La UNESCO y el Paisaje Cultural de “La Hermandad de Laguardia”

La Hermandad de Laguardia es una vieja y multisecular institución alavesa para la que en este artículo proponemos una estrategia de puesta en valor y reconocimiento internacional de su Paisaje Cultural Vitícola, para su inscripción como Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Empecemos contando cómo se forja ese paisaje cultural, una historia que comienza en los asentamientos de los primeros cazadores y recolectores en las cuevas de la Sierra, continúa expresada en los numerosos dólmenes levantados por los pastores primigenios, luego se manifiesta en los importantes castros celtas, en los castillos medievales, en las iglesias y palacetes del barroco, en las pioneras bodegas de crianza del siglo XIX… así hasta acabar en las esculturales bodegas de la actualidad.

Ninguna comarca vitícola prestigiosa del mundo tiene tan alta concentración de evidencias históricas y prehistóricas, tan elevado número de monumentos, tal riqueza de vivencias, que comienza incluso antes de la concesión del Fuero de Laguardia por los reyes navarros y se mantiene luego en la Edad Moderna casi hasta nuestros días con la figura de la Hermandad de Laguardia de Álava, en la que se incluyen esta villa y los pueblos circundantes.

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Paradigma mundial de los Paisajes Culturales Vitícolas

Ese Paisaje Cultural ha evolucionado hasta el presente configurando un paisaje agrario esencialmente vitícola, no en vano estamos ante uno de los viñedos más viejos del mundo, un viñedo instalado en estas mismas laderas de la Sierra hace más de mil años, en un momento de especial aridez climática y en una comarca ya de por sí árida y seca, de suelo pobre, donde solo la vid y el olivo han podido resistir tantos siglos.

Su peculiar topografía, como una isla separada por la Sierra y el río Ebro, su singular historia marcada por ser baluarte del reino de Navarra durante muchos siglos, así como el monocultivo vitícola milenario, han condicionado la idiosincrasia de sus gentes, sus costumbres, sus tradiciones, su argot, su folclore y su vertebración con los pueblos norteños del País Vasco a los que ha vendido durante siglos su famoso vino.

En una comarca límite, el cambio climático en el que estamos inmersos se vive con especial preocupación. A esa preocupación se une la globalización del mercado del vino, la expansión de la viña y la multiplicación de la producción de vino en regiones vecinas más adecuadas para huerta, cereal y otros cultivos, la actual pérdida de rentabilidad de la viña que pone en peligro que nuestros jóvenes continúen con la tradición de sus mayores…

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Por todo ello, nuestra pequeña comarca está viviendo estos últimos años un momento de grandes cambios, una transición económica y sociológica que cuestionan su identidad cultural, poniendo en peligro el mantenimiento de sus tradiciones.

Para evitarlo animamos al Alcalde de Laguardia y otras autoridades municipales, a las asociaciones bodegueras, hosteleras y culturales, a embarcarse en esta iniciativa de puesta en valor de nuestros vitivinicultores, de su historia y su cultura.

Hemos escogido el territorio de la vieja “Hermandad de Laguardia” a imitación de la candidatura de Saint-Émilion, el primer paisaje cultural vitícola declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, cuyo territorio no se correspondía con una localidad ni una Denominación de Origen sino con una entidad política medieval ya desaparecida como era la Comuna de Saint-Émilion, compuesta por la villa homónima y varios pueblos vecinos.

Hemos escogido la Hermandad de Laguardia, compuesta por las localidades de Laguardia, Oyón, Elciego Samaniego, Villabuena, Baños de Ebro, Leza, Navaridas, Páganos, Lapuebla de la Barca, Elvillar, Kripán, Lanciego, Viñaspre y Moreda, como territorio a trabajar porque posee un conjunto de valores excepcionales que la convierten en paradigma mundial de los Paisajes Culturales Vitícolas.

