El centro y la derecha europea moderada no tendrán a partir del próximo 9 de junio ningún escrúpulo en pactar con algunos grupos de extrema derecha. Así lo declaró hace unos días la presidenta de la Comisión y candidata a la reelección por el Partido Popular Europeo, Ursula von der Leyen, cuando aseguró que quería colaborar con la primera ministra italiana y cabeza de lista de los ‘Hermanos de Italia’, Giorgia Meloni, en el próximo ciclo político.
Es cierto que la crisis existencial a la que se aboca la Unión Europea desde la invasión rusa sobre Ucrania en febrero de 2022 y las profundas consecuencias políticas y económicas que esta guerra está causando en el continente requieren medidas excepcionales. Pero pactar con los sectores contra los que las Comunidades Europeas se construyeron nunca será un camino hacia la estabilidad en el continente. Que la democracia cristiana y la socialdemocracia europeas hagan la corte a los descendientes del fascismo siempre será un mal negocio, porque los ultras de los distintos estados miembros no piensan en el proyecto europeo. Representan la culminación del proyecto de reforzamiento de su Estado-nación, la ambición de soberanía nacional plena respecto a la cual la Unión es un estorbo o, en el mejor de los casos, una estructura instrumental para agrandar el proyecto nacional.
Se dirá, acertadamente, que esto siempre ha sido así en los avatares de la integración. Siempre el camino hacia la creación de un ente supraestatal ha sido para las autoridades de los Estados miembros un mal menor para asegurar la continuidad y consolidación de sus naciones débiles después de la Segunda Guerra Mundial. Pero ahora, como el presidente francés Emmanuel Macron ha visto con lucidez, ahora es diferente: o hay una apuesta por un proyecto supranacional integrador que incluya una estructura defensiva autónoma o peligra no sólo la Unión sino sus estados miembros, que pueden ser engullidos por movimientos agresivos, sean militares o económicos, de otras potencias globales. El problema es que ninguno de los estados que se encuentran en condiciones de proveer este dique de contención defensivo a nivel europeo, ni Francia para empezar, quiere separar la política de seguridad supranacional de la satisfacción de sus intereses nacionales. En esencia, lo que pretende Macron con su supuesto discurso europeísta es que los demás estados de la Unión, empezando por la República Federal de Alemania, le paguen las fuerzas que defiendan Europa pero que sobre todo eleven la presencia de Francia en el concierto de las naciones del mundo.
Lo que ocurre, con todo, es que si la idea es defender los intereses nacionales, garantizar ante todo la continuidad de los estados, la percepción de la ciudadanía es que lo hará mejor la extrema derecha que la derecha moderada o el centro y por esto los partidos ultras mejorarán los resultados en estas elecciones al Parlamento Europeo, como preludio (o en algunos casos como el de Italia, Hungría o Países Bajos, como colofón) de su ascenso en sus respectivos sistemas estatales. Los gobiernos de unos estados miembros controlados por la ultraderecha acabarán con la Unión porque en su acción política se visualizará que sus aspiraciones de grandeza nacional son incompatibles con coexistir con las demás naciones en un marco común. La hegemonía de la extrema derecha en Italia ha sido algo disimulada porque todavía no hay otro gran Estado que haya sucumbido al posfascismo y, en esta tesitura, la derecha, el centro e incluso la socialdemocracia de estos grandes estados se han apresurado más a blanquear a Meloni y a tratar de asimilarla a líneas moderadas que a denunciar sus abusos y aislarla. Al fin y al cabo, por ejemplo, todo el mundo sabe que Italia arrastra una deuda impagable de las últimas crisis económicas y que este Estado rozaría la quiebra si no estuviera apuntalado por el Banco Central Europeo, lo que probablemente Meloni utiliza de chantaje para que la reconozcan.
La cuestión, pues, es qué ocurrirá si partidos como el Rassemblement National francés o Alternativa por Alemania gobiernan en sus respectivos estados. Una pista ya la hemos tenido estos días: Le Pen cortó con el AfD cuando su cabeza de lista en las elecciones europeas afirmó que las SS del III Reich no eran tan malas. Lo que ocurrirá es, pues, que las naciones volverán a enfrentarse y la Unión Europea sucumbirá.
EL PUNT-AVUI