1991, Leningrado. El despacho privado del teniente de alcalde de la ciudad. Un corresponsal de un canal de televisión municipal entrevista a un joven funcionario del equipo de Anatoly Sobchak. En el encuadre aparece un hombre con cara de niño y camisa blanca. Detrás de él se ven persianas, un televisor, una lámpara de escritorio, un teléfono, carpetas abiertas con papeles. El típico mobiliario de oficina soviético. Pero falta algo. La voz del periodista informa de que ayer vio un busto de Lenin en la oficina, pero hoy ha desaparecido. ¿Qué ha ocurrido?
“Me cuesta responder qué ha ocurrido. Porque debió hacerlo uno de mis ayudantes”, responde el funcionario. “Si le interesa mi opinión sobre este hombre, sobre la doctrina que supuestamente representaba, diría que […] no es más que un hermoso y dañino cuento de hadas. Es dañino porque su realización o el intento de realizarlo en nuestro país ha causado un gran daño a este. Y en este contexto, me gustaría hablar de la tragedia que estamos viviendo hoy. A saber, la tragedia del colapso de nuestro estado. No hay otro nombre para ello que tragedia. Creo que los personajes del Octubre de 1917 pusieron una bomba de relojería bajo el edificio del Estado unitario que se llamaba Rusia. ¿Qué hicieron? Dividieron nuestra patria en principados separados, que antes ni siquiera aparecían en el mapa del mundo, asignaron gobiernos y parlamentos a esos principados y ahora tenemos lo que tenemos […] En gran parte es culpa de esas personas, lo quisieran o no”.
El funcionario del ayuntamiento de San Petersburgo que arremetió contra el legado de la revolución y contra Lenin personalmente con una crítica tan mordaz, fue Vladimir Putin, de 39 años. Más tarde, cuando ya había asumido el cargo de Presidente de la Federación Rusa, repetiría en numerosas entrevistas y discursos la idea de que el colapso de la Unión Soviética fue «el mayor desastre geopolítico del siglo XX» y que los culpables de este desastre fueron los revolucionarios aventureros, deseosos de realizar sus sueños utópicos a cualquier precio, o más bien, al precio de desmantelar el antiguo Estado Ruso.
Putin reproduce el mismo concepto en su histórico discurso del 21 de febrero de 2022, en el que se proclaman las bases ideológicas de la invasión a Ucrania, que comenzó tres días después.
“Pues bien, empezaré con el hecho de que la Ucrania moderna fue creada en su totalidad por Rusia, o para ser más precisos, por la Rusia bolchevique y comunista. Este proceso comenzó justo después de la revolución de 1917. Lenin y sus camaradas lo hicieron de una manera muy dolorosa para Rusia, al separar, al quitar tierras históricamente rusas.”
¿Por qué se eligió 1917 como punto de partida de este recorrido histórico? ¿Por qué no la antigüedad profunda o, por el contrario, algunos acontecimientos más cercanos al presente? La revolución fue un punto de inflexión que, según Putin, predeterminó los desafíos que ahora enfrenta Rusia. Y que él está, por así decirlo, destinado a abordar ahora.
¿Qué hizo la revolución? Putin da más detalles. La revolución invadió un orden de cosas milenario: el Imperio Ruso «uno e indivisible». De la noche a la mañana abolió siglos de conquistas territoriales del imperio, concediendo a los pueblos oprimidos el derecho a la autodeterminación. He aquí su principal «pecado».
“Fueron estas ideas leninistas — de hecho, de un sistema de Gobierno de Estado confederado — y el lema sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación hasta la secesión, las que formaron la base del Estado soviético”, dice Vladimir Putin. – …Justo aquí surgen inmediatamente varias preguntas. Y la primera de ellas, de hecho, que es la principal: ¿por qué fue necesario con tanta generosidad satisfacer todo tipo de ambiciones nacionalistas que crecían sin límites en las afueras del antiguo Imperio? […] y dar a las repúblicas el derecho a separarse del Estado unificado sin ninguna condición?”
