La respuesta antirrepresiva

Hay nervios. Muchos nervios. La sentencia del Tribunal Supremo está a punto de caer encima de los que el 1-O eran los dos principales líderes de la sociedad civil soberanista, los consejeros del Gobierno que no se fueron al exilio y la presidenta del Parlamento. Aunque ahora me parece inconcebible su situación, y dos años de ignominia no han conseguido dejar de estremecer a ninguna conciencia verdaderamente democrática. Pero la sentencia también caerá como una granizada encima de toda la sociedad catalana, independentista o no, y provocará un tsunami del que no podemos predecir ni el alcance ni las consecuencias, que no será plácido, pero que es conveniente que sea guiado con criterio.

A la sociedad catalana no le falta coraje para afrontar el desafío judicial pero, por razones obvias, no puede hacerle frente de manera abierta, unitaria y ordenada. Lo he dicho muchas veces: este es un combate desigual en que a la violencia sistemática del Estado sólo se puede responder con las estrategias propias de la guerrilla, obviamente descartando la violencia física. El Estado, poniéndose la venda antes de la herida, ha hecho llegar amenazas previas de manera clara con detenciones arbitrarias y registros sobreactuados, haciendo planear sobre de todo el independentismo la sospecha de terrorismo. Una campaña de intoxicación de manual, pero que, ignorantes de la realidad del país, no se dan cuenta que sólo ha servido para ponernos aún más en estado de alerta.

¿Y cómo debería ser la respuesta antirrepresiva? Desde mi punto de vista, lo que es deseable se puede resumir en cinco breves consideraciones para conseguir la máxima efectividad. En primer lugar, la respuesta a la violenta confrontación del Estado contra nuestro país, que se expresará principalmente en la sentencia del Tribunal Supremo, sólo puede darse desde una desobediencia civil inequívocamente pacífica. Desobediencia al Estado, claro, porque es la manera de expresar la debida obediencia a los derechos civiles fundamentales y al mandato democrático que representó la celebración del 1-O.

En segundo lugar, el tsunami debe ser masivo. Pero sería conveniente que también fuera descentralizado, que llegara a la totalidad del territorio, que fuera multifocal. Es en la solidaridad de todo el territorio donde está el temple del país y es en esta telaraña de complicidades donde existe la máxima fuerza. En tercer lugar, la respuesta debe ser intensa, pero sobre todo duradera. Esta batalla debe ser continuada, y utilizar las energías de la manera más racional posible. No se trata de aplazar la victoria hasta tiempos mejores, sino de acercar lo más posible el final del combate, que no es ganar o perder, sino poder ejercer democráticamente el derecho de autodeterminación. Y eso pedirá regularidad, consistencia, tenacidad. En cuarto lugar, las acciones de respuesta deben ser sorprendentes, creativas, elegantes si es posible, pero rápidas -que no se enquistan- y sobre todo con orientación estratégica. Y, finalmente, el riesgo necesario e inevitable que hay que asumir en este combate, sobre todo, debe evitar los disparos al pie. Para entendernos: necesitaremos más inteligencia que testosterona.

El contexto electoral español en que llegan las sentencias no ayuda a mantener la serenidad. Probablemente se ha hecho calculadamente. La campaña crispa el espíritu de la buena gente. Ver, por ejemplo, la manipulación institucional del Parlamento para celebrar un acto de campaña electoral de Cs, disimulado en una inútil supuesta moción de censura, irrita. Pero la crispación electoral también tiene una virtud: los partidos acaban mostrando sus verdaderas intenciones. Y los adversarios políticos del derecho a la autodeterminación de los catalanes las han hecho saber: no quieren dialogar, ni acordar, ni reconocer la legitimidad de una legítima aspiración democrática. Nadie podrá decir que ha votado engañado.

De manera que este otoño los lirios habrán cambiado de manos. Ya no los llevarán los que esperaban de buena fe la efectividad del 1-O: la sentencia se los ha arrebatado. Ahora están en las manos de los que esperaban diálogo con la izquierda española. Ha llegado el tiempo, pues, de la respuesta antirrepresiva. Del tsunami democrático.

ARA