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De este modo evitamos problemas de propiedad del nombre por parte del Consejo Regulador o problemas de oposición administrativa del Gobierno vecino como cuando planteábamos propuestas también interesantes (“Sonsierra”) y, sobre todo, conseguimos que nuestra propuesta cumpla mejor que ningún otro Paisaje Cultural Vitícola del mundo las condiciones exigidas por UNESCO: delimitación precisa, continuidad territorial, integridad, autenticidad, antigüedad, ausencia de infraestructuras contaminantes del paisaje, originalidad etc,

Las ‘Catedrales del Vino’

Otro día hablaremos en extenso de la Hermandad de Laguardia, de su génesis y sus valores universales y excepcionales. En este artículo solo queremos esbozar la propuesta UNESCO y para ello nos vamos a fijar a modo de ejemplo en un capítulo concreto, las “CATEDRALES DEL VINO ”, para sorprender y maravillar al lector con unos monumentos religiosos de la Hermandad de Laguardia extraordinarios y desconocidos.

Desconocidos porque resultan “tapados” al turista por una tejavana de Calatrava, un hotel de Gehry o una nave de barricas que tiene apenas cuarenta años de pasado. A este respecto me viene a la memoria una frase dicha por Frank Gehry hace veinte años cuando nos presentaba en Elciego su propuesta de hotel escultural: “haré mi obra más baja que la iglesia de San Andrés que tenemos aquí al lado porque quiero respetar su belleza, su esbeltez, su grandiosidad.”

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GEHRY, con la humildad de los genios, supo ver cuál era la obra maestra.

Y vamos a contar hoy la misteriosa génesis de estos monumentos religiosos porque de su análisis se derivarán importantes argumentos para justificar alguno de los valores universales y excepcionales que tiene el paisaje cultural de la Hermandad de Laguardia, génesis que tiene mucho que ver con la alta especialización vitícola que alcanzaron Laguardia y otras villas sonserranas durante el medievo.

Hemos demostrados en anteriores publicaciones, recogidas en parte en este blog, que esa alta especialización vitícola de Laguardia se debió a su proximidad con Vitoria y con otras comarcas alavesas, húmedas, frías e inapropiadas para la vid, comarcas que demandaban grandes cantidades de vino y, en contraprestación, aportaban a Laguardia todo lo que ella no tenía en cantidad suficiente (grano, caballerías, madera o carbón).

Prueba de ello es un valioso documento del Infante Don Sancho de Castilla autorizando a los vecinos de Vitoria en el año 1283 a que traigan vino de Laguardia y otros lugares de la Sonsierra de Navarra “porque sodes poblados en cabo de regno e es tierra de montañas do no a vinnas, e vivides por acarreo”, Esa autorización excepcional entre dos reinos en guerra propició el nacimiento de “la traviesa”, una “autopista del vino” entre la castellana Vitoria y la navarra Laguardia por la que circulaban anualmente miles de caballerías cargadas con pellejos repletos del preciado líquido.

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A la vera de esa ruta que “atravesaba” la Sierra y que vertebró Álava, aprovechándose de ese vino que fue una fuente de ingresos fundamental en muchos lugares medievales, crecieron docenas de pueblos como Peñacerrada, Treviño, Bernedo o Lagrán que ayudaron en el transporte, con sus mulateros, carreteros, herreros, albeítares, mesoneros, pellejeros, carpinteros, ganaderos. Gentes que conformaron esa población alavesa que hizo posible que el vino de Laguardia llegara a Vitoria cada primavera.

A mediados del siglo XIV, la institución por el rey de Navarra del cargo de “guarda del sello y de la saca de vino”, para cobrar impuestos por la salida de vino de Laguardia nos da idea de la importancia que está adquiriendo este comercio en la zona. Otra prueba del enriquecimiento de Laguardia en el reino de Navarra es que era considerada como “buena villa”, lo que a su condición de realenga se le unía el derecho de asiento en Cortes y a estar presente en los actos de coronación y juramento de los reyes.

Otra evidencia de ese altísimo valor comercial del vino de la Villa y Tierra de Laguardia es que en 1336 los Concejos de Logroño, Navarrete, Haro, Briones… se quejaron a los reyes castellanos denunciando la introducción de vino en Vitoria por parte de los sonserranos: ”Et por esta razón que son ricos e poblados los logares e las villas de Navarra e que son empobrecidos e despoblados las villas e logares de nuestro regno”.

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IGLESIA de San Juan, en Laguardia.

La institución del Principado de Viana por el rey Carlos III de Navarra en 1.423 y el hecho de que más de la mitad del principado lo constituyera la Villa y Tierra de Laguardia nos da una idea de la importancia de los laguardienses que eran descritos así en el Censo Fiscal de la Merindad de Estella del año 1427: “…viven sobre la labranza de pan y vino, y un año con otro cogen pan y vino para su provisión y para vender y con aquello se sostienen sin que se ayuden ni usen de otras mercaderías”.

