Los votantes del cuarto espacio no quieren hacer mayor autonomismo, sino proclamar la independencia. No tienen interés en la Generalidad, sino en la República. ¿Pero cómo se hace esto? No es tener nombres y basta, es necesario tener un proyecto
La entrevista que publicamos ayer con Lluís Llach ha reabierto, entre otros temas, el debate sobre la creación de una posible cuarta lista independentista en las elecciones autonómicas, ya próximas. Llach, con un discurso tan elaborado y directo como se espera siempre de él, se manifestó contrario a que la ANC impulse una, a pesar de reconocer que estaría bien que alguien llenara ese espacio.
En esta cuestión existe una paradoja que a mí me parece evidente. El saco de votos es enorme, probablemente nunca ha habido un espacio huérfano, políticamente hablando, y enrabietado, con ganas de hacer algo, como el que hay ahora. Una cuarta lista independentista, me atrevería a decir que cualquier cuarta lista incluso entraría seguro en el Parlament de Cataluña. Sin embargo, y ahí está la paradoja, nadie sabe cómo organizarla, nadie sabe cómo poner en danza un artefacto como éste, ni qué hacer después. Dicho de forma resumida: hay una demanda muy grande, pero no está claro que haya una oferta adecuada. Y me parece que este debate no podemos esquivarlo y hay que asumirlo con rigor y en serio, porque no es una cuestión de voluntad.
Yo sólo veo dos formas de organizar una propuesta como ésta. Una, digamos desde arriba, sería que respondiera a la llamada de una mesa de gente independiente con nombres y apellidos en la que los independentistas de base, escarmentados de los partidos, confían. Al estilo de aquella primera Mesa Nacional de Herri Batasuna que incorporó históricos aberzales, míticos, como Telesforo de Monzón, con personalidades de gran eco popular como el guardameta del Athletic de Bilbao Jose Ángel Iribar y activistas de base, poco conocidos fuera de su territorio.
El problema es que, por lo que yo sé, no hay veinte personalidades –por poner una cifra mínima– que sean indiscutibles y estén dispuestas a dar este paso. Y digo que no hay veinte, pero podría decir, por lo que me llega, que ni tres. Y no es por miedo ni por prevención, ni por falta de voluntad de servicio, sino más bien porque hay un elefante en la habitación, del que se habla muy poco: ¿qué se iría a hacer? ¿Qué debería hacerse una vez dentro del parlament?
Los votantes del cuarto espacio no quieren hacer más autonomismo, sino proclamar la independencia. No tienen interés en la Generalitat, sino en la República. ¿Pero cómo? La hipótesis de una mayoría absoluta de este cuarto espacio no creo que nadie la pueda considerar razonable. Y, debiendo negociar, por tanto, con los tres partidos actuales, ¿cómo lo harían? ¿Qué harían para no permanecer esclavizados y enganchados en el autonomismo estatutario? Incluso en la hipótesis quizás más interesante por disruptiva –si el president Puigdemont se presentara por Junts y lograra un buen resultado–, imaginando que esto pudiera abrir una nueva etapa de confrontación, ¿cómo se podría hacer la independencia sin el concurso de los diputados de los otros grupos? Sobre todo, ¿cómo se podría crear una situación de confrontación teniendo en contra a los diputados de Esquerra, que no se derrumbará en modo alguno?
Hay quien defiende –y me parece un buen tema de reflexión– que todo esto en realidad importa poco y que esta cuarta lista es necesaria, aunque sea para escarmentar a Junts, ERC y la CUP. Debería funcionar como una espoleta que hiciera estallar a los demás. Estoy muy de acuerdo. Esto sería magnífico la noche electoral. ¿Pero qué avance en términos concretos representaría después? ¿Qué harían al día siguiente los diputados electos? Alguien debería tener una idea al respecto y no veo que la tenga nadie. O yo no he oído ninguna de nadie. Y en estas condiciones, ¿merecería la pena –estoy seguro de que piensan estas personalidades que deberían hacer de diputados– permanecer cuatro años atrapados en un parlamento autonómico?
He dicho que creo que hay dos formas de hacerlo. La segunda, evidentemente, es, en lugar de hacerlo desde arriba, desde abajo. En lugar de los veinte nombres, un proceso al estilo de las consultas populares, nacido en la calle y desde abajo, de las comarcas hacia Barcelona.
Pero esto, al fin y al cabo, ya lo intenta la ANC y todos vemos qué recelo tan grande suscita. ¿Habría, como dice Lluís Llach, alguna posibilidad de crear un movimiento sin partir de la ANC? Sí. Seguro. Pero habrá que reconocer que entonces volvemos al corro: ¿quiénes son los primeros en dar la cara y cómo se esparce la maniobra? Especialmente, cómo se esparce la maniobra teniendo en cuenta que el tiempo se empieza a reducir.
La ANC es el eje del país y tiene una capacidad de movilización única. Pero no es banal cuestionarse si se puede impulsar un proyecto tan transformador como éste con una parte de la organización en contra. Y sin responder adecuadamente a la reflexión, honrada y delicada, que hacía ayer Lluís Llach sobre lo que le pasaría a la Asamblea después de hacerse partido. ¿Podría ser que se desnudara a un santo para vestir a otro que ya está hecho y es imprescindible?
Todas estas preguntas que hago no son, en modo alguno, con la voluntad de cabrear ni poner palos en las ruedas. Es el análisis de la realidad que tenemos delante. Decir que haremos (¿quién?) –así, en abstracto– una lista cívica no resuelve el problema. ¿Con quién? ¿Cómo? ¿Con qué programa? Y, sobre todo, ¿para hacer qué?
Este diario, como hacemos siempre, está abierto al debate, es un terreno neutral y tiene un trabajo profesional que es aportar información y ayudar a los lectores a reflexionar. Creo que lo hacemos bien, y lo seguiremos haciendo.
En cuanto a mi posición personal, no me escondo. La expresé en este editorial, del que Lluís Llach discrepó en público –y es exactamente por esa discrepancia por lo que le pedimos la entrevista publicada ayer. Yo creo que sería importante conseguir que los cientos de miles de votos que se quedarán en casa si solo pueden elegir entre Esquerra, Junts y la CUP tuvieran siquiera una alternativa que los llevara a las urnas y los hiciera votar. Pero de ahí a tener la varita mágica y poder aportar alguna idea concreta sobre cómo se resuelve la paradoja, permítanme que les diga, con toda la humildad del mundo, que hay una eternidad. Pero dispuesto a hablar de ello y a ayudar a que se haga el debate.
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