La sentencia no puede ser absolutoria

El 17 de septiembre de este año hará exactamente cuarenta años de cuando el director Josep Maria Forn -que ahora tiene 91- estrenó su película “Companys, proceso a Cataluña”. Hacía cuatro años que Franco había muerto y Forn aprovechó la obligada adecuación del Estado español a unas formas mínimamente democráticas por decir cosas que antes no le habrían sido permitidas. Recordemos, en este sentido, que la censura ya le había masacrado la adaptación cinematográfica de la novela de Manuel de Pedrolo, “M’enterro en els fonaments” (“Me entierro en los cimientos”. Cito “Companys, proceso a Cataluña”, que es un film excelente, porque cuarenta años después de su estreno confluyen una serie de hechos que lo convierten en referente político, desde la historia que narra hasta el título.

Fom, al mencionar el título de este film, tiende a obviar la coma, como si las cuatro palabras fueran seguidas, lo que desvirtúa el verdadero mensaje de la frase, porque es justamente en la coma donde radica el sentido de todo. Basta con hacer la prueba oral, para darse cuenta. La coma implica una pausa, y es en esta pausa donde está el énfasis reflexivo que muestra lo que significó el juicio-farsa contra el presidente Companys. No nos dejemos embaucar por el hecho de que las consecuencias, con el fusilamiento posterior, no son las mismas que las del juicio-farsa de 2019. Es obvio que el Estado español no puede hacer en 2019 lo que hizo en 1940. ¡Sólo faltaba! ¡Todavía tendremos que dar gracias por que no fusilen al president Puigdemont! Pero también es obvio que el marco ideológico español que llevó a cabo ese juicio es exactamente el mismo que el del juicio-farsa de estos últimos meses. En el 1940 no se procesaba a un hombre, se procesaba un país; el proceso y las vejaciones al hombre sólo eran el pretexto para humillar lo que, por su cargo, representaba: Cataluña. Había que vejar y humillar a Cataluña, y Companys, como presidente, era el hombre ideal.

El juicio-farsa del 2019 contra medio gobierno catalán (si el otro medio no estuviera en el exilio estaríamos hablando del gobierno entero), además de la sangrienta agresión española del 1-O, las amenazas estatales de todo tipo -económicas, policiales, jurídicas y militares-, las maniobras gubernamentales con implicación de la Casa Real para promover la fuga de empresas y crear alarma social, el boicot a la proyección internacional de Cataluña y la aplicación del 155 comandada por el PP, el partido Socialista y Ciudadanos, constituye una versión actualizada del proceso de 1940. Es como ver el remake de “Psicosis” de Gus Van Sant: caras nuevas, algún avance tecnológico, color en vez de blanco y negro…, pero nada más que un calco torpe del original de Hitchcock .

Ignoro cuándo se hará pública la sentencia, pero, como juicio político que es, no hay duda de que aparecerá en el momento estratégico que interese al Estado español.Si quisieran, la podrían dictar hoy mismo, dado que hace dos años que la tienen escrita. Todo lo que hemos visto no es más que pura escenificación. Es verdad que les ha surgido un callo, con el pronunciamiento del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas exigiendo la liberación inmediata de los presos políticos sin “ni siquiera penas pequeñas”, por la sencilla razón de que, como dice, “no hay nada que lo justifique”. Pero ya hemos visto que la respuesta española ha sido digna de un Estado fanfarrón que, atrapado en su impotencia intelectual, opta por calumniar a quienes lo ponen en evidencia. Con todo, se trata de un escollo con el que España no contaba y que le obliga, por más que disimule, a reescribir las psicóticas páginas de su guión. De hecho, las calumnias contra la ONU son una demostración de rabia y un intento de ganar tiempo.

En cualquier caso, los dos años de prisión preventiva que llevan encima los presos políticos ya son una condena . Son dos años robados de la vida de nueve personas que, en virtud de los principios democráticos más esenciales, cumplieron el mandato del Parlamento de su país y de la ciudadanía. Estamos hablando, pues, de medidas de extrema gravedad llevadas a cabo por un Estado totalitario que, por consiguiente, debería ser expulsado de la Unión Europea; salvo, claro, que el referente humanístico de la Unión Europea sea Turquía.

El traslado de los presos políticos de Madrid a Cataluña -que se hace en sólo ocho horas, o en dos y media en TGV, o en una en avión-, con dos noches y casi tres días de viaje, como si estuviéramos en el siglo XV , paseándolos como bestias salvajes cazadas, indica el estado mental del Estado español. El mundo ha evolucionado, pero ellos siguen atrapados en el siglo XV. El siglo XVI ya les parece demasiado avanzado, imaginemos el XXI. España escarnece a nuestros gobernantes democráticamente elegidos porque, con su escarnio, pretende no sólo escarnecer a todos, pretende también escarnecer la idea de libertad de Cataluña. La religión inquisitorial fundamentada en la ‘unidad de España’, que imponía el régimen fascista que procesó a Companys, es exactamente la misma que nos imponen PSOE, PP, Vox y Ciudadanos. Exactamente la misma. He aquí por qué la sentencia no puede ser absolutoria: no puede serlo porque, si lo fuera, España, llegado el caso, no podría volver a hacer lo que ha hecho.

El Mon