Y a la par que Vitoria y Álava crecían en población y riqueza, la demanda del vino de Laguardia se disparaba, los precios de la cántara subían y ello incitaba a nuevas plantaciones de viña. Obviamente, conforme crecía el viñedo aumentaba la riqueza de Laguardia y por eso no debe extrañarnos que en un documento del año 1494 Fernando el Católico se refiera a los hidalgos de Laguardia como “rrycos e abonados e fasendados”.

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Las nuevas viñas requerían agrandar las bodegas y de esa época de finales del XV y principios del XVI son los varios cientos de bodegas subterráneas que horadan el suelo de la villa de Laguardia y sus aldeas, por lo que es fácil imaginar a los maestros bodegueros trabajando a destajo, y a los carpinteros y cuberos haciendo las grandes cubas que albergaban cada otoño una cosecha creciente. Así que no es de extrañar que la población de Laguardia se disparase, rozándose los mil fuegos en el año 1537, población muy importante si tenemos en cuenta que Vitoria tenía por entonces 1.762 fuegos.

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LAGUARDIA «amurallada» por la Sierra. (Josemi Rodriguez).

Y todo ese dinero que se empezó a mover gracias al comercio del vino fue económicamente importante tanto para Laguardia como para Vitoria y tuvo mucho que ver con la inclusión de esta comarca en Álava, hasta el punto que pudieron ser estas estrechas vinculaciones vinícolas Vitoria-Laguardia las que en el año 1.502 configuraron el actual mapa de Álava con la incorporación de la Hermandad de Laguardia.

En definitiva, eran muchos jornales y mucho dinero el que generaba cada año ese “petróleo rojo” de la Hermandad de Laguardia, y fueron muchos años beneficiándose toda Álava de ese negocio millonario: ganaderos, arrieros, madereros, carpinteros, funcionarios o eclesiásticos. Se comprende así esa gran importancia socioeconómica del vino de la Hermandad de Laguardia en el conjunto de Álava.

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Un documento de 1556 se refiere a un concierto entre el Concejo de Laguardia y “los procuradores y cofrades de Nuestra Señora de Mendiguren y la Madalena de la ciudad de Vitoria y de Nuestra Señora de Estíbaliz y de la Hermandad de Arcaya, está tratado y concertado que por razón que los trajineros y mulateros de las dichas cofradías bajan hasta dicha villa con sus recuas a llevar el vino de los vecinos… que con libertad los dichos trajineros puedan venir a sacar y que sacarán dicho vino”.

Otra cita del Ayuntamiento de Laguardia del año 1592 resume esa importancia del vino, destacando “lo mucho que importaba al bien común de la dicha villa por consistir como consiste el principal trato y granjería de los vecinos de ella y su sustento y comida en el vino que cogen de sus propias heredades…”.

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Pero además de la importancia de la viña de Laguardia desde un punto de vista socioeconómico, hay que subrayar que ha condicionado absolutamente la idiosincrasia de sus gentes. Como los ingresos de los que dependían provenían durante siglos de un solo producto (el vino) y de un solo cliente (el mercado vasco), ello generaba una serie de debilidades e incertidumbres que forjaron una cultura singular.

La viña, a diferencia de otros cultivos, genera por su longevidad una exigencia de permanencia en el terreno, un “contrato vital” por generaciones. El viticultor planta una viña de la que se aprovechará más su nieto que su hijo. Esto crea unos estrechos vínculos con el terruño, una filosofía vital que no tienen el cerealista, el hortelano, el ganadero.

Por otra parte, el largo ciclo anual viña-vino incrementa el riesgo de accidentes o problemas: si en abril son las heladas las que quitan el sueño al viticultor pues pueden dar al traste con la futura vendimia, en mayo-junio son las plagas y enfermedades, en julio y agosto la sequía extrema o las granizadas esporádicas, en septiembre son las lluvias o el podrido del fruto o su maduración incompleta, en octubre-noviembre el correcto desarrollo y acabado de unas fermentaciones que permitan obtener un buen vino sano.

