Ya sé que oficialmente todo marcha muy bien y que nuestra economía es muy sana, pero yo me lo creo cada vez menos porque el petróleo va a ser más caro cada día y ello es un cáncer fatal para una economía como la nuestra, que funciona en base a la concentración de capital y a la especulación bursátil.
Los recursos naturales como el gas natural y el petróleo tampoco entienden de negocios especulativos. Cuando se agotan, se agotan y no hay nada que hacer, por mucho que los bancos centrales deseen socializar las pérdidas de los bancos avariciosos.
En los últimos meses, ha resultado muy significativo que un número importante de expertos del sector de la energía hayan opinado que la era del petróleo barato y fácil de extraer es algo que ya pertenece al pasado. Esta constatación, en sí misma, ya nos está anunciando un cambio fundamental sobre nuestras perspectivas mundiales acerca del petróleo y sus consecuencias sobre el mercado financiero y productivo.
Apuntando en el mismo sentido, un número importante de empresas y expertos han proporcionado sus pronósticos sobre cuándo la producción mundial de petróleo convencional puede alcanzar su cenit; es decir, el momento a partir del cual se habrá logrado la máxima producción de petróleo a nivel mundial, y, en consecuencia, la oferta ya no podrá nunca más satisfacer a la demanda. Las consecuencia de ello son obvias; no sólo se dispararán los precios de los hidrocarburos, fósiles o no, sino que también se disparará la inflación y los bancos centrales no tendrán otro remedio que retomar la senda de las subidas de los tipos de interés, y lo tendrán que hacer casi de repente.
Lo más grave es que todo ello puede salpicarnos en plena crisis hipotecaria y financiera que, como sabemos, están teniendo unos graves efectos sobre la economía real que no es otra que la relacionada con la producción efectiva de bienes y servicios y no con las especulaciones financieras.
Con la crisis hipotecaria que afecta de un modo tan directo al sector inmobiliario y al de la construcción y la globalización de la crisis debido a los flujos financieros internacionales, la recesión económica, que hace una década afectó a Japón, se encuentra cada vez más próxima.
Como ocurrió allí, la reducción del precio de los pisos a la mitad es cuestión de tiempo. Mientras, antes de que los tipos de interés se sitúen en el nivel cero, los grandes bancos seguirán jugando con todos nosotros a la “gallinita ciega”, esperando el momento en el que nos dejarán sin asiento. En toda crisis grave, rara vez los poderosos, por no decir casi nunca, pierden sus privilegios. Los bancos centrales que, además, no tienen porqué rendir cuentas a nadie, pues no son instituciones democráticas, ya han decidido quienes son los perdedores; es decir, aquellos que se van a cargar con todo el mochuelo.
¿Quienes son los perdedores? Pensemos, en primer lugar, en las miles de familias que perderán sus viviendas, rentas y ahorros, ya que cuando los bancos centrales suben los tipos de interés también facilitan el transvase de rentas desde los bolsillos de las familias o empresas endeudadas a los de los banqueros. Pensemos, en segundo lugar, en las economías más débiles de los países en vías de desarrollo tan necesitadas de inversiones y recursos. Y, finalmente, pensemos en las actividades económicas reales que son las que verdaderamente pueden generar empleo, riqueza, bienestar y progreso, de manera sostenible. Mal asunto ¿No?