Tomo la conmemoración de los 50 años de la fundación del CIEMEN (Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y las Naciones) para añadirme a la defensa radical de la responsabilidad que vuelve a tener la sociedad civil para hacer avanzar nuestra nación, los Països Catalans, hacia su plena dignidad, libertad y reconocimiento internacional. Y no como un repliegue, sino como un nuevo avance. A menudo a su lado, pero ahora necesariamente por encima, de la política institucional.
El CIEMEN, creado por el querido Aureli Argemí –que nos dejó hace poco a los 88 años–, ejemplifica no sólo la extrema audacia de una lucha hecha en un marco de enormes adversidades, sino que debería ser el patrón a seguir en el combate en favor de los derechos colectivos de los pueblos y de los derechos lingüísticos. Son su objetivo fundacional. Unos derechos que también tenemos como nación minorizada, en unos momentos de desconcierto, sí, pero a la vez de urgente y obligada reanudación.
Es cierto, como dijo David Minoves –actual presidente del CIEMEN–, que vivimos unos tiempos de desconfianza y miedo. Y también es verdad, nos decía, que la situación actual del independentismo es consecuencia de que “no haya sabido poner en valor el colosal esfuerzo colectivo de la sociedad catalana desde las movilizaciones de la Plataforma por el Derecho a Decidir del 2006 hasta el referéndum de 2017, y no haya hecho todavía un diagnóstico compartido de lo que hemos vivido en los últimos diez años”.
Sin embargo, además, ahora entramos en un período en el que los actuales gobiernos de las instituciones políticas intentarán borrar la memoria de la experiencia de éxito de aquellos años. Un éxito que tampoco se entendería si lo circunscribíamos en los últimos diez o veinte años, y no en los cincuenta años, en los noventa y mucho más atrás. Nuestra lucha viene de muy lejos, y no debemos permitir que la manipulación de la memoria –como acaba de hacer la primera autoridad del país limitando el reconocimiento en X del gran patriota Armand de Fluvià en un marco de significación española– nos deje desamparados.
El combate por la dignidad nacional de todos los catalanes necesita tres puntos de partida. Uno, mantener la mirada larga para recordar que venimos de tiempos aún más adversos. Dos, reconocer el valor de lo logrado en el punto más avanzado que nunca se había obtenido, que es el apoyo democrático alcanzado el 1-O. Y tres, que sea la sociedad civil la que vuelva a recuperar la iniciativa que últimamente había cedido a una acción institucional que, sin la presión popular, se enfanga en vanas luchas partidistas.
Los objetivos siguen siendo los mismos. El ‘autocentramiento’, para asumir que somos el sujeto político en construcción. La ‘dignidad nacional’, esto es, la voluntad de ser un pueblo emancipado, justo y próspero. La capacidad de vincular el objetivo de la autodeterminación a una promesa de bienestar equitativo. Y poder conseguir un horizonte de radicalidad democrática y de participación con voz propia en el diálogo internacional, como siempre ha sido siempre la vocación del CIEMEN.
La actual política institucional, de tentación autoritaria para unos, de zozobra interna para otros, no puede reblandecer el combate independentista. La voluntad de emancipación nacional no puede estar regida por supuestos estados de ánimo volátiles. Y la recuperación de la presión popular se ha manifestado en la calle, sí, lo hemos vuelto a mostrar este Onze de Setembre, pero debe construirse sobre bases sólidas. No se puede poner el carro delante de los bueyes. La calle no puede ser una mera expansión emocional, sino la expresión sólida de la confianza en un proyecto creíble de futuro.
Todo esto sólo es posible si se vuelve a la acción decidida y cotidiana. Es necesario recuperar la palabra que durante más de una década nos hacía protagonistas de nuestra acción colectiva, y no como ahora, abducidos como estamos por la retórica del adversario. Es necesario volver a la acción de guerrilla que nos dé pequeñas victorias ante el ejército regular de la propaganda enemiga. Hay que velar por no herir las fronteras emocionales que hacen crecer los obstáculos interiores. Hay que espolear todo aquello que refuerce el vínculo, la pertenencia, como siempre ha hecho la cultura popular y su fuerte base organizativa. Y necesitamos conocernos mejor a nosotros mismos y al adversario, sin autoengaños condescendientes ni demonizaciones complacientes.
Y sí: hay que reconstruir el sueño que, como había dicho la añorada Muriel Casals, nos había definido. Porque, como para la protagonista de la última novela de Antoni Vives, ‘La vida de Shilpi’, “El sueño alimentaba la esperanza. Y la esperanza agrietaba la resignación”, una resignación “escondida bajo capas de siglos de conformación sumisa”.
ARA