La nación-estado de California

A veces los contrarios se iluminan. Las manifestaciones de Gabriel Rufián contrarias al nacionalismo recibieron una réplica casi en el acto cuando Gavin Newsom declaró California como un estado-nación. Una réplica interesante, ajena a la cansina retórica de declaraciones y contradeclaraciones en qué consiste la política catalana; interesante porque Newsom hace política y sus palabras llevan carga ejecutiva. Es verdad que Rufián dispara lugares comunes y que esta es la clave de su éxito entre una determinada parroquia, pero también de su limitación. Con todo, a veces hace como el rayo cuando descarga la electricidad atmosférica y aclara el ambiente. Se nota en el hecho de que nadie de su partido suele desmentirlo. La distinción entre independentismo y nacionalismo es un clásico de ERC. Al principio lo era sobre todo por una cuestión de marca, para distinguirse de CiU, que prácticamente monopolizaba la etiqueta. Pero desde el cambio de siglo comenzó a buscar razones ideológicas, a remolque de Jürgen Habermas y algunos otros que vaticinaban el fin de las naciones. Entonces el posnacionalismo parecía progresista, hasta el punto que lo adoptó José María Aznar, promoviendo lo del patriotismo constitucional, hasta que en 2006 su partido atentó patrióticamente contra la constitución y los que han venido después de él la han estrujado sin miramientos.

Como los españoles no tienen más modelo de Estado que el absolutismo de raíz castellana, se deslumbran con cada estrella que sube en el horizonte político y la imitan durante el tiempo que dura el resplandor. España ha sido liberal y afrancesada en el siglo XIX, comunista, fascista y filonazi en el siglo XX, socialdemócrata a caballo de los dos siglos, vagamente macrónica durante el ascenso del político francés y últimamente trumpista. Pero nunca segundas partes fueron buenas y los españoles siempre acaban rindiéndose a la realidad propia: ejército, Guardia Civil, escándalos de la corte, caciquismo al servicio de una oligarquía con gran penetración territorial y un control férreo de la opinión.

Ya que en España el nacionalismo no tenía nada que ver con la construcción de la unidad española y era sinónimo de lo que se le resistía, la doctrina de Habermas era aceite en un candil y aún añadía una pátina progresista a la política española finisecular. Sólo que las razones de Habermas eran diametralmente opuestas a las de los posnacionalista locales. Habermas, que en una conferencia pronunciada en Stanford en noviembre de 2007 se declaró heredero de la reeducación de Alemania por los Estados Unidos, temía el retorno del nacionalismo alemán con la reunificación de las dos Alemanias. Su posnacionalismo era un rechazo de aquel pasado que, según el historiador Ernst Nolte, no quería terminar de pasar. Por el contrario, en España el patriotismo constitucional surgía, como casi todas las políticas desde el siglo XIX hasta ahora, por miedo a la des-unificación de un Estado mal ensamblado y servía para afianzar un pasado que de ninguna manera se quería que pasara.

Habermas mismo se dio cuenta bastante bien de la dificultad de legitimar el Estado sin un trasfondo cultural común a la ciudadanía. Delante tenía la prueba en el proyecto de Estado federal fallido que es la Unión Europea, a pesar de los Erasmus y más esfuerzos anémicos de sintetizar una identidad europea pasablemente funcional. Y mientras que algunos se aplicaban a crearla allí donde no existía, otros iniciaban un proceso desidentificador y echaban a rodar bagaje histórico y cultural, empezando por la lengua, en un esfuerzo de reducción de la realidad a la medida estricta de la política. Así se progresaba de la identidad a la independencia, como anunciaba un ensayo de Xavier Rubert de Ventós contemporáneo del de Habermas, sin saber ni preocuparse de saber qué era lo que quería convertirse en independiente y que Rubert de Ventós, con ironía característica, denominaba un OPNI, un objeto político no identificado.

El catalanismo, que había empezado siendo lingüístico y cultural antes de llegar a ser consciente de la nacionalidad, se convertía en independentista siguiendo la lógica interna del nacionalismo. Sólo que, con un masoquismo típicamente catalán, comenzaba independizándose no del Estado español sino de sí mismo, comiéndose las propias entrañas y terminando declarándose postcatalanista o directamente no-catalanista. Desde encima de esta alfombra mágica se llega al punto de que el portavoz de ERC en el congreso de los diputados no tenga manías de declarar que él y ‘cientos más de personas’, que hay que suponer de la órbita de ERC para que la frase tenga sentido, no son sólo no-nacionalistas sino que ya han avanzado al no-independentismo. Porque ser independentista, dice Rufián, no es ser nada y, efectivamente, cada vez más lo parece. Pero él se define republicano y de izquierdas, creyendo que esto es alguna sustancia, aunque, sin referirse a realidades concretas e intuitivas, estas categorías queden vacías. Si no es que conllevan una petición de principio y Rufián simplemente se identifica doctrinariamente con el partido que le da trabajo y que, por si alguien lo olvidaba, se llama republicano y de izquierdas. Lo que querría decir sencillamente que a Rufián las siglas no le dejan ver la selva de la política.

