Por orden de Franco y Mola, la población civil y los cascos urbanos fueron los objetivos de los escuadrones aéreos que en marzo y abril de 1936 acabaron con centenares de vidas en Durango, Otxandio y Elorrio
El desarrollo de la contienda de 1936 genera que durante mucho tiempo el Duranguesado sea tierra cercana al frente de guerra. El control de Araba por los sublevados y la caída de Gipuzkoa en el verano de 1936 hacen que las trincheras estén a las afueras de Otxandio y muy cercanas a Ermua, Elorrio o Atxondo. Este hecho produce cambios en la vida social de los pueblos de la comarca y la necesidad de habituarse a la tragedia que diariamente provoca una contienda bélica. La muerte que ronda a diario pueblos y villas impresiona, pero especialmente la tragedia de los bombardeos, en los cuales las muertes y mutilaciones son masivas. Mayoritariamente no son gudaris y milicianos venidos de otras tierras las víctimas, sino vecinos, familiares y conocidos, sin ninguna distinción ideológica. Lamentablemente, hechos de esta índole fueron frecuentes en esta tierra de Durango.
Barbarie en la plaza de Otxandio
Amanece el día 22 de julio. En las calles de Otxandio se entremezclan milicianos, soldados y civiles. Las fiestas patronales de Santa Marina y las circunstancias del momento han atraído a la villa ferrona a mucha gente. Entre las 9 y las 9.30 de la mañana, dos aviones se aproximan a la localidad. En la plaza Andikona juegan los niños. Es uno de sus lugares habituales dado que una de sus diversiones gira en torno a la fuente y el riachuelo que surca dicha plaza. También se hallan en ella mujeres que se acercan en busca de agua o a lavar la ropa en los lavaderos sitos en los márgenes del riachuelo. Los soldados han instalado en este lugar su intendencia. La razón es muy sencilla: la fuente de Vulcano, la de la plaza mayor, es ferruginosa y no es válida para cocinar, por ello tienen que acudir a esta fuente a por agua.
En apenas 48 horas, sobre Durango se arrojaron 14.840 kilos de explosivos que causaron 336 muertos
Los presentes, tanto niños como mayores, observan el vuelo de las avionetas. En un momento los pilotos arrojan unos objetos, que en un principio piensan que son hojas, caramelos o algo parecido. El piloto ha arrojado varias bombas de tres o cuatro kilos. La negra tragedia se cierne sobre la pequeña plaza de Andikona. La inocencia se pierde en décimas de segundo. La guerra plasma aquí una de sus primeras imágenes: heridos, mutilados, muertos, cuerpos destrozados, mujeres, niños, llantos, gritos… y silencio. Rápidamente los vecinos se organizan e inician las ayudas a los heridos y la evacuación de los mismos hacia Bilbao y hacia Durango en coches, camiones o cualquier otro medio de transporte. Muchos de ellos fallecen en el camino y otros en el Hospital Civil de Bilbao. Mueren 57 personas, la mayoría niños y mujeres. Los soldados y milicianos muertos son una minoría.
El bombardeo ha sido tradicionalmente atribuido a los hermanos Lezama-Leguizamón. Hoy día, se conoce que el mismo fue obra de Ángel Salas Larrazabal y José Muñoz Jiménez, a quienes felicita, por la brava acción, el general Mola. En 1991, el Rey Juan Carlos I concedió a Salas Larrazabal el grado de Capitán General.
El primer bombardeo de Durango
En el verano de 1936, Mola ha conquistado toda Gipuzkoa y proyecta conquistar Bizkaia en unas semanas. Desde los aviones arroja pasquines en los que amenaza con destruir Bizkaia si no se rinde, y no es un “farol”. El 25 de septiembre, hacia las 11 horas, Durango y Bilbao son bombardeados. Aviones afines a los sublevados arrojan cuatro bombas. Una de ellas cae en el frontón de Ezkurdi. En dicho lugar se hallan descansando y jugando a pelota un grupo de milicianos y refugiados huidos de Gipuzkoa. La bomba alcanza la pared lateral del frontón, atraviesa el muro y estalla entre la citada gente. Causa 12 muertos y gran número de heridos. Otra de las bombas cae en la huerta del médico Marcos Unamunzaga, y dos más en la estación del ferrocarril. Los fallecidos son varones con edades comprendidas entre los 18 y los 32 años y mayoritariamente guipuzcoanos. Ningún durangués figura entre las víctimas.
