¿Han pensado en el uso intenso que se está haciendo últimamente de la palabra ‘relato’, sea para justificar una decisión política atrevida, sea para explicar una situación complicada provocada por una decisión anterior? ¿Han contado las veces que oyen decir a políticos, periodistas y asimilados que lo que importa hoy es el ‘relato’ y que no se puede defender propuesta alguna, con posibilidades de éxito, sin un buen relato detrás que le dé sentido? Ahora bien, no olvidemos que, en catalán, ‘relato’ significa “relación o narración de hechos reales o imaginarios”, y también “obra narrativa en prosa, de extensión inferior a la novela”. Y en castellano, la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia es “narración, cuento”. La coincidencia de las dos lenguas es, pues, absoluta. Todo relato puede incluir la narración de hechos imaginarios. Es lo mismo que un cuento, un ‘cuento’. La deducción inmediata de esta constatación reveladora se concreta en tres preguntas: 1. ¿Es la política un cuento contado por cuentistas, en donde no importa la verdad de los hechos, sino la traza y la sugestión de quien los narra? 2. ¿Es la política un cuento, una historia imaginaria, que nos evade y estimula? 3. ¿Es un ‘relato’ -un contiene lo que hoy necesitamos para evadirnos de la realidad ingrata que nos rodea?
No hay nada nuevo en este hecho. La utilización sistemática de la palabra como un instrumento pervertido de la política, y no como una herramienta al servicio de la verdad, ya fue denunciado antes de la Primera Guerra Mundial -escribe Adan Kovacsics en ‘Guerra y lenguaje’- por Mach, Hofmannsthal y Mauthner, y, de una forma demoledora, por Karl Kraus en ‘Los últimos días de la humanidad (1915 a 1922)’. Kraus fustiga sin piedad a quienes contribuyeron a desencadenar la guerra: los manifestantes probélicos, los generales frívolos y asesinos, los políticos cortos de entendederas, los intelectuales dispuestos a sumar su voz a la justificación de la masacre, los periodistas ávidos instigadores del enfrentamiento, y la sociedad civil, con sus esnobs, arribistas, asociacionistas y aprovechados que se escondían en la retaguardia alentando desde allí la carnicería. Los dardos más afilados de Kraus se dirigen contra los tópicos periodísticos, que insensibilizan a las personas, vacían la imaginación e impulsan el estallido del conflicto. “Las hojas de los periódicos -escribe- han servido para avivar la conflagración mundial”. Y es que el lenguaje puede convertirse en “un recurso principal de la incomprensión” (Mauthner), cuando las palabras y su uso quedan ligadas a la organización política y social.
Kraus y Musil entienden que quien trajo la guerra fue el lenguaje o, mejor, “la demolición del lenguaje”, fruto del hundimiento intelectual, la ausencia de ideas, el mundo limitado y limitador de los tópicos, las mentiras y las medias verdades. Kraus contrapone la escueta sobriedad de las informaciones de prensa del siglo XIX a la necesidad de los diarios de inicios del siglo XX de condimentar y ornamentar la información con tópicos, opiniones, impresiones e historias. Esta tendencia ha ido acentuando a lo largo del tiempo hasta llegar al momento actual, en que el relato está más preocupado por justificar que por informar, por ocultar que por denunciar, por embellecer que por describir, y por defender que por criticar. Las palabras del relato se han convertido en un instrumento de propaganda, de autodefensa y de ataque, con un argumento grosero pero eficaz: tengo derecho a decir lo que quiera, lo que digo es mi verdad, y mi verdad es tan respetable como cualquier otra. Ya no hay mentiras: hay varias verdades.
Los relatos tienen hoy gran importancia, debido a lo que Josep Maria Vallès denomina “mediatización de la política”, que “convierte a los medios en actores relevantes del escenario político, mucho más allá de su antiguo rol de cronistas”. Y, dentro de estos medios, hay líderes de opinión “que interpretan con soltura fácil y aplomo contundente las presuntas estrategias y tácticas de los dirigentes y de las fuerzas políticas, sentenciando con rigor sobre sus perspectivas de éxito o de fracaso”. Total, no arriesgan. Si después la realidad no se ajusta a sus designios, lo tienen fácil: cambian de relato.
EL PUNT-AVUI