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PÓRTICO de Santa María de los Reyes de Laguardia

Y eso solo en la faceta productiva, porque en la faceta comercial las preocupaciones no eran menores. Así durante el invierno-primavera preocupaba, que una vez obtenida su buena cosecha, vinieran los arrieros y vinateros a llevársela y la pagaran bien, que no hubiera un cosechón en otros pueblos y tardaran en llegar a su “cueva” o lo hicieran con precios ruinosos. Les preocupaba también que no hubiera una guerra, una crisis económica o una epidemia por Vitoria o Bilbao, que disminuyera el consumo de vino, que no se complicaran los caminos y puertos por la nieve… ¡Qué estrés!

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LEZA bajo la Sierra. (Foto Josemi Rodriguez).

Vivir solo de la viña en una experiencia secular de triunfos y de fracasos, de fortuna y calamidades, alimentar a su prole todo un año solo con esos pocos cientos de cántaras que rendían sus cepas, forjó un carácter especial de sus gentes, un peculiar modo de ser, de pensar y de creer, una cultura singular que dependía extraordinariamente del cielo y de todo el santoral.

Con esa incertidumbre permanente, con esa dependencia vital del cielo y los meteoros, ¿cómo no iba a rivalizar cada pueblecito con sus vecinos por cuál hacía la iglesia más alta, más bella? ¿cómo no iban a poner santos protectores en cada esquina? ¿cómo no iban a llenar la Comarca de ermitas y cruceros? ¿Cómo no se iban a pasar el año entre conjuros, letanías, procesiones, romerías, ruegos “pro pluvia” o acción de gracias?

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Iglesia San Martín de Leza

En realidad, la viña y el vino nos van a explicar el porqué Laguardia es tal cual la vemos en el siglo XXI, una comarca con las estructuras del siglo XII con las que la concibió el rey navarro Sancho el Sabio al concederle su fuero, pero con la arquitectura del XVI-XVIII.

Entre por donde entre el visitante a la Comarca, de inmediato capta su excepcional riqueza patrimonial, no en vano nos encontramos, por ejemplo, ante la comarca más blasonada de toda la región o la que tiene más bienes por kilómetro cuadrado declarados Patrimonio Nacional o Conjunto Monumental con la categoría de Bien Cultural Calificado.

¿Por qué vive la comarca esa pujanza económica durante los siglos XVI y XVIII evidenciada en multitud de suntuosas edificaciones renacentistas y barrocas? ¿Cómo con el comercio del vino como único recurso económico reseñable, tuvo lugar ese tremendo impulso constructor, esa frenética actividad en tan pequeña comarca, ese ir y venir permanente de canteros, carpinteros, albañiles, herreros, escultores…?

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IGLESIA San Andrés de Elciego. (Josemi Rodriguez Martinez).

La explicación de esa segunda pujanza estuvo en el auge de Vizcaya en los siglos XVI-XVIII, que consolidó el monopolio lanero y recuperó el comercio de hierro, creciendo casi un 80% su población. Ello supuso que el consumo de vino de la Hermandad de Laguardia se doblase, de cinco a diez millones de litros, destacando Laguardia, con producciones entre tres y dos millones de litros, seguidos de Elciego con casi millón y medio de litros y otra media docena de localidades con varios cientos de miles de litros cada una.

El mejor ejemplo de este esplendor vitícola-oleícola de la Hermandad de Laguardia son sus monumentales iglesias, templos hechos mayoritariamente con vino y sudor de los viticultores. Por eso las llamamos “las catedrales del vino”. Su construcción-ampliación en los siglos XVI-XVIII estuvo condicionada por esa dependencia del cielo que impulsó a los cosecheros de pueblos minúsculos a construirse las iglesias más altas, las más bellas, las más ricas y ostentosas

Y digo “monumentales” sin ningún ánimo de exagerar porque varias de estas iglesias han sido declaradas “Monumentos Nacionales”, y si este reconocimiento es comprensible en grandes y ricas ciudades que tenían decenas o centenares de miles de habitants, es más difícil de comprender en poblaciones cien veces menores.

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INTERIOR de la iglesia de Elciego.

