La tenaza

 

 

Leyendo el espléndido volumen con la traducción al catalán hecha por Yannick Garcia de los textos que Hannah Arendt dedicó a la memoria de Walter Benjamin y que acaba de publicar Flanneur (Walter Benjamin 1892-1940) me encontré ya en la primera página un texto que me sorprendió e impresionó. Dice Hannah Arendt que para Benjamin y “para muchos de su procedencia y generación” el momento más oscuro de la guerra fueron los primeros días del otoño de 1940: “la caída de Francia, la amenaza en Inglaterra, el pacto Hitler-Stalin todavía intacto y con su consecuencia más temida en aquellos momentos, que fue la estrecha cooperación de los dos servicios de policía secreta más poderosos de Europa”. Lo que me sorprendió de este texto es la gran importancia que achaca, en el estado de ánimo de Benjamin y de tantos otros como él, al pacto Hitler-Stalin, que ha quedado prácticamente olvidado en la memoria colectiva. Que la vigencia en aquellos momentos absoluta de ese pacto absolutamente diluido en la memoria –probablemente porque después del pacto se produjo el enfrentamiento entre ambos y fue uno de los episodios centrales, más sangrientos y decisivos de la Segunda Guerra Mundial- se ponga a la misma altura, a la hora de explicar los temores y decepciones de Benjamin y su generación, que la derrota francesa o la amenaza en Inglaterra, rompe con muchos de los relatos interiorizados en nuestro presente sobre lo que pasó en aquella época.

Una de las cosas que más impresionan de este párrafo es que para Hannah Arendt –y ella considera que también para Benjamin- el pacto nazi-soviético representaba la estrecha colaboración de las dos policías secretas. En la percepción actual, ciertamente la existencia de un pacto entre Hitler y Stalin vigente en el momento de empezar la Segunda Guerra Mundial es un hecho conocido y reconocido. Lo firmaron en Moscú el 2 de agosto de 1939 los ministros de exteriores de ambos países, Von Ribbentrop y Molotov, por lo que a menudo se le menciona con los nombres de los dos firmantes. Pero generalmente se le considera sólo una especie de acuerdo de no agresión, que tiene por objetivo –eso sí- repartirse Polonia y por extensión toda esa franja de la Europa del Este que había entre la Alemania nazi y la Unión Soviética a través de un protocolo secreto que establecía las zonas de influencia entre una y otra. El pacto entre Hitler y Stalin podría parecer pues una especie de acuerdo provisional de carácter estratégico a través del cual dos potencias antagónicas destinadas a enfrentarse comienzan eliminando todo lo que hay en el territorio entre ambas, como si fuera un estorbo para la batalla final.

Pero en la frase de Hannah Arendt el pacto entre Hitler y Stalin, entre el nazismo y el estalinismo, cobra otra trascendencia y, sobre todo, otra dimensión. No es sólo un plan para repartirse Polonia, que hace de tapón entre ambas. Es un pacto de cooperación entre los dos servicios secretos que da miedo a Benjamin porque los dos regímenes totalitarios sólo pueden colaborar policialmente para eliminar físicamente la disidencia. La doble disidencia. Quienes son tan disidentes de unos como de otros, como podría ser el propio Benjamin, Y sabiendo además –Benjamin, judío, y quienes Hannah Arendt define como “de su misma procedencia”- que una característica permanente y constante de todos los regímenes totalitarios es el antisemitismo. Ciertamente, Hitler y Stalin pactan para cargarse todo lo que hay en medio de ambos. Pero no sólo geográficamente, el territorio polaco. También quienes están ideológicamente en medio, entre dos fuegos, quienes no son ni quieren ni lo uno ni lo otro. La clase dirigente polaca exterminada a tiros en Katin. Pero también los socialdemócratas, los liberales, los marxistas heterodoxos, los antiestalinistas, la intelectualidad judía. Primero, cargarse todo lo que está en medio. Y después, si es necesario, los totalitarismos ya se enfrentarán entre sí. Para Benjamin, el pacto Ribbentrop-Molotov es una tenaza que persigue a los de en medio y los deja sin escapatoria, que pretende su pura eliminación.

Es muy interesante esta referencia tan cruda de Hannah Arendt a los efectos ideológicos del pacto Hitler-Stalin, encarnado en la persecución mancomunada de figuras como la de Benjamin, porque en estos momentos muy a menudo miramos qué ocurrió en los años treinta para intentar entender lo que está pasando ahora. Pero a la hora de repasar los hechos históricos de los años treinta para hablar de la actualidad, cada uno parece elegir los hechos que le convienen y olvidar los que no le convienen. Y el pacto Hitler-Stalin, en la dimensión de colaboración represiva e ideológica que le otorga Hannah Arendt, es de los que parece que no convienen. Normalmente, presentamos lo que ocurrió en aquellos años como un choque entre dos bloques: fascistas y antifascistas. Y es verdad. Y recordemos los frentes populares que responden a esa dicotomía. Y es verdad. Y lamentamos la manera en que las democracias occidentales creyeron en Múnich que se podía detener a Hitler dándole lo que pedía, haciéndole concesiones e intentando apaciguarle, en vez de enfrentarse a él. Y es verdad. Y debe tenerse presente. Y que las democracias occidentales dejaron sola a la República española, mientras Rusia le ayudaba. Y es verdad. Pero también cabe recordar que Hitler y Stalin pusieron en marcha una tenaza contra los del medio, contra Polonia en el mapa, contra el abanico democrático que va desde el conservadurismo hasta el socialismo respetuoso con las libertades, pasando por el liberalismo. Y trabajadores de obediencia estalinista –entre ellos algún exiliado español- fueron sorprendidos cuando el nazismo ya había invadido Polonia, boicoteando la industria de guerra francesa que se estaba preparando para la confrontación con la Alemania nazi. En España, los falangistas decían que en la nueva era no habría ni socialdemócratas ni liberales ni conservadores, sólo azules o rojos. El pacto entre Hitler y Stalin intentaba hacer cumplir esa profecía. Luego, cuando tocara, azules y rojos ya se enfrentarían directamente. Pero antes harían la tenaza para vaciar el espacio de en medio.

Si utilizamos ejemplos del pasado para intentar comprender el presente, esta colaboración entre totalitarismos contra los del medio -como una fase previa a un hipotético enfrentamiento posterior entre ellos- no me parece un recuerdo despreciable. Ciertamente, los totalitarismos de hoy son distintos a los del pasado. Pero hay diferencias. Con formas, indumentarias y cimientos distintos de los de entonces. Por ejemplo, a los totalitarismos por razón de clase o de nación se le han añadido con una fuerza extrema los totalitarismos de matriz religiosa. Pero la tentación de conflicto en la práctica aunque sea con discursos antagónicos, de alimentarse mutuamente, de vaciar, combatir y desacreditar el espacio de en medio –pensando o no en una posterior confrontación entre ellos- me parece un precedente útil para entender algunas de las cosas que están pasando y que en semanas como ésta se convierten en una trágica actualidad.

EL MÓN