Parece que Putin no entiende -o finge no entender- que la acuciante cuestión de las «afueras nacionales» oprimidas por el Imperio ruso fue uno de los factores impulsores de las tres revoluciones de principios del siglo XX. El orden de la Rusia imperial zarista había quedado obsoleto y los cambios no podían eludir la cuestión nacional, que también exigía una solución. Las contradicciones que se habían acumulado hasta 1917 ya no giraban en torno a cómo y para qué preservar la «una e indivisible», sino más bien, sobre si el imperio debía dividirse en una serie de estados nacionales o encontrar unos principios de coexistencia fundamentalmente nuevos y mucho más igualitarios.
Los revolucionarios de aquellos tiempos creían sinceramente en la posibilidad de un nuevo mundo sin opresión de ningún tipo, incluyendo la opresión imperial de unos pueblos por otros, y con su lucha, ellos intentaban acercar la llegada de ese mundo. Para Putin, reconocer la subjetividad de los pueblos del antiguo imperio significa dilapidar los territorios conseguidos tras siglos de guerras conquistadoras. Mientras que, para los propios revolucionarios era todo lo contrario: una resolución de las antiguas contradicciones nacidas de esas mismas conquistas. Liberar a los pueblos de la opresión imperial era, para los revolucionarios, la encarnación de sus ideas y convicciones de una nueva sociedad, libre de los vestigios del pasado.
«…los principios leninistas de construcción del Estado resultaron ser no sólo un error, sino, como suele decirse, mucho peor que un error. Tras el colapso de la URSS en 1991, esto se hizo absolutamente obvio», dijo Putin, «…como resultado de la política bolchevique, surgió la Ucrania soviética, que incluso hoy en día puede llamarse con razón ‘Ucrania de Vladimir Lenin’. Él es su autor y arquitecto».
Por supuesto, Lenin no ha creado ninguna Ucrania. Ucrania, sus movimientos políticos y sus masas populares en aquel momento ya se habían convertido en un factor real, no sólo de la política rusa, sino también de la política internacional. Al reconocer la subjetividad de Ucrania y su derecho a la autodeterminación, Lenin simplemente reconoció una situación fáctica que ya no podía ignorarse. Y Putin no puede perdonar al líder bolchevique por ello.
Sin reconocer la subjetividad ucraniana y el derecho a la autodeterminación, difícilmente habría sido posible reagrupar los territorios del antiguo imperio en una sola unión estatal. Lenin lo entendió muy claramente. Es indicativo que en su borrador del nuevo Estado, incluso la palabra «Rusia» estaba ausente – la nueva entidad se llamó la «Unión de Repúblicas», en la cual a la República Rusa se le dio prácticamente la misma posición que a los otros miembros de la unión. Nada tenía que recordar el pasado imperial. Sin conceder a Ucrania unos amplios derechos nacionales, sólo habría sido posible mantenerla en una especie de «Gran Rusia» – con la que Putin, en retrospectiva, sueña – por fuerza bruta, ¿siquiera era posible?
Cabe destacar que, en su discurso del 21 de febrero, Putin ataca de forma más agresiva los primeros años del poder soviético, cuando las ideas revolucionarias estaban frescas, la gente estaba entusiasmada y la política se guiaba más que nunca antes o después por principios e ideales en lugar de por un cinismo calculador. Al mismo tiempo, Putin saluda el alejamiento de los principios proclamados por la revolución en tiempos de Stalin como una vuelta a cierto «orden natural de las cosas»:
«…la vida misma demostró enseguida que no era posible mantener un territorio tan grande y complejo ni gobernarlo según los propuestos principios amorfos y de facto confederales. […] [Los acontecimientos posteriores] convirtieron los proclamados pero inviables principios del Estado en una mera declaración, una formalidad. Realmente las repúblicas de la unión no adquirieron ningún derecho soberano, esos derechos sencillamente no existían. En la práctica, se creó un Estado estrictamente centralizado y totalmente unitario.”
