La única pregunta posible

Si el origen del proceso soberanista actualmente en marcha en Catalunya es una demanda de independencia -que es lo que fue la multitudinaria manifestación del Onze de Setembre del 2012 a partir de la que Artur Mas decidió ponerse al frente del proyecto para no quedar fuera de juego y lo que ha reafirmado la no menos multitudinaria cadena humana del Onze de Setembre del 2013-, ¿cómo no va a ser sobre la independencia la pregunta de la consulta? ¿Sobre qué tendría que ser, si no? Porqué lo que no pase por preguntar de forma explícita sobre la independencia podrá ser argumentado con la excusa que se quiera, pero, a la vista de cómo se ha desarrollado la secuencia de los acontecimientos, se tratará, de producirse, de un fraude político en toda regla.

La pregunta, como mandan los cánones de todo referéndum, tiene que ser clara y explícita y requerir una respuesta de sí o no. Lo más razonable sería adaptar una cuestión tan sencilla como comprensible como la de Escocia -¿Debería ser Catalunya un país independiente?-, y si alguien considera que es preferible no referirse directamente a la independencia y que se siente más cómodo con otra terminología podrían estudiarse alternativas como, por ejemplo, la de Estado libre y soberano. Pero ojo con los eufemismos y la ambigüedad de las palabras que permiten a cada uno interpretar lo que más le conviene. Porque luego propician malentendidos, como en el caso de CiU, que en el programa de las últimas elecciones catalanas introdujo el concepto Estado propio para evitar el término independencia y CDC, a pesar de ello, lo interpreta como sinónimo de independencia y UDC se acoge a la literalidad para precisar que nunca se ha hablado de independencia. Y la militancia, mientras, en todos y cada uno de los mítines de la campaña la única consigna que coreó fue la de independencia, como muestra de lo que, para desesperación de algunos, en realidad entendía aunque efectivamente no estuviese escrito en ninguna parte.

Una pregunta sobre la independencia no tendría que inquietar en absoluto, además, a los promotores de las opciones federal y confederal, si de verdad las planteasen hasta las últimas consecuencias. Y es que si el Estado federal es el compuesto por Estados particulares y la confederación es la unión de Estados soberanos, parece de una lógica aplastante que en ambos casos el requisito previo para que los Estados se federen o se confederen es que tengan la condición de independientes para poder decidirlo. Y es obvio que unos y otros podrían votar tranquilamente sí a la independencia de Catalunya y después defender la relación que mejor les pareciese con España. Otra cosa son algunas llamadas terceras vías que, sin ningún contenido concreto más allá del maquillaje del statu quo vigente, suenan a simples subterfugios para frenar el proyecto independentista y apuestan por preguntas múltiples con respuestas también múltiples que incluirían todas las alternativas posibles menos, curiosamente, la de la independencia. Una auténtica ceremonia de la confusión cuyo único objetivo es diluir el proceso soberanista con una pregunta sobre el sexo de los ángeles con la intención de dar por liquidado el debate como sea.

A los partidos políticos catalanes es a los que les corresponde acordar el alcance y magnitud de la pregunta de la consulta, y serán libres de decidir lo que estimen más oportuno. Pero en función de lo que hagan demostrarán si conectan con una población que ha dado carta de naturaleza a la aspiración independentista o se olvidan de que es justamente este grueso de la ciudadanía -y no ningún colectivo partidario de terceras vías u otras vías muertas- el que ha puesto en marcha el proceso soberanista y sigue impulsándolo y el que, si le ningunean, les acabará pasando por encima. Los hechos, pese a quién pese, son los que son, y de acuerdo con ellos sólo hay una pregunta posible: independencia sí o no. Y que sean las urnas las que diriman cuál de las dos opciones es la mayoritaria, algo que en pleno siglo XXI, en el mundo occidental, no debería asustar a ningún demócrata.

LA VANGUARDIA