La marcha de la sal de Cataluña

Barcelona

En marzo de 1930 Mahatma Gandhi emprendió una marcha a pie de 300 Km, hasta el océano Índico, se adentró en las olas y cogió agua salada con un vuelo para extraer la sal. Este gesto tan simple acabó haciendo tambalear el Imperio británico; desobedeció la ley que prohibía conseguir la sal del mar y obligaba a comprarla, gravada con un fuerte impuesto, al monopolio británico.

Gandhi era un abogado con una conciencia escrupulosa para cumplir con sus deberes legales. Esta exigencia íntima le llevó a legitimar su desacato de una ley injusta, fundamentando su decisión en el derecho innato de sus compatriotas a disponer de sus recursos naturales. También formaba parte de una nueva estrategia política, la desobediencia civil, después de que las autoridades ocupantes no hubieran hecho caso de las huelgas, boicots, huelgas de hambre y otras protestas que había organizado. El acto de desobediencia de Gandhi desestabilizó la potencia más poderosa de la época porque descubrió a millones de compatriotas, sobre todo pobres, que el dominio británico sólo era posible por su consentimiento rutinario y pasivo de la legalidad.

El próximo mes de septiembre la mayoría por la independencia de Cataluña se adentrará en el camino de la desobediencia civil respecto a una legalidad que niega su derecho inalienable a la autodeterminación. De hecho este desacato ya comenzó con los 2.300.000 votantes de la consulta del 9 de noviembre. Las entidades y partidos soberanistas ya han anunciado su plan para romper con la legalidad constitucional, abrir un proceso constituyente y proclamar la República catalana si obtienen la mayoría en las urnas. Se trata de una desobediencia institucional, hecha por un Parlamento elegido democráticamente, que se fundamenta en esta legitimidad para desacatar una Constitución que nos niega un derecho, el de la libre determinación de los pueblos, reconocido en el Pacto Internacional por Derechos Políticos y Civiles. Seguimos los pasos que hicieron el Congreso Nacional de la India, que en enero de 1930 había hecho su Declaración de Independencia y el mismo Gandhi comunicó al virrey su estrategia para conseguirla, infringiendo las leyes injustas que atentaban contra los derechos naturales de los hindúes.

El Gobierno y el Parlamento españoles han reaccionado como hizo el Imperio británico de entonces. El Presidente de la Generalitat, la vicepresidenta y la consejera de Enseñanza ya están procesados por su papel en la consulta del 9-N. Acaban de aprobar la “Ley de Seguridad Nacional” para poder reprimir por la vía administrativa a los infractores y para suspender la autonomía de facto sin tener que debatirlo en el Senado. También han amenazado con aplicar el artículo 155 de la Constitución española para suspender la autonomía de Cataluña. El futuro Presidente de la Generalitat y otros parlamentarios electos que lleven a cabo el mandato de los electores para conseguir la independencia pueden acabar encarcelados, siguiendo la estela del presidente Companys y sus colaboradores, en el año 1934. Ante “la marcha de la sal” el virrey de la India consideró como “ladrones de sal” a las personas que cogían y encarceló a Gandhi y a más de 80.000 seguidores. Pero, al cabo de pocos meses se demostró que era imposible dominar todo un pueblo sin su consentimiento tácito: no había suficiente policías, ni bastantes jueces, ni suficientes prisiones. Finalmente el virrey tuvo que ceder, liberó a Gandhi y le llamó a su palacio para negociar la anulación del monopolio y el impuesto sobre la sal y la celebración de elecciones en la India.

Los partidarios de la República catalana debemos afrontar el proceso que comenzara el próximo 27 de septiembre con la misma actitud con que Gandhi planteaba la desobediencia civil. No se trataba de “colar un gol” a un Estado, que, por otra parte, tiene mucha experiencia, fuerza y el árbitro comprado para evitarlos. Tampoco se trataba de usar una honda y una piedra como David contra Goliat. El líder independentista hindú insistía en la no violencia y los practicantes de la “satyagraha” debían estar dispuestos a aceptar las consecuencias punitivas que se derivaban de la infracción de la ley. La evangélica actitud de poner la otra mejilla cuando te pegan. Gandhi estaba convencido de que esta respuesta, de alta dignidad y profundo pacifismo, acabaría desarmando moralmente a sus enemigos, por más endurecidos que tuvieran el corazón. Por esta razón usaba la palabra “satyagraha” que se puede traducir como “insistencia en la verdad”: todos los humanos son sensibles a los sufrimientos de los demás y asumir las consecuencias penales de infringir la ley ayuda de manera decisiva a tomar conciencia del daño que hace una legalidad injusta.

En la nueva fase de desobediencia civil centrada en el campo político que la mayoría por la independencia ha iniciado para septiembre, es muy importante adoptar con sinceridad esta actitud de firmeza indómita en la defensa de nuestro derecho inalienable a la independencia, pero sin chulerías que no nos corresponden. No debemos olvidar que somos la parte débil del conflicto y que el Reino de España tiene toda la fuerza. Debemos demostrar a los dirigentes españoles que el desacato que iniciamos se asienta sobre un profundo y sentido imperativo moral, sobre la reclamación de un derecho inalienable, el de la autodeterminación. Además de ofrecer sólidas propuestas de futuro.

Evidentemente nuestra posición será tergiversada como ya lo ha sido la lista de ‘Juntos por el Si’. Hasta el 27 de septiembre y después nuestras intenciones serán analizadas de forma sesgada; nuestros pasos y nuestros representantes serán ridiculizados. Aún así, seguro que la Brunete mediática no llegará al nivel del mayor contrincante de Gandhi que fue Winston Churchill. Cuando finalmente el virrey de la India recibió a Gandhi y éste se presentó en su palacio con el envoltorio blanco de los pobres hindúes dijo al parlamento británico: “el asqueroso y humillante espectáculo de este viejo abogado del colegio de abogados de Londres, hoy fakir sedicioso, trepando por las escaleras del palacio del Virrey, para discutir y negociar de igual a igual con el representante del Emperador, mientras pone en marcha una insolente campaña de desobediencia civil”.

Sin embargo la fuerza de la desobediencia civil venció al imperio más grande de la época y la India alcanzó la independencia. En 1946, el gran vencedor de la II Guerra Mundial, Winston Churchill perdió las elecciones frente al partido laborista. El conflicto de la India tuvo un papel importante en los resultados electorales porque la no violencia de Gandhi había incidido en las clases populares inglesas y el líder laborista Clement Atllee se había comprometido a reconocer la independencia de la India. De la misma manera podemos estar seguros de que el camino de la desobediencia civil que hemos iniciado nos llevará también al reconocimiento de la autodeterminación por parte del Reino de España. Aunque quizás tendremos que pasar de la fase actual de la desobediencia institucional a una fase de desobediencia generalizada de las leyes.

TRIBUNA CATALANA