La metamorfosis

La infección ultraderechista, que induce a la exaltación exacerbada del ego más salvaje de la manada, se está extendiendo como la mayor mancha de aceite en el pequeño continente europeo. No se sitúa sólo en la península más extrema del sudoeste, aunque sí parece que nos encontramos con la virulencia que se aprecia por la extensión del germen de una derecha autoritaria. El larvado virus del franquismo ha explosionado con la maldición de la momia de Franco, sacando al aire los efluvios de posiciones radical-fascistas, reforzando a una derecha española, totalitaria, misógina, supremacista, racista y clasista. Mientras pasaba la transición que se otorgaron los demócratas, la derecha, toda, formaba un mismo cuerpo bajo el manto aristo-monárquico de lo que estaba atado y bien atado.

Los cambios de ciclo se anuncian con la caída de muros de contención. El Régimen del 78 ha llevado al Estado de Derecho a la España de derechas. Vox es la consecuencia que sobresale exultante, al socaire de otras posiciones fascistas europeas, por encima de los derechos humanos universales, tiñendo el horizonte con negros nubarrones ante la crisis que amenaza al capitalismo. La derechita cobarde del 151 en Catalunya es la denuncia agresiva, que nos remite a un momento histórico, donde el liberalismo fue arrollado por quienes quisieron imponer reglas y normas de obligado cumplimiento bajo su dictatus. Vox estaba dentro del PP, larvado, alimentando discursos patrióticos frente a lo que consideran la debilidad democrática de los pusilánimes, que vienen siendo arrastrados sin freno, ni coraje, ante el avance separatista.

Los símbolos son banderines de enganche para quienes, sintiéndose inseguros, pretenden convertirse en un activo grupo, fortalecido en la vuelta a las enseñanzas del nacional-catolicismo español. Un grupo firmemente decidido a erradicar el feminismo, la amenaza del emigrante, los privilegios de los separatistas, la mentira del cambio ecológico, la libertad de acción del oponente, la inteligencia y el progreso del pensamiento. El partido Popular, el PP, nació del aliento y la mano de Aznar, que, como es bien conocido, ante la Constitución del Régimen del 78 votó en contra de la Carta Magna, con un NO rotundo.

El logo del partido de Fraga, Alianza Popular, al metaformosearse en Partido Popular introducía las dos PP en un círculo con una inclinación hacia la derecha, coronadas con un pájaro desorientado hacia la izquierda. Tardó algunos años para que el logo modificase el vuelo del pájaro, dentro del círculo, variando su orientación también a la derecha. Con el cataclismo de la corrupción (el dopaje de la contabilidad en B, la financiación de su sede en Génova, los juicios a sus dirigentes) el círculo siguió acogiendo las dos PP, pero, sin duda, el pájaro volaría volteado. La cabecera giraría a los pies del encriptado título aparentando una cáscara de plátano abierta. Todo un patinazo para la credibilidad democrática del partido más corrupto de Europa. Y allí, en la gusanera de la misma corrupción, pisando la piel de plátano, se alimentó el máximo dirigente de Vox levantando la bandera de los valores patrios ultrajados por la izquierda y el separatismo.

La ultraderecha se elevó demócrata y constitucionalista, heredera del franquismo más exultante, como el mejor Aznar del 78, ahora converso, insuflando sus proclamas de reconquistar la España del nacional-catolicismo. Un discurso que aventó los hedores de la Plaza de Colón, intoxicando los valores de la libertad, que van más allá de las concepciones idealistas de supremacía para hacer lo que me da la gana. Con una vuelta atrás, donde hacer lo que más importa a mi propio nacionalismo, es reconquistar el Poder para poder llevar a la sumisión a quienes olvidan la gran misión de la España presente. Es tal la gusanera que se ha instalado en la blanda conciencia para aceptar la corrupción (como recompensa y pago a todos aquellos que defienden la historia del pasado), que ha surgido un nuevo logo entre los renovadores, buscando la ventaja del olvido.

El nuevo PP endereza sus siglas con la invocación al constitucionalismo más fiel y preciso, ocultando sus vergüenzas, porque, ahora, están centrados en tú futuro. Sin embargo, al publicista de su metamorfosis, con la expresión manifiesta del logo, le ha brotado la vena más realista donde al prescindir del círculo ha perdido su centro, envolviéndose en la roja y gualda. La idealización de la bandera del populismo más nacionalista, alejándose de la ultraderecha altiva y tramontana con su bandera desplegada, asemeja un gusano saliendo de su gusanera. Quizá esta metamorfosis es fruto de la mala conciencia que forma parte del imaginario renovado del nuevo PP. Una imagen trasladada a la lectura que el electorado ha hecho en Abril y Noviembre, rechazando su máscara democrática en Catalunya y Euskal Herria con la insignificancia de su representación; incluso llevando a ocultar sus siglas para los españoles de Navarra en la coalición que no ha sumado más sino menos de Abril a Noviembre.

El discurso fascista de la gran gusanera española, como de otros Estados europeos, sigue concentrando un voto de la seguridad y el racismo bajo el banderín del centralismo contra las veleidades autonomistas. Una concentración del miedo para aislarse de las migraciones, encerrándose en el caparazón de un falso nacionalismo que rechaza al semejante, cuando todos los pueblos tenemos un pasado de mestizaje.

Sin la responsabilidad de los propios actos individuales, con los valores fundamentales de una sociedad que aspira a la libertad, el caos, la confusión, el desorden, habrían impedido la supervivencia humana. Nuestra especie, durante milenios, ha venido consolidando espacios de libertad y seguridad desde el principio básico de compartir alimentos, refugio, protección para el débil. Los niveles de seguridad no se pueden garantizar fuera del reconocimiento del principio de solidaridad que nos une para cubrir aspectos vitales de nuestro tránsito temporal como individuos.

La humanidad se dirige al abismo si hace de la seguridad individual objetivo egoísta de sus temores ante un grado de amenaza infundado, como el que supone la corriente migratoria de quienes huyen del terror de las guerras principalmente. La humanidad no puede vivir en un espacio permanente para superar su ansiedad, fruto de temores inducidos y orientados a la pérdida de toda esperanza para la condición humana. Los derechos humanos no pueden ser más básicos para unos pocos privilegiados, mientras no son garantía universal para la condición humana que ha hecho posible el tránsito de la humanidad hasta el presente.