Continuamos con Jacques Derrida, con la lengua y la vida y la responsabilidad. ¿Y qué debe hacer alguien que tiene una lengua como sustancia y elemento básico de la propia experiencia de vivir?, Se preguntaba el filósofo, apasionadamente. Pues, tiene que tratar “de una manera, no diría perversa, pero sí un poco violenta”. Por amor, dice Derrida: violenta, pero con una delicadeza perfecta. “El amor en general pasa por el amor a la lengua, que no es ni nacionalista ni conservador, pero que exige pruebas, y superar pruebas. No se puede hacer cualquier cosa con la lengua, que nos preexiste, que nos sobrevive. Si se afecta a la lengua de alguna forma, lo hará de manera refinada, respetando, en la falta de respeto, su ley secreta. Es esto, la fidelidad infiel … ” Son unas líneas bellísimas (en francés son aún más bellas: es natural …), y una idea, una actitud, una ética, que los escritores y los hablantes públicos en lengua catalana, y también en “la otra”, deberían meditar seriamente: el amor, la lealtad, un cierto refinamiento. Y un sentirse responsable, que tiene una carga de ética personal y compartida. “Yo vivo de esta pasión”, concluye Derrida, “si no por Francia, al menos por algo que la lengua francesa ha incorporado desde hace siglos. Suponga que se ame esta lengua como ama la vida, y a veces más de cómo la quiere tal o cual francés de origen, es por lo que yo la quiero como un extraño que ha sido acogido, que se ha apropiado de esta lengua como su única posibilidad “. ¿Qué deberíamos decir o añadir los que, como yo mismo y mis compañeros de generación, y los de antes y muchos de después, hemos tenido que hacer nuestra, con el mismo amor, una lengua que no nos “enseñaron a cultivar”, que era propia y a la vez no lo era, al lado y por debajo de otra que era la única que sí nos enseñaban a tratar como propia sin ser verdaderamente propia? ¿Y qué debemos hacer si sufrimos, todavía, esta forma perversa de “monolingüismo del otro”? No sé si con amor, lealtad, y una delicadeza refinada nos bastará. Estoy seguro, sin embargo, que sin mucho de todo eso, no tendremos nada. Y lo mismo pensaba el grandísimo filólogo Joan Solà, a quien dedico estas líneas.