Ángel Salas Larrazabal, uno de los responsables de la barbarie, fue condecorado por Juan Carlos I en 1991
Tras el bombardeo, un grupo de milicianos, posiblemente del Batallón Rusia de las Juventudes Socialistas Unificadas (PSOE), enardecidos por las escenas de muerte y dolor que ha producido el bombardeo, se dirigen a la cárcel. Reducen a los guardias que la custodian y sacan de la misma a los 22 presos que se hallan detenidos por presunta afinidad con los sublevados. Trasladados al cementerio, los fusilan junto a la capilla, sin juicio previo que denote alguna culpabilidad y que la misma sea merecedora de la pena de muerte. No conformes con estos fusilamientos, tratan de detener y fusilar a otros derechistas de Durango. Alertados de las intenciones, miembros del PNV y de STV alertan y ocultan a diversos tradicionalistas hasta la liberación. El Gobierno vasco nombra a Julio Jauregui como juez especial para juzgar estas muertes extrajudiciales. El juez dicta en marzo de 1937 un auto de procesamiento contra 61 personas, muchos de ellos milicianos, pero el juicio no se celebra nunca al impedirlo el desarrollo de la guerra. En la posguerra diversos durangueses (Juan Escubi, Luciano Iturrieta, etc.) serán encarcelados, y algunos de ellos fusilados, en venganza por estos fusilamientos. La paradoja es que algunos de los ejecutados intervinieron ocultando a los carlistas que estaban en peligro de ser asesinados.
31 de marzo, de nuevo Durango
31 de marzo, martes. El general Mola, Franco y su Estado Mayor inician la ofensiva general en el frente de Bizkaia. A las 7 de la mañana las escuadrillas 213 y 214 del grupo 24 de bombardeo pesado Savoia 21 de la Aviazione Legionaria despegan del campo de aviación habilitado en Soria. Ascienden a 1.800 metros y enfilan hacia Logroño, donde hacia las 08.00 se les unen 18 cazas Cr-32. Completada la formación, toman rumbo con una altura de vuelo de 1.600 metros hacia Idiazabal, en Gipuzkoa, en cuyo cielo giran y enfilan los aviones hacia los objetivos señalados. La escuadrilla 213 se dirige a Elorrio y la 214, comandada por Gildo Mimini, enfila hacia Durango.
08.30 horas. Aldeanos y vecinos deambulan por el mercado que se celebra en el pórtico de Santa María. La plaza del mercado está ocupada por los de automovilismo. En el interior de la iglesia, el sacerdote asturiano Carlos Morilla Carreño está en plena consagración acompañado por el monaguillo Rafael Cuevas. El padre Rafael Billalabeitia Maurolagoitia la celebra en la iglesia de los Padres Jesuitas acompañado del monaguillo Pedro Gorrotxategi. La sorpresa hace que muchos habitantes se encuentren en la calle, cuando no en el interior de sus casas. Una minoría se protege en los refugios habilitados.
Los aviones inician el bombardeo desde el final de la calle Kurutziaga. El sol a sus espaldas evita cualquier deslumbramiento del mismo. Enfrente, como guía de sus trayectorias, la torre de la iglesia de Santa María. Desde su altura vislumbran, al final del recorrido, Ezkurdi y la estación de ferrocarril como referencia en su ruta sobre Durango. Los aparatos abren sus panzas y arrojan 80 bombas de 50 kilos. Kuru-tziaga, Santa María y Ezkurdi se convierten en la diagonal de la muerte. Las iglesias destacan entre las numerosas casas alcanzadas durante el raid, así como en el número de muertos extraídos de las mismas en las labores de rescate, dada sus especiales características.
Se emprenden rápidamente las labores de desescombro y búsqueda de víctimas, así como el traslado de heridos a diversos hospitales con la ayuda de ambulancias y personas venidas de Bilbao y otros lugares. A la tarde, aproximadamente a las 17.45 horas, suenan de nuevo las campanas de alarma aérea. Nuevamente 8 aparatos procedentes de Soria bombardean Durango. Al igual que a la mañana, 15 cazas Cr-32 con base en Logroño escoltan a los bombarderos. En este bombardeo de la tarde arrojan sobre Durango 5 toneladas de bombas.
