Hace tan solo unos meses Cataluña parecía encontrarse en ebullición. La sentencia del TC que rebajaba el contenido del Estatut generó una ola de protesta ciudadana de gran magnitud, y el sentimiento independentista alcanzó niveles desconocidos hasta entonces. El porcentaje de catalanes que se declaraba partidario de la independencia, según las encuestas, se aproximaba entonces al 50%, cuando en el pasado esos porcentajes no se habían conocido.
Uno de los elementos diferenciales de la legislatura que ahora finaliza ha sido, además, la celebración de consultas ciudadanas acerca de la independencia. Dado su carácter alegal, sin efecto jurídico alguno, la participación en esas consultas ha sido pobre, sobre todo en las poblaciones de mayor tamaño. Y debido a esa baja participación, que el resultado de las consultas haya arrojado saldos muy favorables a la opción independentista no resulta demasiado relevante. Pero más que por el resultado de las consultas, su importancia real radica en el hecho de que se hayan celebrado, se estén celebrando y, previsiblemente, se sigan celebrando en el futuro. Todo ello da cuenta de la existencia de una corriente independentista catalana muy militante, corriente que seguramente se ha reforzado como consecuencia del recorte estatutario.
Y sin embargo, no deja de resultar sorprendente que cuando, en apariencia, la opción independentista se halla en uno de sus mejores momentos en la historia reciente de Cataluña, la presencia previsible de diputados pertenecientes a formaciones explícitamente independentistas va a ser una de las menores de los últimos tiempos. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) va a obtener, según las encuestas, un mal resultado. Si se cumplen los pronósticos, pasará de ser la tercera fuerza del Parlament (14% del voto en 2006) a ser la cuarta (alrededor del 8%) y por detrás, para mayor escarnio, del Partido Popular que tendría, según las encuestas, alrededor del 10% del voto.
Además, la pérdida de apoyos de ERC no va a alimentar a las otras dos fuerzas explícitamente independentistas que concurren por primera vez a las elecciones, Solidaritat Catalana per la Independencia (SI), el partido creado por el expresidente del Fútbol Club Barcelona, Joan Laporta, y Reagrupament Independentista, el partido creado por Joan Carretero, antiguo miembro de Esquerra Republicana y ex conseller de la Generalitat. Aunque las previsiones para estos partidos pequeños son muy inciertas, parece ser que como mucho podrían obtener uno o dos diputados, lo que no compensaría de ningún modo la pérdida de Esquerra Republicana de Catalunya. Curiosamente, a estos partidos o minipartidos se une una pléyade de minúsculas asociaciones y fuerzas políticas, así como corrientes independentistas dentro de Unio y de Convergencia. Pero en términos netos, y debido a esa fragmentación, el resultado que va cosechar el independentismo va a ser ridículo.
Es una situación paradójica, más propia de la película La vida de Brian que de un país serio. Pero que el independentismo catalán obtenga pobres resultados el próximo domingo, no quiere decir que el sentimiento que lo alimenta vaya a desaparecer. La cuestión es si ese sentimiento acabará o no teniendo una expresión política sólida de la que hoy carece.