Como decía Hannah Arendt, el hecho más grave no es que una cosa paso, sino que se vuelva normal. Y es esto, exactamente, que pasa con ‘La infiltrada’: el film implica la normalización del horror
Ahora resulta que el cine progresista español ha encontrado un héroe nuevo e inesperado: nada menos que un policía formado en las mejores escuelas del franquismo. Y no es ninguna broma, aunque pueda parecerlo.
La historia tiene su gracia, macabra: mientras los galardones se agolpan y las salas se llenan celebrando ‘La infiltrada’, nadie parece querer recordar que uno de los dos protagonistas reales del filme, Fernando Sainz Merino, fue denunciado por torturas. Un detalle sin importancia, que dirían algunos. ¿Qué importa si arrancó confesiones a base de violencia? ¿Es que, al fin y al cabo, no era contra independentistas catalanes? ¿Y quiénes son ellos para enturbiar el éxito de taquilla?
La hipocresía, y la jeta, tienen estas cosas: permite que los mismos que se llenan la boca hablando de memoria histórica puedan aplaudir con entusiasmo la glorificación de un torturador. Basta, al parecer, con que las víctimas sean de los demás, de los distintos, de quienes no encajan en el relato oficial. Xavier Barberà, Antoni Massagué y Ferran Jabardo tuvieron que llegar hasta Estrasburgo para denunciar los abusos de los que habían sido víctimas en la Via Laietana. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a España, pero esto no merece, por lo que me han explicado, ni una nota a pie de página en el guion del filme premiado, ni una aclaración en los créditos finales, ni una mención en los papeles de promoción.
Lo más fascinante de este lamentable espectáculo es comprobar que la supuesta ‘intelligentsia’ progresista española, tan dispuesta siempre a denunciar injusticias lejanas, hace equilibrios morales para justificar lo injustificable. Que alguien nos explique, si no, por qué los mismos que se rasgan las vestiduras por las violaciones de los derechos humanos en la otra punta del mundo, no tienen ningún inconveniente en convertir en héroe cinematográfico un personaje que aprendió el oficio en los cuarteles de la dictadura. ¿O quizás es que la tortura también tiene matices ideológicos?
Como decía Hannah Arendt, lo más grave no es que algo ocurra, sino que se vuelva normal. Y con la peripecia que nos ocupa acontece exactamente esto: el filme implica la normalización del horror. El cine “comprometido” y “progresista” español –yo todavía les pondría a los autores un capazo de comillas más– ha logrado la proeza de convertir a un torturador franquista en ídolo de masas, y se ve que nadie parece encontrar la contradicción, ni se preocupa por la degradación moral que el hecho representa. Los Goya aplauden, la crítica se extasía y escribe papeles babeantes y el público “concienciado” llena las salas sin que aparentemente se le revuelva el estómago, mientras las víctimas de la Vía Layetana deben preguntarse en qué momento su tragedia, la agresión que ellos tuvieron que soportar se convirtió en entretenimiento familiar. Y en negocio. En dinero que corre hacia los bolsillos de algunos.
Pero la pregunta que nadie osa hacerse es evidente: ¿si los torturados no fueran catalanes o vascos, independentistas, estos de los Goya, de los Gaudí y compañía aplaudirían cómo aplauden ahora? Si las confesiones arrancadas a golpes y con sangre hubieran sido de militantes de izquierdas españoles, ¿el filme habría recibido los mismos elogios? La respuesta, desgraciadamente, ya la sabemos. Y es quizás lo que más duele de todo: comprobar que, décadas después de la muerte del dictador, sus métodos aún puedan ser celebrados, eso sí, convenientemente envueltos ahora en un precioso papel de celofán progresista.
VILAWEB
El coprotagonista de la película ‘La infiltrada’, señalado por torturas en la Via Laietana
Marta Sánchez Iranzo
El comisario Fernando Sainz Merino fue denunciado por tres militantes de EPOCA por torturas
La infiltrada, galardonada con el premio Goya a mejor película, ha exaltado la lucha policial contra ETA. La historia real que retrata el filme es la infiltración de la policía Elena Tejada, que fue escogida por el comisario de la policía española que dirigía la operación, Fernando Sainz Merino, quien fue denunciado por torturas a tres militares independientes catalanes en 1980, según denuncia el diario Naiz. En la película no aparece el nombre del policía, pero fue identificado por El Mundo hace unos días, y ha sido señalado como un torturador por tres independentistas detenidos en 1980. Los denunciantes, Xavier Barberá, Antoni Massagué y Ferran Jabardo eran militares del Exèrcit Popular Català (EPOCA) y fueron detenidos en 1980 en relación con el atentado mortal contra el industrial José María Bultó. Denunciaron haber sido torturados en la comisaría de la Via Laietana para forzar sus autoinculpaciones, una declaración que después no ratificaron ante el juez en la Audiencia Nacional.
La denuncia de los tres militares abrió un proceso judicial en un juzgado de Barcelona que les permitió identificar en una rueda de reconocimiento a Sainz Merino, conocido con el sobrenombre de “El Inhumano”. Finalmente no hubo juicio por torturas, pero elevaron el caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. En 1987 fue la primera vez que el Estado español tuvo que comparecer en Estrasburgo acusado de haber vulnerado el Convenio de los derechos humanos. Europa dio la razón a los independentistas con respecto a la vulneración del derecho a un juicio justo. Una vez repetida la vista oral, quedaron absueltos en 1993 por la Audiencia Nacional —la misma que los había condenado 11 años antes— al considerar que sin la autoinculpación conseguida con torturas, no se podía probar su participación en el atentado.
Torturas en el País Vasco
La experiencia en Barcelona le sirvió para situarse en la lucha contra ETA, y Sainz Merino fue destinado al País Vasco, donde dirigió a la policía española en Guipúzcoa entre 1992 y 1999. Según consta en un informe del Instituto Vasco de Criminología, la tortura policial fue una realidad muy común en Euskal Herria, especialmente en Guipúzcoa. En concreto, durante ese periodo se documentaron 214 casos de torturas por parte de la policía española. Según detalla el Naiz, en los dos primeros tercios de su “mandato”, Sainz Merino compartió tareas represivas con el primo coronel y luego general de la Guardia Civil, Enrique Rodríguez Galindo, que estaba todavía al frente de la Comandancia de Intxaurrondo. Precisamente, la época en Guipúzcoa corresponde con el periodo en que la agente Elena Tejada llevó a cabo su infiltración, según reveló la revista Ardi Beltza en 2000.
La ocultación del personaje
La identificación del comisario ha salido a la luz a partir del éxito de La infiltrada en los premios Goya. Durante la recogida del premio a mejor película, la productora, María Luisa Gutiérrez, agradeció a todos los policías que “arriesgaron su vida, sobre todo para defender los principios de la democracia”. En el filme, el personaje de El Inhumano está interpretado por Luis Tosar, que lo retratan como a un policía que rechaza métodos ilegales y prioriza la seguridad de sus agentes. Sin embargo, el propio Tosar ha explicado en varias entrevistas que “despertaba a los agentes a horas intempestivas y era muy activo”. Sainz Merino, actualmente jubilado, había concedido algunas entrevistas relacionadas con la película utilizando seudónimos y ocultando su cara, hasta que El Mundo ha revelado su identidad.
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