sotagovern’ (bajogobierno) convergentes recolocados profesionalmente en el actual govern de coalición es tan impresionantemente larga que marca de forma significativa por dónde van las cosas. Es cierto que hay todavía ‘outsiders’ disparando por su cuenta, sobre todo Laura Borràs. Pero todo el mundo tiene tragado que el concierto autonomista la dejará caer cuando los jueces quieran que caiga. Lo sabe todo el mundo y es profecía. Y cuando ya no sea presidenta del parlament dará igual lo que acabe pasando con su juicio porque, de hecho, habrá sido eliminada de la ecuación. Espero que Borrás haya leído el monumental ‘Il caso Moro’ de Leonardo Sciascia, porque el cinismo político brutal que se retrata en él es el que ella ya vive.
Y la CUP se mueve desconcertada, dando vueltas a derecha e izquierda, atrapada en sus tópicos y contradicciones. Ellos son quienes hicieron posible el govern autonomista con ese primer pacto con ERC que les daba permiso para no avanzar nada en dos años. Sin embargo, ahora parece que les duele o les dan miedo las consecuencias y radicalizan el mensaje tratando de recuperar la situación perdida. Pero con la piedra del pecado original atada a los pies y la credibilidad, parece, algo dañada.
Ante este panorama, han sido los exiliados con sus victorias judiciales y políticas y la ANC –que ha sido capaz de mantenerse donde estaba contra las presiones autonomistas– quienes han hecho cosas que recuerdan que la vía unilateral está viva y tiene, como se comprobó en la manifestación de la Diada, un gran predicamento entre la gente. Pero también, en esta situación, y más aún en un país con tanta tendencia a la depresión como es éste, no es de extrañar que la vía unilateral, el ‘octubrismo’, llámenlo como quieran, pareciera haber quedado enterrada y sin recorrido. Hasta el punto de que mucha gente, independentistas incluso, ya dice impúdicamente que el proceso ha terminado, que ya se ha pasado página.
Pero la cosa no es tan simple.
Más allá de las teorías justificativas que se elaboran para aparentar que existe un pensamiento, y no el miedo, tras el cambio de estrategia, la bifurcación del independentismo se fundamenta en la respuesta diferente que se da a dos preguntas clave. La primera pregunta es si se puede derrotar a España o no. Y la segunda es si la independencia es un proyecto a corto plazo propulsado por la población catalana y sobre el que España no tiene derecho a decidir, o no lo es.
La estrategia de quienes responden, o creen, que no se puede derrotar a España y que, por tanto, no volveremos –o no volveremos en muchos años– al 27 de octubre de 2017 está clara. Algunos, con la mejor voluntad del mundo, dirán y redirán que debemos ser más y que debemos prepararnos mejor. Y mantendrán el uso de la palabra “independentista” durante el tiempo que les sirva. Pero harán autonomismo y nada más –mientras se lo permitan. Un autonomismo fino, porque ya no queda casi autonomía, pero reconozco que puede resultar efectista en algunos momentos y que, sea como sea, es esencial para engrasar la máquina del partido, de los medios, de los opinantes y de toda la galaxia que conforma finalmente la opinión pública.
Seguramente ya teníamos que haber visto esto en 2017. Aquella prisa tan exagerada por hacer un “govern efectivo” justo después de las elecciones de diciembre no tenía gran cosa que ver con las razones que nos explicaban entonces de construir república. Y, de hecho, la vía rupturista seguramente habría consistido en no presentarse a esas elecciones ninguno y no colaborar con el 155. Seguramente la mejor salida habría sido formar un govern en el exilio y un parlamento en el exilio y haber puesto a España contra las cuerdas hasta que cediera políticamente –y a quien piense que esto era imposible le recordaré sólo que a los cuatro años han sacado de la cárcel a nueve personas acusadas de sedición porque habían hecho la independencia, y resulta que habían sido condenadas a doce. Y las han sacado porque no podían aguantar ni un minuto más. O le recordaré también que los exiliados han demostrado sobradamente que la posición española es insostenible en Europa porque en definitiva son ellos, los españoles, quienes actuaron antidemocrática e ilegalmente, contra los tratados fundamentales de la Unión.
Pero ahora da igual esta discusión. El hecho es que esa bifurcación entre exilio e interior no ocurrió en ese momento y la bifurcación que parecía sustitutiva, la que parecía haber entre partidos, tampoco ha terminado de hacerse realidad. Pero en cualquier caso me interesa ahora valorar todo el camino positivo, de clarificación y de endurecimiento, que ha hecho la vía unilateral. Y resaltar la gran oportunidad de reescribir este pasado de cuatro años que se abre con la constitución, finalmente, de la Asamblea de Representantes.
