La mentira se ha convertido en un señuelo habitual para evitar responsabilidades, en especial, la de los criminales que andan sueltos por los estrados del poder político y económico.
Las declaraciones y artículos periodísticos de diversos actores del terrorismo de Estado, haciendo una clara apología de sus movimientos pasados, han ido acumulándose al sistemático matonismo político que impera en la clase política española, cuando se trata de analizar el llamado caso vasco. Hace unos días, asimismo, el CNI se ha negado a declarar en un juicio con imputados vascos, recordando experiencias pasadas. El comodín, la Ley de Secretos Oficiales franquista, ahora en renovación, que permite a los aparatos del Estado proteger a sus servidores, sea cual fuera el delito y su magnitud.
Esta misma semana me invitaron a participar en un homenaje a los 39 muertos por el fascismo en la localidad ribera de Cortes, en la muga de Euskal Herria con Aragón. Después de tantos años, el mensaje que nos queda por transmitir está dirigido a las generaciones que nos suceden. Memoria y verdad. El párrafo anterior me ayudó a preparar el discurso.
Gabriel García Márquez escribía con pluma fina, ya hace años, algo así como que los hombres y mujeres nacemos con un disco duro que vamos rellenando a lo largo de nuestra vida y que, cuando se acerca la madurez, el disco ya está lleno. Y poco a poco vamos archivando, a partir de entonces, nuestras nuevas experiencias en disquetes y pendrives. Pero que cuando queremos gestionar temas profundos, echamos mano al disco duro, donde se asientan nuestras convicciones forjadas, añado yo, en el camino emancipador. Los disquetes son superfluos.
Frente a un público heterogéneo, manifesté que, en ese disco duro, debemos atesorar la memoria de los que nos precedieron y sus alas fueron esquilmadas por los verdugos de la libertad, para propagar en el tiempo sus ojos y la, en su mayoría, breve existencia. El pasado nos atosiga una y otra vez con las voces de los nuestros.
Hay, también –continué–, otra carpeta que debemos desbrozar, aunque en ello nos vaya un esfuerzo ímprobo frente al Gran Hermano que posee la fuerza de un Estado con medios ilimitados para hacer valer su posición. Es la carpeta de la verdad. «La verdad es siempre revolucionaria», una cita atribuida, no importa su autor, a Lassalle, Lenin o Gramsci. Por eso, la reacción siempre se vale de la mentira, de la ocultación de la verdad.
Parece que, en los últimos tiempos, la mentira se ha convertido en un señuelo habitual para evitar responsabilidades, en especial, la de los criminales que andan sueltos por los estrados del poder político y económico. Uno de los delincuentes del Trío de las Azores sigue dando conferencias a precio de Hollywood, mientras aquel ministro de las cartas bomba a militantes de Herri Batasuna atiza al gobierno actual y rompe el carné de su antiguo partido, por reunirse precisamente con los que él mismo ordenó eliminar. El recorrido de la mentira es largo.
La verdad es un arma frente a la impunidad, frente a la insidia judicial y contra el negacionismo histórico. Las órdenes de Emilio Mola para señalar la Gernika civil como objetivo militar a bombardear por la Luftwaffe desapareció de los archivos militares de Ávila, las fichas penitenciarias de las Trece Rosas fueron robadas del Archivo de Penados de Alcalá de Henares, Martín Villa ordenó la destrucción de centenares de miles de expedientes sobre los crímenes del franquismo, el gobernador militar de Iruñea quemó los archivos del maquis, ubicados en la capital navarra. La Ley de Secretos Oficiales blinda al resto.
La impunidad incitó al matonismo. Mentira tras mentira, avalados por la indiferencia judicial, los torturadores agasajados, indultados llegado el caso, y ascendidos, se vinieron arriba. Más de cinco mil denuncias en Euskal Herria no son una casualidad, sino el producto de un protocolo aplicado junto al ocultamiento de la verdad. Las declaraciones del excomisario José Manuel Villarejo, mostrando su pena por no haber participado en las desapariciones de militantes vascos y añadidas a las en su tiempo hechas por otros mercenarios del terrorismo de Estado, son parte de esa impunidad tan extendida que abre otra serie de matonismos también dialécticos. Unos y otros quieren participar en la caza al disidente (Artolazabal la última), incluso con los que continúan presos.
Esa impunidad tiene su apoyo en un consenso político que se agranda día a día con pequeños detalles como la publicación reciente de las memorias del antiguo jefe de los servicios secretos españoles, el general Emilio Alonso Manglano. Un fiasco. Hagiografía en vez de biografía. Y blanqueamiento de la actividad ilegal y de los altos cargos de los Estados, incluido y sobre todo del fugado borbón a Abu Dabi.
La complicidad judicial ha respaldado este estado de la cuestión, con una magistratura que había avalado durante cuatro décadas un sistema fascista y en una noche se convirtió a la democracia, como por arte de magia. La conversión de los instrumentos franquistas en «demócratas» sin pasar la prueba del algodón y su continuidad endémica, nos ha llevado a la percepción actual. Los jueces españoles y su currículo, en su mayoría, actúan como agentes políticos para constreñir la libertad.
La última razón a esgrimir para abrir las ventanas a la verdad tiene su razón con el freno al negacionismo histórico. Un tema relevante sobre todo frente a las nuevas generaciones. El negacionismo tiene muchas caras, desde el ocultamiento de la autopsia de Txabi Etxebarrieta, que avala una ejecución extrajudicial, hasta las listas confeccionadas por las asociaciones de víctimas del terrorismo incluyendo a fallecidos, precisamente por mercenarios a sueldo del Estado, como si fueran voluntarios de ETA.
No es cuestión secundaria. Las últimas encuestas entre la juventud navarra muestran ese gran desconocimiento de los jóvenes sobre el terrorismo de Estado, negado y blanqueado por los medios adictos al poder. Por eso concluí en Cortes señalando que transmitamos todo esto a nuestras hijas, a nuestros nietos. Lo dijo Sócrates hace más de dos mil años, la verdad nos hará libres.