California es oficialmente una república aunque el gobernador no sea republicano. No suelen serlo, porque desde mediados del siglo XIX este nombre lo monopoliza el partido de la oposición. Pero Newsom puede considerarse ‘de izquierdas’ en la distribución de la asamblea de los representantes en el Capitolio de Sacramento, aunque aquí preferimos el término ‘liberal’, vinculado con la tradición anglosajona representada por John Stuart Mill, entre otros. El término ‘izquierda’ no tiene valor absoluto, no designa nada de particular ni ninguna política ni menos alguna virtud específica. Es simplemente una disposición relativa a una orientación de la vida pública observada desde un lugar determinado, sea la presidencia de un parlamento, sea la escala subjetiva de valores de una persona determinada. Uno no es de izquierdas como puede ser blanco, macho y de la Seo de Urgel, sino que lo es en relación con un eje ideológico de características variables (y a menudo cambiables) según los lugares y los tiempos.

En California no hace falta declararse republicano en el sentido que le quisiéramos suponer a Rufián, como tampoco hay por qué declararse mamífero o plantígrado, porque todo el mundo lo es debido a la evolución política del continente. Ni hay que luchar para conseguir el Estado propio, porque California ya es uno dentro de la Unión y no una entidad administrativa vagamente descentralizada. Pero no es ningún país independiente y en esto tiene una cierta distancia con Cataluña, así como en el hecho de ser el estado económicamente más potente y uno de los que más soporta un déficit fiscal oneroso en relación con los demás estados. Esta distancia tiene algo que ver con el hecho de que algunos medios catalanes se hicieran eco de la declaración de Newsom, que sin embargo hay que contextualizar. La definición de California como estado nación llega en uno de los momentos más tensos en la relación entre el gobierno federal y los estados. La actitud punitiva de la Casa Blanca contra los estados desafectos a su política llegó a un hito digno del gobierno español cuando Trump advirtió a los estados que no contaran con las reservas nacionales de material médico y al mismo tiempo dio instrucciones a la ‘Federal Emergency Management Agency’ de confiscar las compras de equipamiento de los estados durante la pandemia.

Newsom no es el único gobernador que ha advertido a Washington de que, si no coopera, el estado buscará la manera de protegerse; pero es hoy por hoy el único en elevar el tono al nivel de aviso de ruptura. Esto se desprende de su afirmación de que no sólo California tiene suficiente capacidad económica para proveerse del material médico que el gobierno federal le rechaza, sino que podría incluso exportar a otros estados. ‘Exportar’ es un término propio de las relaciones internacionales y a los americanos les produce el mismo efecto que a los españoles decir que el Principado exporta a Extremadura.

El lenguaje de Newsom es provocador y tiene el recorrido que tiene. De momento, poco más que poner en guardia al gobierno federal sobre a dónde puede llevar la política de Trump de hostilizar a los estados azules, es decir, los de tradición demócrata, tres o cuatro de los que financian buena parte del resto, especialmente los que votan en clave republicana. Contribuyendo el 15% de la renta de las personas físicas a la caja común, California tiene motivos para exigir un trato más respetuoso, pero caracterizarla de nación es inverosímil, pues las naciones históricas de su territorio han prácticamente desaparecido y lo que ha venido después son superposiciones humanas de origen y carácter diversos. Pero California encarna un modelo de sociedad, igual o muy parecido a aquel al que aspira Cataluña. Con una economía que equilibra una agricultura potente con la tecnología más avanzada, el mejor sistema público de educación superior suplementado con universidades privadas que ocupan sistemáticamente los primeros lugares del ranking mundial, una población no sólo diversa sino mayormente tolerante, siendo un santuario para la inmigración perseguida por Washington, con la legislación más restrictiva de la venta de armas de todo el país y liderazgo en la protección del ambiente y la lucha contra el cambio climático, California puede argumentar un carácter diferencial muy notable. Pero no puede reclamar el carácter nacional en ningún sentido históricamente plausible del término ‘nación’.

Sin embargo, este desplazamiento semántico no es ningún inconveniente para Newsom, ya que su objetivo era prevenir a Trump, pero también al partido demócrata, excesivamente complaciente, sobre a dónde puede llevar la actual deriva antidemocrática del gobierno federal. En todo caso, la declaración ‘nacionalista’ de Newsom tiene interés para el debate en Cataluña, pues si los republicanos catalanes rechazan la nación porque aspiran a una república, quienes ya tienen república consideran la nación imprescindible para cualquier pretensión de independencia. Por lo menos, la consideran necesaria para defender la democracia ante un nacionalismo no menos feroz y destructivo que el español.

VILAWEB