Así, están declaradas en su conjunto como Monumentos Histórico-Artísticos en el territorio de la Hermandad las iglesias de Santa María de los Reyes y de San Juan Bautista en Laguardia, la de San Andrés en Elciego, la de Santa María de Moreda, la de Nª Sra de la Asunción en Elvillar, la de Santa María de Oyón … Otras iglesias tienen un aspecto concreto del templo al que han declarado Monumento, como los retablos  mayores de las iglesias de San Acisclo y Santa Victoria en Lanciego,…

Insisto en la idea de que esa dependencia vital del cielo les impulsó a construir las iglesias más altas, las más bellas, las más ricas y ostentosas, rivalizando con los pueblos vecinos y lanzando con sus altas torres un doble mensaje: a los santos del cielo les mandaban un mensaje de “somos buenos y viejos cristianos, protegednos de desgracias y calamidades” y a los arrieros que pasaban de largo a cierta distancia un mensaje de “ venid a comprar aquí, a nuestro pueblo, somos importantes y honrados vinateros”.

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FOTOGRAFÍA Josemi Rodriguez Martinez.

La imponencia física de las torres de iglesias como la de Leza, Elciego, Elvillar, Oyón… visibles desde muchos kilómetros se complementaba con los sonidos de las gruesas campanas que tañían al unísono desde diversos puntos de la Comarca en un concierto atronador. Tenían pues esos “monumentos” una mezcla de plegaria o expiación y de anuncio publicitario.

Para comprender las razones por las que se elevaron estos monumentos entre las viñas del sur de Álava situemos primero estas “Catedrales del Vino” en el tiempo. Exceptuando alguna obra románica o gótica, la mayoría de las grandes iglesias que hoy vemos en la Comarca se levantan o amplían en el siglo XVI (aunque se terminen uno o dos siglos más tarde) y se levantan sobre templos más humildes construidos en la Edad Media.

¿Con qué dinero levantan un monumento pétreo tan ostentoso esas cincuenta o cien familias que viven en una aldea anónima que solo comercia con vino y un poco de aceite? ¿Con qué dinero pagaron a los canteros, constructores, escultores, carpinteros, pintores, orfebres, campaneros o vidrieros,… que estuvieron durante muchos años trabajando en cada templo?

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INTERIOR de la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción de Elvillar.

Obviamente lo tuvieron que hacer con el dinero procedente del vino y en menor medida del aceite. No tenían otra opción rentable, y no solo con el dinero de los diezmos y primicias, sino también con las donaciones “mortis causa” o las herencias a favor de la Iglesia.

Hay que recordar que en aquella época la mayor parte de las viñas y olivares de cada pueblo eran propiedad de cuatro o cinco hijosdalgo y un número parecido de clérigos, de ellos era la mayor parte del vino que se comerciaba con el norte del País Vasco. El resto de las familias del pueblo tenía, si acaso, unas viñitas y unos pocos olivos para el auto abastimiento.

Así que el gran negocio de esos pocos cosecheros se basaba en el sudor de unos peones mal pagados y esto generaba unos remordimientos de conciencia en el lecho de muerte que se traducían en importantes donaciones para una capilla, un retablo, un órgano, un coro o para traer las carísimas reliquias de tal o cual santo.

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IGLESIA San Acisclo y Santa Victoria de Lanciego

Porque si magnífico es el aspecto exterior de las iglesias, aún más lo es la colección de esculturas y pinturas de su interior, o la colección de órganos que poseen, cual si fueran catedrales de grandes ciudades. En efecto, parece que se nos olvida establecer una comparación de poblaciones, como si tuviera el mismo poderío económico una aldea de trescientos habitantes o una capital de provincia de treinta mil.

También se nos olvida hacer una visión de conjunto de una Hermandad de Laguardia que se ha movido en la Edad Moderna entre las cinco y diez mil personas y que tiene una docena de templos que conforman un conjunto extraordinario. Ahí está lo insólito de estas “Catedrales del Vino”, en la fuerza del conjunto y no tanto en las bellas individualidades.

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INTERIOR de la iglesia Santa María de Moreda.

Espero haber convencido a algunos lectores con un ejemplo concreto como estas “catedrales del vino” sobre la idea que propongo a los responsables comarcales en sus distintas facetas: la Hermandad de Laguardia tiene un “paisaje cultural” excepcional y original, sobre todo original, digno de ser contado a los cuatro vientos para que lo analice la UNESCO y lo inscriba como Patrimonio Mundial.

https://blogriojaalavesa.eus/la-unesco-y-el-paisaje-cultural-de-la-hermandad-de-laguardia/