La única salida: tirar adelante

Podemos se estrellará por culpa de lo que lo ha catapultado hacia arriba. Son las adversidades de la lógica política, cuando la ideología choca con la realidad. Más de la mitad de los diputados -36 de 69- lo son por el voto de una periferia española que, por un lado, siente la incomodidad de una España unitarista que la maltrata pero que, por otro, no se siente – todavía- con suficiente fuerza para romper los lazos de interés o sentimentales que mantiene con ella. Los votos de Galicia, el País Vasco -con Navarra- y los Países Catalanes hacen más de dos millones y medio de votos de los cinco y medio que obtuvo Podemos el 20-D. En estos territorios obtuvo el 24,7 por ciento de los votos. En el resto del Estado, sólo un 17,6 por ciento. Ahora Podemos se encuentra atrapado entre la línea roja del referéndum que prometió en Cataluña y el muro altísimo del nacionalismo español, absolutamente hegemónico más allá de los territorios donde el partido de Iglesias ha tenido los mejores resultados. Y, si te empujan, una línea siempre es más fácil de saltar que un muro.

La buena noticia, desde una perspectiva soberanista catalana, es que no hay retorno a los viejos escenarios perdedores que ya conocemos. Quiero decir que pronto se acabará la ilusión de un hipotético acuerdo con el Estado para aceptar un ‘derecho a decidir’ que aquí ya quisimos dejar atrás el 27-S, por supuesto, con un éxito relativo. Dicho de otro modo: no habrá choque de trenes porque, mientras que la gran mayoría de catalanes sólo consideran el ir adelante, la inmensa mayoría de españoles no aceptan que se nos proponga otra cosa que el ir atrás. No toparemos porque no nos encontraremos. Incapaz de ofrecer algún proyecto de futuro, España sólo puede exigir que volvamos al redil, y no lo haremos.

La propuesta que ha hecho Pablo Iglesias para sortear la línea roja del referéndum, lo de crear un Ministerio de la Plurinacionalidad en manos del cabeza de lista de En Común Podemos, Xavier Domènech, no deja de ser una idea apolillada, que nace muerta, y cuyos resultados ya conocemos. Era Duran quien en 1995 -¡hace veinte años largos!- publicaba ‘Cataluña y la España plurinacional’, un bienintencionado ensayo cuya capacidad para convencer a España fue perfectamente descriptible. Y que me perdonen Duran, Domenech e Iglesias por meterles en el mismo saco de las quimeras políticas. Además, la sentencia del Constitucional de 2010 lo dejaba bien claro a propósito del Estatuto de 2006: consideraba el preámbulo donde se afirmaba que Cataluña era una nación como “jurídicamente intrascendente” y recordaba, con arrogancia formal: “La nación que aquí importa es única y exclusivamente la nación en sentido jurídico-constitucional. Y en ese específico sentido la Constitución no conoce otra que la Nación española […]”. Es decir, Iglesias propone un ministerio ¡que tiene más números para ser declarado inconstitucional que la misma consellería catalana de Exteriores!

En España tendrán que esperar a ver si se les desinfla el supuesto final del bipartidismo. Y tras constatar que España no es país de pactos y coaliciones, tal vez el electorado volverá a concentrar el voto útil en los viejos partidos. Pero aquí no podemos esperar a ver si algún día son capaces de organizarnos un referéndum con la voluntad de hacerlo perder al soberanismo catalán, que es a todo lo que llega Podemos. Aquí hay un proyecto de futuro que debe superar todavía los dos últimos obstáculos. Uno, saberlo definir a partir de un debate constituyente que insista en profundizar en lo que le hizo nacer: la aspiración a más democracia, prosperidad y dignidad. Y dos, incorporar a los catalanes que aún recelan por desconfianza, por miedo o por desconocimiento. No perdamos más tiempo esperando milagros en España.

ARA