En esta ocasión utilizan otra amplia diagonal que en el bombardeo de la mañana no había sido afectada: la recta que forma el camino que conduce al cementerio por Zeharkale hasta San Agustín, junto al hospital. A esta hora esas calles y caminos están muy concurridos. Los fallecidos a la mañana han sido trasladados al cementerio. Muchos vecinos acuden al mismo con intención de tratar de identificar o dar sepultura a sus amigos y familiares, muertos o desaparecidos. Estas personas son víctimas principalmente de ametrallamientos provenientes de los cazas que acompañaban a los bombarderos, más que de las bombas arrojadas por éstos.
Día 2 de abril. A las cinco de la tarde, regresan los aviones italianos. En Durango apenas hay habitantes, por ello causan pocas víctimas, siendo las mismas bomberos o personal relacionado con los trabajos de rescate, desescombro etc., que se están desarrollando entre las ruinas. Testigo presencial de este bombardeo es una comisión internacional de Francia y Gran Bretaña que, tras el bombardeo del día 31, acuden a visitar Durango. Los mismos redactan una denuncia que es difundida internacionalmente días mas tarde. Trágicos días en los cuales se arrojaron sobre Durango en torno a 281 bombas con 14.840 kilos de explosivos, que causaron más de 336 muertos, 71 casas destruidas y 234 afectadas, además de iglesias, conventos, etc., provocando unos daños valorados en 1939 en 4.239.901 pesetas.
Elorrio no se libra del fuego franquista
Ese 31 de marzo, la escuadrilla 213 de la Aviazione Legionaria italiana bajo el mando del capitán Vittorio Cannaviello, después de volar conjuntamente desde Soria con la escuadrilla 214, se dirige hacia Elorrio con orden de bombardear la villa. El bombardeo, en el cual lanzan 18 bombas de 50 kilos, afecta a la calle Pío X y a un pasillo sito aproximadamente entre la carretera de Eleizaburu y la calle Berriotxoa, es decir, de oeste a este. Las bombas alcanzan entre otros edificios el noviciado de Santa Ana, la casa de Greaves y la Fonda de la Paz, así como otros lugares de la calle Berriotxoa, el entorno del palacio Aldatzekua en Kurutziaga o el caserío Ondozorrotz. En Elorrio, situado justo en la retaguardia del frente de Elgeta, están habituados a los sinsabores de la guerra y por ello se han habilitado diversos refugios. El principal es el que se ha preparado en el interior de la iglesia, bajo el coro, usando sacos terreros para dotarle de seguridad. El bombardeo causa la muerte de al menos siete personas. En el caso de Elorrio, los testimonios y las crónicas periodísticas sobre lo sucedido no son muy abundantes. Parece ser que la incertidumbre del momento, la proximidad del frente y otras razones de seguridad militar no hacían de dicha villa un sitio muy recomendable para los profesionales de la comunicación. A la tarde, hacia las 18.00 horas, volvieron a sonar las campanas de alarma aérea. Nuevamente tres aparatos procedentes de Soria se ciernen sobre Elorrio, arrojando 10 bombas de 100 kilos y 36 bombas de 56 kilos.
En los bombardeos del Duranguesado, los objetivos no son industrias, ni puentes básicos en las comunicaciones con el frente, ni emplazamientos militares. Se bombardea sin reparo a la población civil y los cascos urbanos. No es casualidad. En la planificación que Franco, Mola y Vigón hacen de la ofensiva del 31 de marzo lo indican claramente: “sin consideración de la población civil”. Estos hechos constituyen un delito de crímenes contra la humanidad, del cual las naciones y ejércitos implicados, siete décadas más tarde, aún no han pedido perdón, ni siquiera disculpas. Algunos incluso fueron ascendidos en su graduación en plena reconciliación y transición democrática.
EL AUTOR
● Jon Irazabal Aguirre. Director de la Feria del Libro y Disco Vascos de Durango. Colabora con Sabino Arana Fundazioa en la redacción para DEIA de esta sección sobre temas diversos de la historia y la antropología vascas.