Pilar Rahola
Escribe el periodista Ignacio Escolar en su artículo en eldiario.es: “solo aquellos que prefieren vivir en la ignorancia pueden hoy olvidar que España tuvo durante décadas, como jefe de Estado, a un defraudador fiscal que cobraba comisiones millonarias de dictaduras a cambio de favores jamás explicados. A un patriota que pedía ejemplaridad a los españoles cada Navidad mientras escondía su fortuna en Suiza”. Estos que “prefieren vivir en la ignorancia” son una legión tan grande en el Estado español que el foco no se puede poner en la falta de escrúpulos del Rey comisionista y defraudador, sino en el entramado de poderes fallidos que han permitido, protegido y blindado su corrupción y sus abusos. Y ahora, sin ningún sentido de la vergüenza, han facilitado su retorno.
En consecuencia, a la pregunta de por qué vuelve Juan Carlos, la respuesta es una metáfora de la corrupción sistémica del Estado: el Rey comisionista y defraudador (que mantiene su residencia fiscal en Abu Dabi para no tener que pagar impuestos), vuelve porque le da la gana, como siempre ha hecho a lo largo de su reino. Es decir, vuelve porque sigue disfrutando de la espesa omertá que siempre lo ha protegido. Por eso lo hace sin ninguna discreción, ni prudencia, sino al por mayor, viajando en jet privado de superlujo, matriculado en Aruba, directo de Abu Dabi a Vigo, que cuesta 7.000 euros la hora, de manera que el paseo suma en torno a 60.000 euros. Y no vuelve para dar explicaciones, o hacer algún tipo de gesto de penitencia, sino para seguir exhibiendo su vida de lujo, participar en unas regatas en su barco “Bribón”, y ser recibido por el grupo de cortesanos esperpénticos que le aplauden las gracias. Con las televisiones de todo el Estado siguiendo el espectáculo, como si no llegara “el gran tramposo, el hombre más desacreditado de España” (según la expresión feliz de Carlos Elordi), y protagonista de un escándalo espurio de dimensiones enormes, sino una estrella de Hollywood. Es tal la vergüenza y el delirio, que gente seria como Esther Palomera lo consideran un misil a la imagen de la institución. “¡No se recuerda un mayor ejercicio de autodestrucción!”, decía en un artículo.
¿Cómo es posible que se haya producido un exceso tan brutal de desvergüenza, que ha escandalizado a toda la prensa internacional, y que solo es equiparable a la humillante ceremonia de los franquistas, cuando llevaron a hombros el féretro de la momia de Franco, al sacarlo del Valle de los Caídos? Ciertamente, resulta incomprensible la tozudez de España para no perder ninguna oportunidad de parecer una monarquía bananera, reaccionaria y antimoderna. La violencia contra los ciudadanos y las urnas, el Primero de Octubre del 17, ya fue una muestra elocuente. El patético retorno de Juan Carlos es otra.
Hay que hacerse, pues, la pregunta. ¿Cómo es posible que el Rey que se embolsó millones de euros aprovechándose de su posición, que cobraba comisiones a dictaduras del petrodólar, tenía dinero en paraísos fiscales, defraudaba a Hacienda con millones de euros, disfrutaba de una vida de amantes y lujo gracias al beneficio del dinero público, y salía en sumarios judiciales de otros países e incluso era acusado por la Fiscalía del Supremo de haber cometido un mínimo de 13 ilícitos penales, cómo es posible que vuelva como un reyezuelo feudal, sobrecargado de lujo, y riéndose de los ciudadanos en su propia cara? La respuesta tiene múltiples aristas y una cantidad ingente de responsables. La primera, la misma tradición borbónica, amparada siempre en el latrocinio familiar y la impunidad de los poderes públicos. Se podría decir, en términos modernos, que la corrupción está en el ADN de los Borbones, tanto como lo está la protección que todos los estamentos del Estado les han proporcionado. Y es así desde Felipe V, porque los Borbones han representado el blindaje de la unidad de España, el símbolo institucional y represivo de la indivisibilidad, por encima de las naciones y sus voluntades. De hecho, así mismo me lo dijo Juan Carlos cuando me encontré con él en la Zarzuela y le hablé del derecho a la autodeterminación. Año 1995: “le he prometido, en el lecho de muerte de mi padre, que nunca se rompería España. Y te recuerdo que soy el jefe de las fuerzas armadas”. Más claridad, imposible. Este es el primer motivo por el cual se vuelve impune: él mismo es el blindaje contra cualquier veleidad independentista. No olvidemos el papel de Felipe VI el 3 de octubre…
De este primer motivo colgamos todos los otros. Por eso fue impuesto por el dictador Franco, porque el retorno del Borbón era el nudo que lo dejaba todo atado. Y por eso mismo, a partir de aquel momento, se le han tapado todas las miserias, incluido el oscuro episodio de sus contactos con los golpistas del 23-F. Por cierto, ya basta del sonsonete, repetido por todos los corifeos, a ambos lados ideológicos, de que fue el artífice de la transición. No es verdad, pero además es un menosprecio a todos los ciudadanos y partidos que lucharon por la democracia y a los cuales, con este axioma, se les relega a la categoría de sociedad inmadura, necesitada de la intervención del pater real. Por citar nuevamente a Elordi, Juan Carlos solo fue “un sujeto pasivo del proceso diseñado por otros”, y su papel se limitó a no oponerse a un cambio de régimen, con el fin de no quedar fuera de la historia.
A partir de la transición, la figura del Rey como máximo guardián de la unidad se solidificó definitivamente, y todos los poderes del Estado, desde los políticos o judiciales hasta los mediáticos, han actuado de manera servil para blindar la institución y su misión patriótica. Durante décadas, a pesar de saberse la corrupción sistémica que le permitía agrandar su fortuna (y de la cual no se conoce cifra exacta), sus alegrías con amantes de todo pelaje, sus safaris para masacrar pobres animales y sus comisiones vergonzosas, el Rey disfrutó del silencio periodístico y político, convertido en una auténtica omertá. Y después, cuando el silencio estalló, especialmente gracias a los escándalos que se conocieron fuera de España (como los 65 millones de euros en un banco suizo, provenientes de Arabia Saudí), la maquinaria de la omertá judicial se puso en marcha con precisión implacable. Así, las carpetas abiertas por Anticorrupción quedaban archivadas por la Fiscalía del Supremo, por “prescripción de los hechos” y “protección de los actos durante su reinado por la figura de la inviolabilidad constitucional”. El resto de posibles delitos estaban amparados también por la inviolabilidad de la Corona. Es decir, el motivo no es que no se hubieran producido los actos ilícitos, sino que el Rey era inviolable ante la ley. Y los millones defraudados a Hacienda quedaban regularizados de manera muy sospechosa, dado que pagó cuando se supo públicamente que estaba siendo investigado. Encima no pagó todo el dinero defraudado, sino solo por los años en que podía ser juzgado penalmente, porque ya no era rey. Y encima lo hizo con un “préstamo” de unos empresarios amigos.
Todo sumado, un reiterado comportamiento corrupto e inmoral que silenciaron los periodistas, callaron los políticos y permitieron los jueces, haciendo buena la idea de que el problema de España no son las cloacas del Estado, sino que el Estado es la cloaca. Por eso el Rey defraudador, comisionista, putero, asesino de animales, amasador de fortuna y amante del superlujo puede volver, libre de polvo y paja. Porque la corrupción en España es impune cuando se hace en nombre de la patria.
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