Desde el primer minuto, el Consejo para la República respondía, dentro de la bifurcación independentista, a la estrategia unilateral. Sin duda, era lo contrario al autonomismo. Porque nació del govern en el exilio, manteniendo la legitimidad de la Generalitat de Cataluña contra el golpe de estado del 155 y afirmando que, una vez proclamada la independencia, no podía volverse al marco anterior. Pero después también permaneció atrapado en la telaraña autonomista y cayó en una contradicción: intentar gobernar la autonomía al tiempo que se proclamaba, exiliándose, su ilegalidad, era una jugada demasiado complicada, demasiado imposible. Y seguramente también todo era demasiado grande, incluida la situación personal, para poder tener la cabeza lo bastante clara en todo momento.
La realidad, sea como sea, es que cuatro personas, el president Puigdemont y los consellers Comín, Ponsatí y Puig, han sido capaces de mantener abierto ese frente. Ellos no son los únicos exiliados, pero es evidente que los demás han tenido posiciones muy diferentes y que no conducen al mismo sitio. Y a la hora de resaltar el trabajo que han realizado hay un dato que, precisamente hoy, quiero resaltar. Puigdemont y Puig eran de Convergència, o del PDECat. Pero Comín era de Esquerra Republicana, y quizás todavía lo es, no lo sé. Y Ponsatí es una independiente que, si no voy equivocado, no tiene afiliación alguna pero que seguro que no tiene ni un pelo de convergente.
¿Y por qué recuerdo esta obviedad ahora? Porque una de las cosas fundamentales que ocurrió el domingo en la constitución de la Asamblea de Representantes es que esa maniobra consistente en estigmatizar la vía unilateral presentándola como una vía partidista se hizo añicos por completo. Pero hay que mirar atrás para recordar que desde el primer minuto se había intentado que así fuera y que, por tanto, habrá que aprender la lección. Puigdemont, Puig, Comín y Ponsatí no eran de un mismo partido. Si acaso, eran de una misma idea y, sobre todo, son de un mismo ímpetu. Que hayan acabado formando parte de una misma candidatura, vinculada a uno de los partidos autonomistas, esto es harina de otro costal; y los boicots y las agresiones también cuentan para contarlo. Pero el ADN del Consejo es la unilateralidad y la defensa del Primero de Octubre, no las siglas. Y ese detalle será clave a la hora de aprovechar el salto adelante que significa la constitución de la Asamblea de Representantes.
Porque el Consejo para la República tiene ahora una oportunidad única de resaltar esa independencia –y en eso el presidente Puigdemont, que debe aclarar qué es y qué quiere ser, tiene una gran responsabilidad. El domingo se vio bien claro, con los hechos, que el Consell no es ningún invento de la derecha catalana ni la pata secreta de ningún partido, por decirlo a la manera ridiculizadora que utilizan algunos todavía. Este juego de oponer Junts a Esquerra y ambos a la CUP o la CUP y ERC a Junts o Junts y la CUP a Esquerra ya les viene bien a los autonomistas, para mantener el gallinero controlado. Pero no vale hacer tantas trampas: el domingo en Canet de Rosselló se vio algo muy distinto.
En Canet la raya no se trazó entre quien era de Junts, quien de Esquerra y quien de la CUP. En Canet la raya se trazó entre quienes estaban allí y quienes no estaban allí. Y los que estaban allí estaban –de Blanca Serra a Carles Puigdemont, de Joan Puig a Lluís Puig, de Àngels Martínez a Laura Borràs, de la presidenta Ona Curto al último de los 121 representantes presentes– porque coincidían en la respuesta a las dos preguntas fundamentales: sí se puede derrotar a España y la independencia es un proyecto a corto plazo propulsado por la población catalana y sobre el que España no tiene el derecho de decidir. Y esto no es ningún detalle menor, sino todo lo contrario. Éste es el cambio real de dimensión que aconteció el domingo y que clarifica, en mi opinión completamente, la situación. La vía rupturista está en el –y de hecho es el– Consejo para la República. Y punto.
PS1. No sé si esto que voy a contar ahora tiene ninguna relación directa con el contenido del artículo, pero me ha llamado la atención. Mientras el president Puigdemont estaba en Canet en la constitución de la Asamblea, Junts hacía un gran acto público en Lleida sin su presencia, ni tan siquiera en un vídeo grabado.
PS2. A veces tengo que hacer artículos demasiado largos para contar cosas que me parecen demasiado complejas. Éste es uno de ellos. De modo que, para no agobiarles, he dejado para mañana unas cuantas prospecciones de futuro, relacionadas con lo que podría hacer el Consejo en adelante, si entienden y comparten que ésta que acabo de describir es la pieza clave del momento.
VILAWEB