La realidad es un objeto en esencia contradictorio. Dicho desde otro punto de vista: pretender hacer de la existencia un ente ordenado, coherente y lógico es condenarse a la desesperación y a la neurosis. Cansada, desengañada y escéptica, la ciudadanía asiste a un espectáculo como mínimo curioso ofrecido por la casta política. Cualquiera que no sea completamente idiota sabe que la “mesa de diálogo” que se han sacado de la manga los más conspicuos de nuestros próceres no tiene como finalidad real ninguno de los objetivos marcados en una banda ni en la otra. No saldrá el reconocimiento del derecho a la autodeterminación y un referéndum acordado tal como se quiere en el Este, ni por el Oeste la resolución del conflicto dentro del marco constitucional, la pacificación feliz de Cataluña y el retorno de una ‘pax catalana’ reordenada en formato de sumiso rebaño autonomista.
Ante esta incontrovertible realidad, los interpretadores varios no pueden hacer otra cosa que condenarla sin misericordia, tirando cada uno el agua a su molino, como no puede ser de otra manera. Los españoles son unos mentirosos y estafadores para unos, unos traidores y unos vendidos para los otros, y los catalanes son unos miserables vendidos sin escrúpulos, capaces de lo que sea para seguir manejando el cotarro -aunque sean un cotarro de mierda- y cobrando un sueldo de diputados o consejeros.
Soy de los que creen que este relato, con todos los matices que se quieran, es bastante real. Pero se ha añadido un factor nuevo, o no nuevo del todo, porque siempre ha estado presente, pero nunca como ahora tan evidente y llamativo. El caso me recuerda un pasaje muy bonito de los Mabinogion (1), donde dos reyes juegan al ajedrez mientras los respectivos ejércitos combaten en la batalla. Les llegan noticias de la peripecia bélica con la ventaja decantada de un lado o del otro; los reyes no hacen caso, pero curiosamente los avances y retrocesos coinciden con las vicisitudes en el tablero de juego. Por la noche, uno de los reyes recibe jaque mate; aparece un mensajero ensangrentado y le dice: “Tu ejército ha sido derrotado y huye. Has perdido el reino”.
En la mesa de diálogo no se sabe qué pasa, pero entretanto la judicatura franquista, la Junta Electoral Central y el Tribunal de Cuentas continúan la masacre de dirigentes independentistas con la misma mala leche, impunidad y eficacia que en los tiempos posteriores a octubre de 2017, y los independentistas “fieles” al mandato del 1 de octubre se mantienen en la teórica intransigencia y promesa de una gloriosa expectativa, sin que una cosa ni la otra parezcan remover ni poner en peligro la flamante “mesa de diálogo”.
Los que todavía creen en los Tres Reyes de Oriente podrían ser víctimas de la paradoja: cuando denuncias a quienes van contra la unidad, puedes ser fácilmente percibido como uno que también fomenta la desunión; es uno de los dramas tradicionales de los movimientos revolucionarios. Corroborarían que no hay dicotomía radicalidad/pragmatismo, sino se quiere/no se quiere, y que aquí había que haber pactado y después, no antes, ir a Madrid con una posición unitaria, y alguna posibilidad más de sacar alguna ventaja.
Uno tiene la impresión de que todo esto ya está superado, y ya no es una sospecha razonada, sino el recurso de que no hay que dejarse tomar más el pelo con la idea de que españoles y catalanes han pactado con los respectivos sectores diversos para mantener todos los frentes abiertos, y jugar con la incidencia posible en cualquiera de las dos direcciones: del tablero de ajedrez al campo de batalla, y del campo de batalla al tablero de ajedrez.
¿Se va a alguna parte, o sólo al enquistamiento y la putrefacción previa a la momia y al fósil? Tal como está planteado el caso, y ante la posición de los españoles, la independencia de Cataluña sólo puede venir por una mecánica revolucionaria, de enfrentamiento directo y radical con el ‘statu quo’. Se puede llegar a entender la “mesa de diálogo” como una carga de razones para esgrimir ante terceros -¿Europa?, ¿Los tribunales internacionales?- la imprescindible necesidad de un camino radical, aunque la posición actual de ERC no apunta en esa dirección. Cualquier camino de pacto -parece mentira que no se quiera entender- no tiene otra salida que la consolidación de una autonomía recortada y disminuida, con menos competencias que en tiempo de los tripartitos. Cuando ya estaba Artur Mas, uno de los cebos del proceso fue la escandalosa disminución de competencias: impagos de presupuestos, irrealización de planes aprobados y programados, déficit de inversión en infraestructuras. ¿Se ha avanzado desde entonces? Firmaría ahora mismo que no se haya retrocedido.
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Mabinogion
EL PUNT-AVUI