¿La unidad para los que la quieren?

En el ambiente pre-electoral del Principado, planea un posible nuevo actor, un cambio de guión, que dicen que podría precipitarse. Después de tres años de peleas estériles sobre la unidad del independentismo, hay indicios que apuntan a que una parte del movimiento explora la idea de una unidad sólo para los que la quieran. Concepto que aparentemente es un contrasentido, pero que podría tener la virtud de armonizar expectativas contradictorias, aclarar el horizonte y ahorrar unas agrias polémicas que ya es evidente que no llevan a ninguna parte ni sirven para gran cosa más que para degradar la relación entre los partidos y sus sendas parroquias.

Tradicionalmente, el independentismo ha sacralizado la unidad. Por razones diversas y por intereses también diversos. Por lógica, básicamente: el adversario es tan fuerte que no se ve posible de ganarle si no es sumando todo y a todos. Es cierto que no todas las llamadas a la unidad son puras ideológicamente hablando ni piensan en el conjunto; es verdad que hay movimientos que son maniobras tácticas, pero también es verdad que no todas las llamadas a la unidad son interesadas desde el punto de vista partidista. Y que hay mucha gente que cree firmemente, entre otras razones porque es con la unidad como se ha avanzado más.

Juntos por el Sí fue, en este terreno, un ejercicio extraordinario que hizo posible el gran salto adelante del Primero de Octubre y la declaración de la independencia, pero que se deshizo justo horas después. Se deshizo porque la dinámica era demasiado tensa. Juntos por el Sí se sostenía por la presión de la calle, por un equipo notable y muy eficaz de personas independientes y muy respetadas y por una parte de los dos grandes partidos que entonces creía aún que era necesario ir juntos por encima de todas las diferencias y aparcando la batalla por la hegemonía política. Era mucho, pero no pudo sobrevivir a la tensión del 27 de octubre.

La posibilidad de repetir una maniobra como aquella es imposible hoy, simplemente. Los partidos están escaldados y no hay ningún proyecto claro que les fuerce a pensar más allá del cálculo propio. Y los independientes se han replegado en casa, en espera de tiempos mejores.

ERC es quien lo ve más claro, y desde hace más tiempo. Ahora tiene el objetivo de ganar las elecciones autonómicas y gobernar. Se siente fuerte y capaz de hacerlo y los resultados de las elecciones españolas y de las encuestas indican que lo puede conseguir. Tiene muy pocos alicientes, por tanto, para hablar de unidad -entre otras razones, porque antes estaba convencida de que sólo se podía formar un gobierno independentista con Juntos por Cataluña-, pero ahora hay una parte muy importante de ERC que considera que mientras el independentismo lidere el gobierno, ellos en este caso, ya es suficiente. Tienen marcada la raya claramente: dar el gobierno a un partido no independentista, como ha hecho Juntos por Cataluña con la Diputación de Barcelona, ​​no es aceptable, pero que un partido independentista pueda gobernar con el apoyo de no independentistas, para ellos sí que lo es.

El agujero principal que tiene esta propuesta es, precisamente, el cansancio de muchos independentistas del partidismo y la incomprensión de la idea de que no necesariamente deban entenderse entre ellos. Si dejamos de lado a los militantes de cada bando, en todo el país se palpa un sentimiento explosivo de indignación hacia los partidos, para con la mentalidad de estos partidos. Muchas de las cosas que no se entienden, la gran mayoría, se explican sólo porque se hace pasar el partido por delante del país. Y esta es la actitud que reprueba una parte de los ciudadanos; una parte cuantitativamente muy difícil de evaluar, pero que en un país tan atomizado como el nuestro puede ser decisiva electoralmente. Sin embargo, la cuestión es que estos mismos ciudadanos a la hora de la verdad se sienten atrapados entre lo que quieren y lo que no pueden obtener. Creen a pies juntillas que la unidad es necesaria pero comprueban cada día que es imposible. Y no hablo de la famosa lista única, que hoy ya no hay ni tan siquiera unidad estratégica y el ‘govern’ se sostiene sólo por la conveniencia política y por los sueldos del ‘sotagovern’, uno de los pegamentos más efectivas que hay bajo la capa del cielo.

Pero precisamente en este punto llegan de repente señales que parecen indicar que una parte del movimiento independentista, en lugar de plegar las velas de la unidad, como aparentemente sería lógico, comienza a reformular el concepto. Por primera vez hay quien habla de ‘la unidad de quienes la quieren’, dejando de lado lo que hagan los que no la quieren o no la creen necesaria o piensan que es una trampa partidista. Se trata, dicen, de evitar el enfrentamiento cainita pero a la vez sin renunciar a ampliar en lo posible el alcance, el arco, de quienes comparten diagnóstico y voluntad.

Y hay quien, sobre todo a partir de la proximidad de la CUP o más bien de ‘Poble Lliure’ (‘Pueblo Libre’), lo define como la construcción de un bloque por la ruptura. Hay quien insinúa, en el entorno del president Puigdemont, la idea de suspender la militancia de partido en favor de una abstracta y aún por concretar ‘militancia por Cataluña’. Hay gente como Joan Canadell, que levanta muchas expectativas cuando dice: ‘Si a corto plazo se viera la posibilidad de recuperar la unidad estratégica, me plantearía un paso adelante, en cualquier posición que se me pidiera’. Y he dejado la declaración literal porque me parece particularmente ilustrativa. Recuperar la unidad estratégica y hacerlo a corto plazo no es nada previsible si queremos decir que se entiendan Juntos por Cataluña y ERC. Pero tal vez hablamos de otra cosa. Y evidentemente la victoria de Elisenda Paluzie al frente de la Asamblea, utilizando un tono merecidamente crítico con los partidos, ha reactivado en algunos -aunque me parece que en ella no- la posibilidad de que la ANC de el paso adelante electoral que algunas otras veces se había propuesto. Todo confuso y mezclado todavía, pero moviéndose.

La cosa, en definitiva, es que, por lo que veo hoy, en un lado está ERC, con las ideas perfiladas y la maquinaria engrasada, y en el otro de momento tan sólo un cóctel, o los elementos de un posible y difícil cóctel. Que no puedo saber ahora, ni creo que lo sepa nadie, si se acabará sirviendo en un vaso, en dos, en tres o en cuatro diferentes. Si son cuatro, no creo que esto ilusione a nadie. Pero, según lo que suena y lo que dicen, si finalmente alguien -o alguna gente- tiene la habilidad y es capaz de sacar adelante esta difícil hipótesis de ‘la unidad de quienes la quieren’ entonces quizás sí estaríamos ante una situación totalmente inesperada. Inesperada electoralmente, también y seguramente en primer lugar. Pero no sólo electoralmente.

VILAWEB