En el alejamiento de las ideas revolucionarias sobre la igualdad de las naciones, Putin ve una vuelta a la buena y vieja Rusia «una e indivisible», y esto es claramente de su agrado. Pero un retorno total ya no era posible. La «inmundicia revolucionaria» fue puesta por Lenin en los cimientos mismos del nuevo Estado.
«Y, sin embargo, es una pena, una gran pena, que las fantasías odiosas, utópicas, inspiradas por la revolución, pero absolutamente destructivas para cualquier país normal, no fueran expurgadas a tiempo de los cimientos básicos, formalmente legales, sobre los cuales se construyó todo nuestro Estado.»
Es difícil entender a qué se refiere Putin con «cualquier país normal». Si se trata de imperios coloniales basados en conquistas sangrientas y en el sometimiento de otros pueblos, entonces tales estados difícilmente pueden llamarse normales o incluso viables en el contexto histórico actual.
La Primera Guerra Mundial puso fin a cuatro grandes imperios: el otomano, el austrohúngaro, el alemán y el ruso. Tras la Segunda Guerra Mundial, desaparecieron en el olvido todos los restantes: el británico, el francés, el portugués, el belga, el holandés, el italiano y el japonés. No, el imperialismo en el sentido leninista no desapareció: su forma colonial-imperial fue sustituida por unas formas de influencia y control extraterritoriales más sofisticadas.
El único estado gigantesco que heredó casi todas las conquistas territoriales del antiguo imperio fue la Unión Soviética con su famosa ⅙ parte de la superficie terrestre. Pero consiguió recomponer y preservar esa unidad estatal durante otros 70 años, no gracias al concepto imperial, sino al contrario, debido al rechazo del mismo.
La idea de una unión de repúblicas socialistas era precisamente que los trabajadores de diferentes naciones se unieran voluntariamente en tal unión para lograr un objetivo común: construir una nueva sociedad, sin explotación ni opresión. Asimismo, el modelo elaborado por Lenin preveía la escalabilidad de esta unión. Según su idea, a la unión debían unirse cada vez más repúblicas, en las que triunfaría la revolución, sin que la Rusia histórica tuviera por qué seguir siendo su punto de montaje. Su centro podría ser, por ejemplo, la misma Alemania, si allí triunfase la revolución proletaria. Lenin veía el resultado como una unión de repúblicas a escala mundial.
Además, la creación de la URSS en el formato de 1922, no era el plan inicial de los bolcheviques. Su surgimiento fue el resultado del fracaso de las expectativas iniciales: una revolución mundial. La derrota de la revolución proletaria en Europa y su confinamiento en el territorio del antiguo Imperio Ruso es la principal tragedia del proyecto socialista del siglo XX. Ya que, junto con el territorio del antiguo imperio, la URSS heredó muchas contradicciones y vicios difíciles de resolver, inherentes al proyecto anterior que había existido en estas tierras.
El cierre del proyecto socialista dentro del antiguo Imperio Ruso condujo naturalmente, aunque no inevitablemente, a una percepción – tanto interna como externa – de la URSS como sucesora y continuadora del Estado Ruso. Como consecuencia, se produjo una recaída en las contradicciones nacionales: el gobierno central empezó a ver en la consolidación de las culturas nacionales y en la soberanía de las repúblicas una amenaza para la unidad del proyecto, mientras que en la cultura rusa y en la continuidad del Estado Ruso se veía una especie de base cimentadora.
¿Habría sido posible el resurgimiento de estas tendencias si los contornos del Estado socialista se hubieran desarrollado en otras configuraciones y no se hubieran parecido a la antigua Rusia imperial? Probablemente habría sido una historia muy diferente. Pero en el caso de la URSS, resultó que varias generaciones, tanto dentro como fuera del país, crecieron con la convicción de que las palabras «Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas» y «Rusia» son prácticamente sinónimas. Putin es una de esas personas.
«Después de todo, ¿qué es el colapso de la Unión Soviética? Es el colapso de la Rusia histórica llamada la Unión Soviética», dijo Vladímir Putin en el documental «Rusia. La historia moderna» en diciembre de 2021.
Tal vez lo único positivo que Putin ve en el proyecto soviético es precisamente el hecho de que este proyecto se encerró en el marco del antiguo Imperio Ruso y, con el tiempo, al apartarse de sus principios «utópicos» originales, volviendo a algunos de los rasgos del imperio, convirtiéndose en el heredero del Estado Ruso. En otras palabras, Putin ensalza justamente los rasgos más reaccionarios de la URSS que adquirió durante su compleja formación, y critica precisamente las ideas en las que se basaba la unión: igualdad y fraternidad de todos los pueblos, auténtico internacionalismo, odio a la autocracia y al enorme poder, odio a la depredación y a las guerras de conquista, un auténtico espíritu democrático que llevó a las masas populares a la política.
Característicamente, en las interpretaciones sobre las que se construye el mito nacional ruso contemporáneo, la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi no es una victoria de las ideas del humanismo y el igualitarismo sobre las ideas del antiigualitarismo y el antihumanismo radicales, ni una victoria de la víctima de la agresión sobre el agresor. En la mitología estatal actual, es una victoria de la «Rusia histórica» sobre Alemania, sobre Europa, sobre el Occidente. El triunfo del Estado Ruso y la expansión de sus fronteras. Al igual que la revolución y la retirada de la Primera Guerra Mundial, según Putin, no es un rechazo a participar en la carnicería imperialista, sino una vergonzosa rendición de la «Rusia histórica», un puñal traicionero en la espalda del Estado por parte de los fanáticos utopistas. Un atentado contra el Estado Ruso y su semidesintegración.
«Durante la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques deseaban la derrota de su patria, y cuando los heroicos soldados y oficiales rusos derramaban sangre en los frentes de la Primera Guerra Mundial, alguien sacudió Rusia desde dentro y llegó al punto de que Rusia como Estado se derrumbó y se declaró perdedora a favor del país perdedor [Alemania]. Una tontería, una locura, pero así sucedió, ¡fue una traición total a los intereses nacionales! Hoy en día aún hay gente así», dijo Putin en el campamento juvenil Seliger en agosto de 2016.
De las citas anteriores no es difícil deducir la sinceridad con la que Putin achaca los problemas de Rusia a la «maldición de la revolución». Mientras que en la Ucrania de hoy acusan al proyecto soviético de ser «demasiado de Rusia», Putin aprecia exactamente eso [si no exclusivamente eso] en el proyecto soviético. Mientras que en Ucrania dicen que Lenin no dio a los ucranianos una auténtica autodeterminación, Putin le acusa de lo contrario: de haber dado a Ucrania demasiada libertad.
Volvamos a la pregunta del principio. ¿Por qué el discurso del presidente ruso previo a la invasión fue una pura blasfemia contra la revolución? Porque es precisamente en la revolución donde él ve la verdadera raíz de las desgracias de Rusia. Pero ahora no se limita a acusar a Lenin de traicionar a Rusia y de cometer crímenes contra su integridad imperial. Putin decide que es hora de corregir los «errores peores que errores» de Lenin y revertir el derecho de los ucranianos a la autodeterminación, ese «tres veces maldito» legado de la revolución.
«¿Queréis la descomunización? Pues nos parece bien. Pero como se suele decir, no hay que quedarse a mitad de camino. Estamos dispuestos a demostraros lo que significa para Ucrania la verdadera descomunización». El 24 de febrero de 2022, los tanques rusos entrarían en Ucrania para despojar a su pueblo de su estatalidad, una de las conquistas más importantes de las revoluciones de principios del siglo pasado.
Andryi Movchan es un socialista ucraniano. Artículo tomado de UIT-CI.org
Movimiento Socialista de Trabajadoras y Trabajadores de la República Dominicana
La liquidación del legado de la Revolución como ideología de la invasión rusa a Ucrania